Capítulo 03 - Parte II

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La mañana siguiente, la manada entera se había reunido en la plaza para despedir al alfa líder: adultos y cachorros, alfas y betas, incluso el consejo de ancianos estaba allí. El chamán de la manada, Lowell, cantaba ritos clásicos que se sabían de memoria, mientras los distintos miembros de la manada le otorgaban sus bendiciones al grupo de licántropos que estaban a punto de partir. Era de público conocimiento ya la razón tras el viaje (el ataque del omega había dejado de ser un secreto), y todos parecían apoyar la decisión del alfa líder. Una amenaza de ese tipo, habían dicho los ancianos, no podía dejarse escapar tan fácilmente.

—Qué tu viaje sea próspero, hermano —exclamó Khan, estrechando en un firme abrazo a su hermano mayor.

El alfa líder sujetó a su hermano por el cuello y chocó sus frentes con cariño, sintiendo su calor.

—Confío en ti para cuidar de mi manada en mi ausencia, hermano mío.

—No te decepcionaré —respondió Khan, su voz grave y su mirada fija en los ojos gentiles de su hermano.

Tahiel asintió, apartándose.

—Tenga, alfa —exclamó la compañera de su hermano, extendiéndole un amuleto—. Para que la diosa le otorgue su protección.

El alfa líder tomó el amuleto que la mujer embarazada le ofrecía y lo sujetó entre sus dedos con cariño. Estaba hecho de madera y hierbas, y simulaba una forma circular, como si se tratara de una luna llena.

—Gracias, hermana.

La mujer sonrió, apoyando ambas manos sobre su hinchado vientre, y lo reverenció.

En ese momento, el alfa líder se volteó, encontrándose con su compañera. Apenas sus ojos hicieron contacto, ella llevó las manos a su cuello, quitándose el medallón que usaba siempre. Se trataba de un obsequio que él le había hecho hace muchísimos años, un dije de oro con la forma de la luna en su estado menguante. Con delicadeza, ella depositó el medallón sobre las manos desnudas de su compañero, cerrándoselas sobre él.

Cada vez que Tahiel partía en peligrosas travesías, Lizzie le regresaba el medallón. Lo hacía como una suerte de promesa, un juramento para garantizar su regreso.

—Espero que mi presencia te acompañe, alfa —musitó, anhelante—, hasta que regreses a nosotros.

Tahiel apretó el medallón entre sus dedos, mirándola con adoración.

—No será mucho tiempo, Lizzie —prometió, acariciando su rostro.

Ella cerró los ojos ante la caricia y asintió.

«Lizzie, mi compañera, volveré a ti»

—Lo sé, alfa —dijo ella, serena—. Y yo aguardaré por ti.

Tahiel deslizó la mano entre las de su compañera, aferrándose a su calor, hasta que finalmente tuvo que soltarla (qué difícil era cada vez que tenía que apartarse así de ella).

Entonces desvió la mirada hacia sus tres hijos, parados en fila junto a su madre. Sus cachorros mellizos no eran muy parecidos a ella. Eran, de hecho, un calco de su imagen paterna. Sin embargo todos sus hijos poseían un trocito del aura compasiva que la caracterizaba.

Luka, sin embargo, era muy parecido a su madre: cabello rubio y ojos almendrados idénticos a los de ella, pero, además, había heredado o tal vez aprendido, su simpatía y amabilidad. Era un buen beta y un excelente hijo y hermano mayor. Costaba creer que había estado a punto de perderlo un día atrás.

Abrazó a su hijo, sintiéndolo temblar bajo sus brazos.

—Quiero que sepas que estoy orgulloso de ti, hijo, muy orgulloso —murmuró sobre su oído—. Prométeme que seguirás cuidando de tus hermanos mientras yo no esté.

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