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El sonido de la puerta lo despertó. Estaba sediento, habían pasado muchas horas desde la corta visita de Horacio, y sentía la espesa sangre acumulada en su cabeza.

—Joder, esto tiene mala pinta eh abuelo— levantó un poco la vista y vio a Gustabo con una especie de esponja y gasa en la mano.

Sintió chorros de agua con sangre caer por su cara y un escozor en la zona de la cabeza. Gimió un poco por el dolor.

—Shh tranquilo, no queremos que se infecte ¿Verdad?

Gustabo siguió limpiando la herida con cuidado, podría haberle dejado con la cabeza abierta pero debía admitir que ver a Conway en esas circunstancias le dejaba un mal sabor de boca.

—Vas a necesitar unos puntos.

—Gustabo...— susurró débilmente.— ¿Por qué haces esto?

—¿El qué? ¿Curarte? ¿Tampoco me vas a dar las gracias por esto?— Conway se quedó callado creando un silencio entre ambos— Vale Conway, coge aire, esto te va a doler.

—Peores cosas he pasado, capullo— Gustabo sonrió. Ese era su Conway. No le interesaba destrozar a un Conway débil, quería mirar a los ojos y ver ese poder que al homnbre trajeado le caracterizaba, no debilidad. El super cerró los ojos y apretó los puños al sentir la aguja atravesar su piel.— ¿¡Pero tú sabes hacer esto!?

—Que si, que me he visto un tutorial en Youtube— bromeó Gustabo notando como el mayor se enfadaba.

—¡Anormal! ¡Anormal de carrito! Déjame.— Conway empezó a moverse a los lados, desesperando a Gustabo.

—Calmese viejo que te va a dar un infarto. Tranquilo— Conway se dejó hacer aguantando el dolor.— Bien. Ahora podemos hablar. Ayer estaba muy nervioso, pero hoy ya estoy más calmado. Ya sabes la emoción de haberte atrapado. Debes admitir que lo hicimos bien eh

—Ajá— fue la única respuesta que obtuvo del mayor.

Gustabo cogió un vaso, lo llenó de agua y se lo dio a Conway, quién bebió con ansias.

Gustabo se sentó justo enfrente de Conway sin decir nada. Ninguno abrió la boca, solo se miraban. La tensión era palpable en el ambiente.

— ¿Disfrutas manipulando a Horacio de esta forma? Sabes que esto no es lo que él quiere, él era feliz en el cuerpo

—Llevo alrededor de 40 años cuidando de él ¿Me vas a decir tú, que es lo mejor para Horacio?

—¿Lo mejor para él o para ti, Gustabín?

—Para los dos. Nos he mantenido vivo desde pequeños haciendo lo que hiciese falta.

—¿Y yo no os he protegido? Desde que llegasteis a la ciudad he estado ahí para ustedes, os salvé el culo en más de una ocasión, incluso cuando estabais haciendo el idiota os ayudaba.

Gustabo soltó una sonora carcajada ante la rabia con la que hablaba Conway, quien intentaba no mostrarse dolido por la traición de Gustabo.

—¿Qué pasa, Conway? ¿Le tienes miedo a la muerte? ¿Vas a empezar a rogar por tu vida? Deja de comerme el coco ¿no ves que estoy muy loco?— y más risas. El sonido de esas risas le daban asco a Conway, era la risa de un lunático en su mayor expresión. No encontraba rastro del Gustabo que conoció en aquella persona.

—Sabes que nunca haría eso. Mátame, no tengo problema, si es lo que quieres...pero no creo que sea lo que necesitas.

—¿Y qué necesito yo?

Conway se mantuvo unos minutos en silencio, provocando la desesperación en Gustabo.

—Una vida dura eh Gustabín— esa frase descolocó a Gustabo— No merecías lo que te hicieron tus padres, eras muy pequeño ¿Tienes miedo al abandono o al verte otra vez solo?— Gustabo cerró los puños, no le gustaba el camino que estaba cogiendo esta conversación. Aún así lo dejó hablar— Y entonces como un rayo de luz llegó el pequeño e inocente Horacio. Ese niño que te adoraba y te veía como a su héroe. Ese niño que si pensaba que eras importante y siempre estaba a tu lado. La primera persona que supo valorarte no como tus padres...

Mi Comisario Bombón. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora