43.- Vidas pasadas

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Aurea corría hacia él

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Aurea corría hacia él. Tenía puesto ese vestido blanco que él le cosió a mano hace un tiempo. No era una belleza, pero ella lo amaba y lo usaba casi todo el tiempo. Por eso mismo tenía las mangas desgastadas, ya no era tan blanco como cuando lo estrenó, y pronto tendría que dejar de usarlo. Crecía muy rápido, y su vestido blanco favorito ya no iba a quedarle. La principal preocupación de Charsel era con qué iba a vestir a su hija en el invierno cuando ya no le quede la ropa.

—Papi, papi —gritaba ella muy feliz.

Algo bueno tuve que suceder, porque Aurea nunca reaccionaba así. Él se agachó para recibirla en sus brazos, y conforme se acercaba notó que llevaba algo en una mano. Lo apretaba.

"Esto no está pasando", se dijo de pronto. No podía ser real. Porque Aurea ya no estaba en el norte, ni siquiera era una niña. Era un recuerdo muy real, una alucinación tal vez. Pero cuando sintió el cuerpo de su hija aferrándose al suyo dejó de pensar en la realidad. Ahí estaba mejor. Ahí no sufría, al menos en sus sueños podía abrazar a su pequeña.

—¿Qué pasó, mi cielo? —preguntó él mientras acomodaba sus cabellos.

—Hice lo que me enseñaste, le recé mucho al espíritu que cuida a las niñas. Le pedí al espíritu bonito que nos ayudara, le dejé galletas con los frutos rojos que recogemos del campo. Y mira, ella llegó. —Aurea extendió su mano y le enseñó unas pepitas de oro. Charsel abrió los ojos con sorpresa y sintió un alivio indescriptible. Con eso podrían vivir tranquilamente unos meses.

—¿Dónde lo encontraste?

—Me quedé dormida, y los vi a mi lado. El espíritu lo dejó ahí, sentí su olor a mar —contó muy animada—. Y también la vi.

—¿En serio? —preguntó con sorpresa. Esa no se la esperaba.

—Si, papá. Es bonita y pelirroja, tiene un vestido que brilla, y sonríe. Se fue rápido y la vi, ella nos dejó esto.

—El espíritu siempre acude a ayudar a las niñas que creen en ella de verdad y la necesitan —aseguró Charsel.

Sabía que muchos padres le decían eso a sus hijas, pero no lo creían en verdad. Eran leyendas del viejo mundo que repetían sin tener la certeza de su veracidad. Él sí, él sabía de esas cosas. Si su hija decía que vio al espíritu protector de las niñas entonces era cierto. Y le alegraba que ella acudiera a su llamado.

—¿Qué vamos a hacer, papá?

—Haré magia. Voy a convertir este oro en dinero. —Charsel movió los dedos de su mano sobre su nariz, acariciándola despacio. Aurea rió por las cosquillas.

—¿Y después?

—Después traeré comida a casa. Y te compraré otro vestido blanco.

—Pero a mí me gusta este, papi. No quiero otro.

Memorias de Xanardul: Las escogidas [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora