Capítulo 02

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Cerró los ojos y se dejó caer contra la pared, inhalando profundamente —a veces todavía se encontraba a sí mismo haciéndolo, aunque no le era necesario—. Estaba exhausto, no se creía capaz de mantenerse en pie por más tiempo.

Sintió unas manos acariciar su cabello y una ponzoñosa voz susurró directo sobre su oído:

—Acéptate a ti mismo, vástago de mi sangre.

Un sopor le recorrió el cuerpo entero, alivianando un poco el ardor que sentía en la garganta, brutal y mortífero.

Inconscientemente, se abrazó al cuerpo ajeno y se dejó llevar por su aroma. Era delicioso, le producía una atracción casi obsesiva. Débilmente intentó morderla, pero tan pronto sus colmillos rozaron su piel ella se alejó con una risita traviesa y él se derrumbó. Apoyó las palmas sobre el suelo para evitar que su cuerpo colapsara y gruñó cual animal.

Las uñas las clavó en la tierra, tratando de ignorar la desesperante sensación de dolor con la cual punzaban sus colmillos, hiriéndose a sí mismo en el proceso y manchando el suelo con su propia sangre. Al ver el líquido, su mente se nubló y un deseo nació en su interior, más fuerte que cualquier otro sentimiento, obligándolo a lamer la sangre con desesperación.

Una estridente risa le taladró los oídos y se volteó con dificultad, contemplando al portador de ésta. No recordaba haberlo visto antes en la vida, porque de ser así pensaba que lo recordaría. Se trataba de un muchacho que aparentaba juventud (mucho más tal vez de la que realmente tenía), y que poseía un rostro simétrico que rebosaba tanto belleza como una cierta inocencia. Tenía una melena larga y negra que le caía tras la espalda de forma elegante y unos ojos redondos que brillaban en la oscuridad con el color de la sangre.

—Realmente eres patético —exclamó el recién llegado, cruzando las piernas con elegancia—. Bebiendo sangre del suelo como un animal, repugnante.

—Jack —advirtió la mujer.

—Lo lamento, madre. No fue mi intención ofenderla —musitó con una docilidad y ternura impropias de la sonrisa sardónica que portaba—. Pero no entiendo por qué continúa cobijando a esta criatura. Es inútil para nosotros. Solo acarreará problemas. Mírelo, ni siquiera puede alimentarse por su cuenta.

—Todos mis hijos son iguales para mí —sentenció ella con voz impasible, yendo hacia Jack para acariciarle el rostro con una sonrisa frívola.

Jack miró a su madre con adoración y después le dirigió una mirada al neófito, pronunciando con insania calma:

—Pues yo creo que deberíamos deshacernos de él.

—Todos mis hijos son iguales para mí —repitió ella, esta vez más enfática, sujetándolo del mentón por la fuerza y obligándolo a mirarla a los ojos: esos ojos tan fríos y abrumadores que ella poseía.

Jack calló, pero su mirada expresó su descontento.

Su madre le acarició la mejilla con desafecto antes de dirigirse hacia el agonizante neófito.

—Mátame de una vez —masculló la criatura, gimiendo adolorida—, te lo suplico.

—Ah, mi niño —exclamó ella, acuclillándose para estar a su altura.

El aspecto de su hijo era deplorable: sus mejillas se encontraban hundidas y su piel, prácticamente traslucida, pues su cuerpo se encontraba carente del calor y la fuerza que la sangre brindaba a los de su especie. Tal parecía que los días que se había matado de hambre, abrazándose a su Dios y a sus convicciones insensatas, empezaban a pagarle factura, amenazando con destruirlo lentamente.

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