Capítulo 03 - Parte I

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Lo primero que distinguió al despertar fue el aroma de su madre, su tersa mano sacudiéndole el hombro y su distinguida voz suave llamándola. Lentamente abrió los ojos, aleteando los párpados para acostumbrarse a la luz que se filtraba en la habitación. Entonces fue que lo vio: ahí estaba él, de pie en el centro de la sala, la figura autoritaria e imponente del alfa líder.

Él era la clase de hombre que podía cortar el aire en una habitación con solo su presencia. Era el jefe de la manada, pero, al mismo tiempo, el hombre que la había sostenido en sus brazos cuando era pequeña, el que había reído tantas veces con ella, el que olía a higos y a hogar: su padre.

Lo contempló casi con temor, sintiendo la rigidez en su cuerpo y un impulso instintivo de acurrucarse contra su madre. Al cabo de unos momentos, sin embargo, la lucidez devolvió a su mente el recuerdo de su hermano y provocó que se pusiera de pie como un resorte, casi tropezándose con sus propios pies.

—¿Y Luka? —preguntó, casi sin aliento.

El alfa líder levantó la mano y ella se calló de inmediato. Cientos de preguntas le inundaron la cabeza en ese momento. ¿Estaba su padre enojado con ella por lo sucedido la noche anterior? Si ese no era el caso, ¿a qué se debía la seriedad de su rostro? ¿Acaso había sucedido algo malo con su hermano? ¿Cómo se encontraba Luka? ¿Acaso había muerto?

«Luka, Luka, Luka»

—Luka está bien —Rose juró escuchar que su madre volvía a respirar—. Puedes ir a verlo, Lizzie.

Elizabeth asintió, poniéndose de pie de inmediato y caminando hacia su pareja para envolverlo en un abrazo.

—Me alegra que hayas vuelto a salvo, Tahiel.

Él la apretó entre sus brazos por unos momentos, cerrando los ojos para disfrutar de la esencia de su compañera. Instantes después, ella se apartó, reposando las manos sobre sus brazos y mirándolo a los ojos por unos segundos, comprensiva y anhelante. De alguna forma, ella lograba captar las olas extraviadas que envolvían la mirada de su alfa. Ellos compartían esa clase de entendimiento silencioso.

—¿Y yo? —inquirió entonces Rose, casi tímida—. ¿Podré ir yo?

Sus padres se quedaron en silencio. Elizabeth miró a Tahiel como en busca de su aprobación, sin embargo la expresión del alfa no varió un poco en su gravedad.

—¿Papi...?

La voz dulce y somnolienta de Connor rompió el tenso ambiente. Los tres presentes se voltearon a verlo, mientras él bajaba las escaleras y se tallaba los ojitos perezosamente, inconsciente de la situación. Hasta que de pronto cayó en cuenta de que era papá quien estaba de pie frente a él, papá, a quien no veía desde hace meses.

El sueño se le quitó de sopetón y, como un vendaval, se echó a correr hacia sus brazos.

—¡Papá!

Tahiel lo recibió con un abrazo, alzándolo como si pesara menos que una pluma.

—¡Regresaste! —exclamó, contento.

El alfa asintió, sonriéndole.

Rose admiró su sonrisa desde lejos. Sentía una ligera incomodidad pinchándole debajo de la piel por haber recibido solo una mirada severa en lugar de un abrazo. Entendía la razón, por supuesto. Connor no había puesto en peligro a la manada, como ella, y Connor no tenía sangre de alfa, como ella. Él simplemente no cargaba con las mismas responsabilidades sobre sus hombros.

—Fue un viaje muy largo, papá. ¿Viste sirenas? —preguntó, entusiasmado, pero casi de inmediato su emoción se vio reemplazada por tristeza y preocupación—. ¿Y Luka, papá? ¿Él está bien?

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