Obertura

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✿Los personajes, trama y detalles originales de Candy Candy son propiedad de Keiko Nagita (Kyōko Mizuki), Yumiko Igarashi (ilustraciones), Kōdansha y Nakayoshi (Manga), Shun-ichi Yukimuro, Toei Animation y TV Asahi (Anime)

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✿Los personajes, trama y detalles originales de Candy Candy son propiedad de Keiko Nagita (Kyōko Mizuki), Yumiko Igarashi (ilustraciones), Kōdansha y Nakayoshi (Manga), Shun-ichi Yukimuro, Toei Animation y TV Asahi (Anime)

✿En portada: edición vectorial, fondo, texturas, filtros y elementos varios recuperados de all-free-download. Tipografías: Phantom of the Opera & Arapey.

✿Basado en la obra del anime. Excluyendo Candy Candy Final Story, de Keiko Nagita, porque cuando lo escribí, no la había leído, aunque no es como si eso me hubiera detenido para hacer esto.

✿La clasificación indica temas que no son propiamente para menores o personas sensibles a asuntos relacionados con la violencia física o psicológica, además de uso de lenguaje vulgar. Queda a discreción del lector el contenido.

✿ Sobre advertencia no hay engaño, es un Susana & Terry. Si no han huido despavoridos, les invito a proseguir.

✿Para ilustraciones varias, novedades de este y otros fics, comentarios extendidos y más, pueden visitar "El moleskine de Kusubana" (blog/fanpage). También en Instagram y Twitter.

—Bueno, Susie —dijo Terry acercándose a ella, que aguardaba en uno de los sillones del lobby del hotel—

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—Bueno, Susie —dijo Terry acercándose a ella, que aguardaba en uno de los sillones del lobby del hotel—. Tenías razón, los mecánicos no eran particularmente responsables —confesó encogiéndose de hombros una vez que hubo terminado la llamada al taller donde había dejado el auto para que revisaran una falla que tenía con la bomba de gasolina —. Lo tendrán hasta el lunes — continuó dejándose caer en el sillón contiguo al de su esposa.

—Entonces tendremos que tomar un taxi —solucionó la rubia sonriéndole, absteniéndose de decir "Te lo dije".

—Sí, me temo que sí.

Enseguida se puso de pie para ayudarla a pasarse a la silla de ruedas que se encontraba cerca, aunque la idea de no hacer ese cambio y llevarla directamente hasta el asiento del auto se hacía más tentadora solo por el tedioso procedimiento que tenía que realizar para acomodarla.

Afuera llovía. No había relámpagos o fuertes vientos, solo agua cayendo como si desde el último piso de aquél enorme edificio arrojaran constantemente baldes llenos y, sin embargo, quedarse hasta que el clima mejorara no era una opción; debían alcanzar el último tren o llegarían tarde para reunirse con la compañía, y con la recién restituida reputación de Terry pendiendo de su comportamiento, era completamente inconcebible no llegar.

El botones aguardaba con las maletas, dos empleados más se encargaban de detener a los taxis y escoltar a los huéspedes por el pasillo techado hasta que abordaran. Pasó un rato antes de que llegara su turno, abrigándose bien salieron del cálido ambiente musicalizado y emprendieron el recorrido sintiendo solo un poco de brisa en el rostro. Alguien ya se hacía cargo del equipaje, Terry subió a Susana y rápidamente se metió él mismo al sentir que se mojaba. Escucharon la puerta cerrarse, el saludo del chofer y la marcha del motor dejando el lugar, avanzando por la avenida.

Terry cerró los ojos, se encontraba cansado, y las gotas cayendo sobre la lámina de la carrocería era lo único que amenizaba el viaje. Por un momento buscó iniciar una conversación que al final quedó atorada en su garganta.

—No hagas algo estúpido o se muere tu mujer.

Algo se había enrollado en su cuello, estaba frío y podía jurar que se trataba de un alambre.

Bajo otras circunstancias habría puesto resistencia, pero Susana se encontraba en las mismas condiciones, incluso peor, pues un revolver apuntaba a su cabeza desde atrás.

—Déjala en paz —exigió con el tono más agresivo que se pudo hacer, recibiendo por respuesta solo la tensión en el nudo que habían hecho con notable habilidad. No tardó más de dos segundos en comprender que el chofer, que no se había inmutado ante lo ocurrido, formaba parte del grupo que los había tomado prisioneros.

No giró la cabeza, levanto las manos tal como se lo pidieron y de reojo distinguió los botones dorados que adornaban un saco rojo.

Así que el empleado del hotel también.

Tendría que hacer una fuerte demanda en contra de la cadena hotelera, y ver si las maletas que evidentemente no habían subido al auto para que los dos malhechores pudieran acomodarse, podrían recuperarse, en una de ellas había un traje que le gustaba mucho.

Se quedó quieto cuando desde atrás le empezaron a revisar.

En la cartera llevaba unos doscientos dólares, de valor solo el reloj de bolsillo. Susana llevaba los pendientes, el collar y las arras matrimoniales de ambos. Al darse cuenta de eso, sin duda se pondrían pesados. Se le ocurrió hacerles un trato, que bajaran a Susana y él los llevaría al banco, les haría un cheque y asunto arreglado, no había necesidad de desagradables momentos. Especialmente para Susana que ya había empezado a llorar de terror.

Abrió la boca para proponer su trato, pero el chofer frenó abruptamente, su cuerpo por inercia se hizo al frente sintiendo la presión sobre su cuello robándole el aire por un momento. Fue entonces que entró en pánico, le cubrieron la cabeza con una bolsa de tela negra pese a que trató de impedirlo. Nuevamente se quedó quieto, pues el ruido del arma lo detuvo en seco: si trataba de hacerse el valiente matarían a Susana. Con otro tramo de alambre le ataron las manos dejándolas a su espalda, y para cuando trató de reaccionar con los gritos de su esposa llamándolo con desesperación, no hubo nada más que hacer, cayó de frente raspándose la barbilla al impactar contra el duro concreto de la acera mojada.

Pero el impacto fue breve, enseguida rodó cuesta abajo sin poder hacer mucho para detenerse dada su inmovilidad.

En todo el ajetreo, con la humedad filtrándose por la máscara negra, solo el más terrible de los sentimientos lo embargó: Susana, ¿qué harían con ella?

Si Dios existía, y ya lo había dudado bastante, le iba a dar un puñetazo en la cara si algo le pasaba a esa mujer, si le tocaban siquiera el cabello...

La respiración dentro de la bolsa se le dificultaba, la humedad la pegaba contra su rostro. Trató de ponerse en pie, pero un dolor punzante le hizo perder la fuerza dejándolo caer otra vez sobre su rostro. Era resbaloso, húmedo, no conseguía levantarse, pero al poner más atención, lo último que escuchó antes del grito de Susana...

¿Le habían disparado?

¿Le habían disparado?

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Eh... pues, solo me resta decirles a los que llegaron acá

¡Gracias por leer! 

El fantasma de la óperaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora