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—¿Subimos la intensidad?— le susurró Gustabo al super rozando sus labios. El superintendente movió la cabeza hacia atrás para conseguir distancia. Gustabo sonrió antes de besar el cuello de Conway. Besos que estaban volviendo loco al super.

—Gustabo— su voz sonó más ronca de lo normal debido a la excitación.

El nombrado hizo oídos sordos y siguió apretando con sus labios la piel del cuello de Conway. Con su mano derecha acariciaba su torso, mano que fue bajando hasta colarse por debajo de los pantalones del mayor. Acarició el miembro de Conway consiguiendo sacar pequeños gemidos de este.

—¿Quieres que pare?— le preguntó en un tono bajo mientras sus dedos bajaban y subían por el miembro del mayor. Pasó su lengua por la comisura del labio de Conway quién abrió la boca a causa de la excitación. En ese momento Conway se estaba dejando llevar, necesitaba sentir la lengua húmeda de Gustabo en su boca. Nunca se había planteado que era lo que sentía por ese hombre respondón, pero desde hace tiempo sabía que atracción si que existía. Aunque una alerta en su cabeza solo sabía repetirle: Te está manipulando.

—Quiero follarte

Gustabo sonrió ante lo dicho por Conway para después besarlo. Mientras se besaban Gustabo se desprendía de sus pantalones y calzoncillos para cumplir el deseo del super. Alineó el miembro de este con su entrada y con lentitud se lo fue introduciendo, acompañado de los sonoros y placenteros gemidos de Conway. El cuál mordió el labio inferior de Gustabo al final de un beso y empezó a mover su cadera buscando más profundidad. Era deseo puro lo que sentían. Ansias de sentir el placer que el otro les podía proporcionar, de convertir todo el dolor y la desesperación acumulada durante los últimos meses en placer, calor. Uno era la llama y el otro la gasolina y estaban dispuestos a arder en pasión.

Las manos de Gustabo entre el pelo de Conway, moviendo su cadera de arriba a bajo con rapidez sintiendo un placer que daba por perdido.
En ese baile sus miradas se encontraron. Miradas llenas de lujuria y de poder. Dos lobos solitarios mirándose fijamente, rugiéndose con rabia, desafío y necesidad.

Esta vez fueron los labios de Conway los que buscaron los de Gustabo. Se le nubló un poco la vista cuando sintió que se venía y en un último y fuerte gemido lo hizo. Gustabo se abrazó al cuerpo de Conway quedándose aún sobre él. Ambos estaban recuperando la respiración. Joder que maravilla. Pensaron. Gustabo se quitó de encima de Conway, se subió los pantalones y se dirigió a la puerta sin decir nada.

—Gustabo, déjame acabar con él, me arrebató a mi familia. Si después sigues queriendo matarme, adelante.

El de bigote cerró la puerta tras él después de escuchar la petición y se dirigió a la parte de arriba, quería hablar con Horacio. Miró en la sala de la televisión, allí estaban todos menos el que el buscaba.

—¿Cómo está el viejo?— preguntó Emilio al notar la presencia de Gustabo. No pudo evitar fijarse en el aspecto de este. Labios hinchados, la piel roja por la zona de su cuello y esa forma tan peculiar que de repente había adquirido al andar.

—Bien ¿Sabéis dónde está Horacio?— Todos negaron con la cabeza.

—Alomejor sigue durmiendo ¿Has mirado en la habitación?— sugirió Segismundo. Gustabo asintió y dio media vuelta para ir hacia arriba.

Emilio lo siguió y en la escalera lo agarró del brazo haciéndolo girar.

—¿Qué has hecho con Conway pinche joto?

— Nada, no he hecho nada— le contestó Gustabo soltándose del agarre de Emilio.

El mexicano no aguantaba la mentira y mucho menos cuando le mentían en su propia cara. Empujó con fuerza a Gustabo pegándolo contra la pared, acorralando a este.

Mi Comisario Bombón. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora