Capítulo 01

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Se parecía a las bestias de los cuentos con los que los humanos aterrorizaban a sus hijos: escalofriantemente alto y escuálido, con dientes afilados y garras alargadas, cuyos ojos eran de un brillante color violeta que refulgía en la oscuridad como una cierta advertencia.

Se erguía sobre sus patas traseras y sus brazos eran tan largos que los arrastraba al caminar. Tenía el hocico alargado, la espalda terriblemente encorvada y el cuerpo cubierto por un pelaje tan fino que parecía caérsele a pedazos. A pesar de que su postura simulaba una cierta forma humanoide, la manera en la que se movía era instintiva y animalística, y resultaba evidente que de humano tenía poco.

Se estremeció ante su horripilante imagen, incapaz de apartar la mirada de las grandes fauces que la criatura poseía. Parecía capaz de abrir la boca y devorarla de un bocado.

La criatura se le acercó lentamente, rodeándola como un cazador a su presa. La olfateaba, inquisitiva, expectante, a la espera del mejor momento para abalanzarse sobre ella, que estaba petrificada en el suelo.

El terror se le dibujaba en el rostro, incapaz de mover un músculo mientras la criatura se inclinaba hacia ella, echándole el aliento fétido en la cara. Las lágrimas no tardaron en inundar sus ojos mientras los pensamientos se le revolvían en la mente, pensamientos que giraban en torno a la muerte.

Apretó los puños, esperando lo peor, cuando de pronto un ruido resonó por la pradera. Un aullido.

La criatura reaccionó ante el sonido, incorporándose y girando la cabeza hacia su origen, y, aprovechando la momentánea distracción, ella obligó a sus piernas a moverse a pesar del miedo, echando a correr ladera abajo. A sus espaldas, oyó con una claridad aterradora el rugido que la criatura emitió, y se le apretujaron las entrañas. Jamás antes había oído un sonido tan aterrador.

La criatura comenzó a perseguirla a gran velocidad. Siendo ésta el triple de su tamaño, en lo que duró un pestañeo se encontró pisándole los talones. Ella, consciente de su desventaja en campo abierto, instintivamente se internó dentro del bosque. Había visto a su padre y a los alfas moverse en él cientos de veces antes: tenía conocimientos acerca del territorio que la criatura no poseía y se aferró a la idea de que eso tal vez sería suficiente para ayudarla a sobrevivir. Sin embargo, lo cierto es que ella era considerablemente más lenta y sus piernas eran mucho más cortas, y cada paso que daba, se sentía como si fuera a ser el último.

Quiso gritar, hacerlo hasta que le ardieran los pulmones. Las lágrimas escaparon furiosamente por las mejillas, pero se aferró a la esperanza. A pesar de oír esos rugidos infernales perseguirla, saltó las raíces de los árboles y se impulsó apoyando las manos en los troncos, y no se detuvo en ningún momento. Se negó a dejarse vencer.

Pero inevitablemente ocurrió.

Su mano rozó la madera del árbol en busca de impulso, cuando de pronto la criatura clavó sus afiladas garras en su tobillo, sujetándola y haciéndola caer estrepitosamente contra el suelo. Sintiendo que se le hundía el estómago, temblando, enterró las uñas violentamente sobre la tierra húmeda. Sentía un terrible dolor allí donde la criatura le había clavado las garras, pero igual se impulsó hacia adelante, tratándose de liberarse del agarre. No funcionó. Entonces vociferó, una mezcla entre grito y llanto, mientras era arrastrada por la criatura en contra de su voluntad.

La criatura la volteó violentamente, rugiéndole sobre el rostro con las fauces bien abiertas, enseñándole todos los dientes, y ella se cubrió el rostro con los antebrazos cruzados, muerta de miedo. Sentía el peso de esa cosa aplastándola, quitándole el aliento, y se obligó a cerrar los ojos, preparándose para lo que estaba por venir. Se lo imaginó: sus dientes afilados clavándose sobre su carne, arrancándole la piel sin esfuerzo; y se estremeció, aguardando por un dolor que jamás llegó. En lugar de eso, súbitamente fue liberada del peso que tenía encima, al mismo tiempo que pudo oír los gruñidos graves de una especie de animal.

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