47.- La iniciación

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Aurea estaba convencida que la desgracia de su vida se basaba en su mágico poder de tomar malas decisiones

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Aurea estaba convencida que la desgracia de su vida se basaba en su mágico poder de tomar malas decisiones. Siempre era lo mismo. No se caracterizaba por sus decisiones estratégicas, la mayoría de sus planes eran a corto plazo y para salir de apuros, tampoco se detenía a pensarlos a detalle. No era una persona calculadora, sino todo lo contrario. Y aunque casi siempre estaba llena de dudas sobre cómo proceder, al final acababa tomando la peor de todas las opciones, consciente que a la larga se iba a arruinar.

Así se sentía pensando en lo suyo con Ethel. Por un momento se sintió tan segura de poder alejarlo, de hacerse con el mando y poner a ese condenado vampiro en su lugar. El miedo la tenía alterada desde que regresó del bosque. Petrus seguía cerca, de seguro regresaría a Etrica en cualquier momento y ella no se sentía lista para enfrentarlo. Suficiente con tener que lidiar con Petrus, no quería problemas con un vampiro manipulador que de seguro pensaba en someterla. ¿No era así como pensaban todos los de su clase? ¿No era eso lo que siempre querían? América tenía razón, lo mejor era alejarse de él antes que sea demasiado tarde.

¿Y qué hacía ella? Pues caer en sus brazos como una estúpida y besarlo como si no hubiese mañana. Era una completa locura y estaba convencida de eso, pero no significaba que se arrepintiera.

Desde ese día andaba como en las nubes. No dejaba de pensar en la maravillosa sensación de estar con él, besarlo, sentir que de alguna forma la quería. Casi no podía controlarse en medio de sus clases por fantasear con esos labios tan suaves paseándose por toda su piel. Ni siquiera debería pensar que Ethel sentía una especie de afecto más allá del deseo por ella, era imposible. Pero... ¿Y si de alguna forma la quería? Se había dado cuenta cómo la miraba, cómo se preocupaba por ella. Sus palabras se repetían en su cabeza una y otra vez. Quizá había algo más. Quizá...

—Tú también piensas que he enloquecido, ¿verdad? —Le preguntó a la lechuza blanca antes de suspirar. La lechuza Adama, un espíritu protector del aquelarre Fiurt. Esta tenía una mirada vivaz, y a su pregunta, respondió moviendo la cabeza—. Obvio, todos lo piensan. Apuesto a que te sabes todo el chisme completo, allá en el plano paralelo de espíritus se enteran de todo. —No contestó, solo la miraba. Claro que Adama lo sabía todo, tal vez hasta su identidad como Asarlaí.

Estaba esperando en uno de los patios del Palacio Blanco. Así le llamaban a la sede principal de las Fiurt en Etrica, el lugar que acogía todo el saber de su aquelarre, donde educaban a las iniciadas. También guardaban hechizos y grimorios a los que no cualquiera tenía acceso. El Palacio Blanco contaba con salones de sanación, áreas administrativas, un vivero y huerto, consultorios, habitaciones para alojar hermanas de otras ciudades, y más sitios a los que Aurea aún no tenía acceso. Pero ahí sí podía estar, en un patio con un bello jardín, flores y aves.

No todas las aves eran simples animales, Aurea conocía a la mayoría de ellas. No eran de la misma categoría de Adama, quien protegía a las Fiurt. Esas aves eran también espíritus o guías espirituales que se quedaban en el Palacio, y estaba segura que varias de ellas la escuchaban atentamente mientras hablaba con Adama. Para confirmarlo, un gorrión se posó en su regazo y la miró. Aurea sonrió de lado al verlo.

Memorias de Xanardul: Las escogidas [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora