Juntos

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El espasmo en el brazo, caliente y doloroso, casi le hizo caer mientras subía por la escalera de mano, sin embargo, consiguió asirse a tiempo. Con dificultad terminó de subir el tramo que le faltaba, una vez en la plataforma se remangó la camisa empapada de sangre, luego de ver la herida y tras pensar en lo poco que sabía sobre cuidados médicos, arrancó la manga para improvisar un vendaje.

Se detuvo solo un instante para hacer eso mientras analizaba también en dónde podría estar Susana. Él nunca había estado en ese lugar, aunque sabía que existía como parte del conocimiento general de todo amante del teatro.

A su alrededor, con las luces apagadas y sin ventanas, solo distinguía la estructura de madera y metal de donde se sujetaban los artilugios que controlaban el telón y las partes más grandes de la escenografía. Imaginaba que debía de haber algún tipo de bodega donde se guardaba lo que no se usaba, pero a su entender, solo podía seguir subiendo hasta encontrarse con algo que se pareciera a eso.

—¡Susana! — gritó.

No la imaginaba amordazada y atada en alguna esquina, colgando de los aparejos o en una celda, habría muerto de haberla dejado así durante todo el tiempo que había pasado, y aún en su locura, el objetivo del director era explotar esa imagen de caballero en reluciente armadura que le había creado desde que alcanzó su primer protagónico. Necesitaría que Susana estuviera viva para que el público aplaudiera de pie el triunfo del amor.

La idea era irritante, le molestaba de sobremanera tener que actuar fuera del escenario, sobre todo bajo las circunstancias que se habían presentado.

Pensó en la madre de Susana, aquella mujer que había sido desdichada durante todo su matrimonio y la viudez tampoco le había traído consuelo, sino deudas. Sola y sin nada más valioso que una hija bella, se había aferrado a cualquier cosa que las salvara de la calle. Le había cortado las alas eligiendo para ella el futuro que le pareció mejor. Susana obtuvo un papel menor en The girl behind the counter*, mientras que ella consiguió un trabajo como costurera del encargado de vestuario.

¿Cuántas mujeres es su situación no se volvían prostitutas arrastrando a sus hijas con ellas? ¿O buscaban matrimonios con hombres viejos y crueles en los que muchas chicas se embarcaban con la única ilusión de enviudar pronto, sin saber que el diablo paga con longevidad los favores?

Aún en su egoísmo, con todas sus manías, la forma en la que quería controlar cada aspecto de la vida de su hija, el amor por ella había sido real.

Su cuerpo colgado en su habitación, meciéndose suavemente mientras la música sonaba de fondo, era algo que jamás iba a olvidar mientras viviera.

¡Cuán enferma debía de estar la mente de ese hombre! Si es que así podía llamarle.

Luego pensó en Angie, la imaginó abandonada a la intemperie con la herida de bala desfigurando su rostro. Recordó la expresión de su cara la noche en que descubrió las joyas en su armario, ese horror tan parecido al que él mismo había experimentado al darse cuenta de la verdad.

Si ella formaba parte de la puesta en escena, nunca lo sabría.

—¡Susana!

Escuchó un golpe, los gritos de los policías que acababan de interrumpir en el escenario y eso lo animó a apresurar el paso antes de que empezara la cacería.

Al final de uno de los puentes alcanzó a ver una escalera de caracol, pensó que eso era lo que buscaba, corrió sintiendo que todo su ser se estremecía al escuchar el sonido de un disparo. No supo exactamente en qué había impactado, se conformaba con que no hubiera sido él, que ya había recibido más de los que cualquier persona estaba dispuesta.

El fantasma de la óperaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora