Punto de no retorno

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Albert le había pedido una sola cosa, y pensaba cumplirla.

Pasaban de las dos de la mañana, por la calle no había alguien además de él. Se trataba de una zona muy exclusiva que ocupaban las casas de las familias más ricas de la ciudad y dada la hora, difícilmente se toparía con otra persona. Normalmente no pasaría por ahí, pero era más rápido cruzar que rodear. El camino fue largo pero finalmente llegó a un modesto bar que conoció en malos tiempos, otros malos tiempos, y era el único lugar que podría estar abierto a esa hora.

No había mucha gente, solo un cuarteto de hombres jugando a las cartas y dos bebedores solitarios en la barra, además de la camarera, una mujer con mal carácter y fuerza suficiente como para sacar a los borrachos indeseables por sus propios medios.

Se sentó en la barra y esperó a que ella se acercara.

— ¿Qué le sirvo? — dijo poniendo los brazos en jarras. Terry levantó la mirada y sonrió de medio lado — ¡Ah! ¡Pero si eres tú! ¿Otra vez en malos pasos?

—Como toda la vida.

— ¿Brandy? ¿Botella completa?

—Solo una copa.

El actor se encogió de hombros ante el gesto dubitativo de la mujer.

—Voy a usar el baño.

Ella asintió mientras buscaba un vaso para servirle.

El baño era en definitiva lo que podría esperarse encontrar en un bar como aquél. Aseguró la puerta y dejó la maleta en el lavamanos para sacar la muda de ropa que había preparado apresuradamente en la intempestiva huida que había tenido que emprender. Pero el cambio de ropa era el menor de los problemas.

— ¡Cielo Santo, muchacho! — exclamó la mujer al verlo salir cubriéndose la boca enseguida — ¡De verdad estás en malos pasos! — susurró.

Solo pudo reconocerlo porque sabía que había entrado al baño solo unos momentos antes. Con el cabello corto y un bigote de utilería bastante convincente, cambios más, cambios menos, Terry Grandchester era, sino irreconocible, un tipo que habría que mirar detenidamente para saber que era él.

Como actor principal, tenía una imagen muy específica en la mente del público, y si iba a tomar un tren para escapar de lo que fuera, no tenía sentido ir por ahí reconocido por medio mundo.

—Solo dame el beneficio de la duda, Henrietta.

Ella movió la cabeza de un lado a otro.

— ¿Todavía quieres el trago? ¿O solo era un pretexto para usar mi baño?

Él asintió mientras se sentaba junto a uno de los bebedores solitarios.

— ¿Y a ti qué te pasó? — preguntó el hombre atropelladamente.

— ¿Por donde podría empezar? — respondió soltando un suspiro.

— ¡Ah! Tú tienes para escoger... yo solo la tengo a ella... bueno... la tenía

—Creo que, en ese sentido, estamos igual.

Se bebió su trago brindando por el mal común. La puerta volvió a abrirse y entraron dos hombres con gruesos abrigos que ocuparon una mesa de las varias que estaban libres. El actor no pudo evitar el tensarse pese a que, con toda seguridad, no le estarían buscando, sería muy pronto, muy obvio considerando que en los meses anteriores no lo habían hecho. La mujer, como sería natural dado que era la dueña, fue hacia ellos que ordenaron una botella de vodka.

— ¡Pero cuando lo mate! ¡Voy a encontrarlo! ¡Ese maldito me la robó!

—Creo que ya bebiste de más, Harry — dijo Terry haciendo más grave su voz, logrando un tono que hacía pensar que él también había bebido suficiente por esa noche.

El fantasma de la óperaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora