Capítulo 06 - Parte II

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Cerró los ojos, dejándose llevar por la soledad tormentosa que lo rodeaba. Ya había pasado un tiempo desde que el vampiro castaño lo había dejado tirado en la habitación y no parecía que iba a regresar pronto. James incluso se cuestionó si volvería en lo absoluto o acaso ahora él debía continuar por su cuenta. No lo creía posible, no cuando su madre había decretado que él estaba bajo su cuidado. Ella era, después de todo, la máxima autoridad aquí, por lo que había visto hasta el momento, y Viktor no parecía dispuesto a desobedecerla. Él no aparentaba ser del tipo insurgente, sino más bien todo lo contrario. Cuando se trataba de ella, se mostraba dócil y sumiso. Por un momento se preguntó si él era realmente así por decisión propia o era solo una prueba más del enorme poder que poseía ella sobre sus llamados hijos. James no lo sabía, no tenía idea de nada. Él solo quería huir de ese lugar lo más pronto que le fuera posible. Cualquier lugar era mejor que ese horripilante sitio donde violaban y torturaban por gusto y placer.

Solo podía imaginarse el resto de cosas de las que eran capaces esos monstruos cuando el morbo se desataba entre ellos, la cantidad de atrocidades que eran capaces de cometer por saciar su búsqueda del placer. Todos ellos eran repugnantes, asquerosos e inmorales. Parecían haber olvidado todo lo que habían vivido durante sus años humanos. Olvidado el amor, el afecto de una verdadera madre, la empatía por aquellos que sufren y la vergüenza. Dudaba que cualquiera de ellos pudiera sentir culpa o vergüenza por sus acciones, porque ellos ya no eran humanos, no para él. No tenían una pizca de humanidad en sus almas. Tal vez ni siquiera tenían alma ya. Pero James era diferente. Él estaba convencido de que era distinto. Él sí sufría, se odiaba y se culpaba por todo lo que había hecho, y buscaba la redención a cualquier costo.

Durante su vida humana, James había creído más bien poco, pero sus abuelos eran devotos a sus creencias religiosas. Desde pequeño le habían enseñado el valor de la caridad, de la empatía y del amor por otros a través del que consideraban el más grande de los amores: el amor de Dios. Decían que Él era bueno y justo y que perdonaba todos nuestros pecados si lo buscábamos y nos redimíamos. La redención, según su abuela, se daba en acciones pequeñas, en regalar alegría a los demás y hacer cosas por otros sin buscar recompensa alguna. James aprendió en la escuela que a eso se le llamaba altruismo. Su abuela simplemente lo llamaba bondad y decía que era la mejor cualidad que uno podía cultivar en sí mismo.

Cuando cumplió siete años, dejó el campo y la casa de sus abuelos donde había vivido toda su infancia. Su padre había conseguido empleo en una ciudad a tantos kilómetros de la casa de sus abuelos que a esa edad ni siquiera sabía contar hasta ese número y junto a su madre se lo llevaron lejos de sus abuelos. De ese modo fue que abandonó la fe. Sus padres, después de todo, no eran las personas más creyentes del mundo, su fe era más bien superflua y dependiente de la situación en que se encontraran. Sin embargo le quedó el gusto por los actos bondadosos que su abuela le había inculcado y, casi sin darse cuenta, se había convertido en alguien altruista, ya no por querer redimirse ante Dios, sino por una satisfacción personal. A él le hacía bien hacer felices a otros, descubrió, pues su preocupación por las personas que se encontraba era honesta y sincera. Y, a escondidas, siguió rezando algunas noches antes de dormir, sintiendo de ese modo que tal vez sus abuelos no estaban tan lejos.

Luego empezó a rezar por otras razones también. La adolescencia fue un período difícil para él. Tenía alrededor de quince años cuando uno de sus amigos decidió quitarse la vida saltando desde un puente hacia la autopista. Después de ello comenzó a frecuentar personas distintas, chicos que se refugiaban en el alcohol y en las drogas por cobijo unos y por diversión otros. Eran tiempos difíciles para todos ellos. Descubrían sus cuerpos, descubrían sus mentes y sus personalidades y la mayoría de ellos estaban perdidos. James, además de perdido, estaba tremendamente triste. No le costó mucho caer en la adicción a los estupefacientes. Le calmaban la ansiedad y el miedo, y lo distraían del llanto. Las fiestas, la gente y el ruido, todas distracciones momentáneamente efectivas. Y también seguía rezando algunas noches. Sus padres inevitablemente lo descubrieron y mientras su madre lloraba, su padre lo golpeó tanto que le desfiguró la cara. Ese día, dejó de rezar.

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⏰ Última actualización: Mar 11, 2022 ⏰

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