Epílogo

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Habían pasado unos cuantos de meses desde que Gustabo cerró los ojos para siempre. Conway se las ingenió para hacerle un entierro como si fuera un agente más del CNP, se sentía responsable de otra muerte más y esta le pesaba demasiado.

Horacio estaba tirado en la cama de la casa donde vivían antes Emilio, los primos, Gustabo y él, pero ahora solo compartía hogar con la soledad. El mexicano tras enterarse de la muerte de Gustabo se volvió loco y culpó a Conway de otra muerte más, junto con la de Pablito. Horacio nunca había visto a Emilio enloquecer tanto como en ese momento, como gritaba, como amenazaba y finalmente como se rindió ante el dolor y comenzó a llorar. Se volvió a su tierra natal donde dijo que intentaría cerrar heridas. Segismundo y Rogelio siguieron con su vida, lo último que sabía Horacio es que ambos estaban en federal. Todo su mundo se había desvanecido en muy poco tiempo.

Decidió levantarse, ponerse algo arreglado e ir al cementerio. No había ido desde el entierro, es que no podía ir. La sola idea de plantarse delante de la tumba de Gustabo le creaba un dolor inhumano, como si lo estuvieran desgarrando por dentro. Se miró en el espejo y notó lo demacrado que estaba, había perdido mucho peso ya que apenas comía y bajo sus ojos eran notorias las ojeras. Había días que no dormía, compartiendo conversaciones imaginarias con la botella y otros que ni siquiera despertaba. Había perdido completamente el rumbo de su vida. Al final Gustabo era el capitán del barco, y al no estar, Horacio se encontraba navegando a la deriva.

Llegó al cementerio, el cual estaba vacío, cosa que agradeció por dentro. Llegó hasta la tumba de Gustabo, que estaba a unos metros a la izquierda de la de Ivanov. Leyó el nombre de su amigo tallado en piedra y sintió como las lágrimas corrían por su cara sin control.

—¿Por...por qué Gustabo? ¿Por qué me...me has hecho esto?— preguntaba entrecortado a causa del llanto— Yo te necesito— cayó de rodillas, abrazando la tumba mientras miles de recuerdos juntos a su amigo pasaban por su mente.

En ese momento sintió unos fuertes brazos rodearlo. Se hizo pequeño entre esos brazos y se dejó consolar por el calor que ese sujeto desprendía mezclado con cierto olor a alcohol y perfume.

—Ya está pequeño, ya está— la voz ronca de Conway unido a ese tono suave que había utilizado con él fue suficiente para que Horacio terminara de romperse. Conway lo sujetó con más fuerza mientras le acariciaba el pelo.— Horacio la muerte convive día a día con nosotros, está en todos lados, es un fantasma que nos persigue y al cual nunca queremos enfrentarnos. Pero siempre llega el día en que su mirada se encuentra con la nuestra, y en los mejores casos eres tú quien se va con ella.— Agarró el rostro de Horacio obligándolo a mirarlo— Como ya te dije Gustabo dio su vida por todos nosotros, y sabes tanto como yo, que no le gustaría verte así. Llevas meses sin responder a mis llamadas ni a las de Volkov, y he querido dejarte espacio pero ya está bien.

Horacio se levantó con la ayuda de Conway y se secó las lágrimas. Ambos miraron hacia la tumba en silencio. El superintendente había estado visitando esa tumba cada día, incluso llegaba a quedarse horas allí parado imaginando todo lo que pudo ser pero no fue. Sintiendo como la amargura crecía en él y rogándole al cielo que se lo llevase ya, que no podía más. Demasiadas muertes cargaba en su espalda, demasiados rostros lo visitaban cada noche.

—Debes volver a comisaría, te vendrá bien— habló después de un pesado silencio Conway.

—No puedo. No puedo hacer nada.— Horacio se quedó en silencio nuevamente, deseaba expresarse, pero para ello debía ordenar su mente y controlar el dolor.— Es que aún me cuesta aceptar que no está, cada día al levantarme, lo primero que hago es buscar su número en mis contactos mientras pienso: “A ver que tiene pensando Gustabo para el día de hoy ” y entonces como un balde de agua fría, la realidad me golpea. La realidad de que no me va a coger el teléfono, la realidad de que ya no está y de que nunca lo volveré a ver, ni oír, ni abrazar...— volvió a coger aire cuando sintió que se iba a romper. Conway lo miró con pena, sabía perfectamente por lo que estaba pasando— Y entonces recuerdo el día que me dijiste que Gustabo me manipulaba, como estuve una noche entera pensando sobre eso y sobre si Gustabo me hacía bien o mal, como en un momento me convencí de que quizás lo mejor era alejarme de él... Pero ahora que no está, ahora veo lo difícil que es ¿Sabes que hubiera sido yo sin Gustabo?

Mi Comisario Bombón. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora