Capítulo 10 | Impacto candente

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La jornada llegó a su fin y por suerte aquella vez no tuvimos que hacer horas extra; un golpe de suerte ya que esa noche me encontraba muy cansada, aunque eso me impedía encarar a Connor para hablar a solas. Eso me daría un poco más de tiempo para preparar lo que le diría, no obstante, antes de salir me interceptó con el rostro serio.

—Annabelle, ¿Quieres ir a tomar algo? —Su petición me desconcertó al verlo tan serio. Sin embargo, el brillo cautivador refulgiendo en el interior de sus ojos delataba claramente sus intenciones.

—De acuerdo —acepté aún sin comprender—, debo hablar contigo.

Sin mediar palabra, cerré la puerta trasera del restaurante y nos encaminamos hacia el bar que se encontraba a tres calles. El ambiente estaba oscuro y nuestros pasos eran solamente iluminados por las farolas de las calles. La noche se encontraba estrellada y el resplandor de la luna iluminaba los rasgos exóticos de mi acompañante.

A medida que íbamos avanzando, más lo examinaba de reojo. Su mandíbula marcada se encontraba tensa y su respiración comenzó a acelerarse provocándome confusión.

—¿Quieres dejar de observarme así, Annabelle? —masculló con la voz ronca.

—¿Así, cómo? —murmuré tímida.

De pronto, tomó mi brazo y me adentró en un callejón. Sumidos en la oscuridad, me empujó contra la pared de ladrillos y me encerró con su cuerpo sin dejarme escapatoria. La sangre se agolpó en mis mejillas tiñéndolas de un color escarlata y mi respiración se entrecortó al ver sus ojos dilatados incapaces de esconder una maniática lujuria incontrolable.

—Así, con esos ojos inocentes. ¿No te das cuenta de lo que me provocas, Belle? —susurró en un tono confidente al tiempo que empujaba su erección contra mi vientre provocándome un jadeo de sorpresa—. Hace semanas que intento ocultar el deseo que siento hacia ti. El deseo de poseer tu boca, tu cuerpo. Poder saborear cada centímetro de tu cuerpo es mi gran anhelo, pequeña.

—¿Y por qué no lo haces de una vez? —dije mirándolo fijamente a los ojos.

—Porque soy peligroso para ti... —declaró desesperado—. Pero no me has puesto las cosas fáciles, pequeña. Te he advertido, te he pedido que te alejes de mí. Y aun así no me has hecho caso y has vuelto a mí.

De repente, mi cuerpo se petrificó. Cada pieza fue colocada en su lugar. Cada pequeño misterio resuelto; su familiaridad, sus ojos avellana, sus músculos definidos, sus cálidos labios. Todo aquello pertenecía al mismo dueño, el cual siempre estuvo frente a mí pero yo no pude verlo.

—Engel... —susurré cohibida.

Lentamente, acercó sus labios a mi oreja derecha y susurró con tono enronquecido, ronzando levemente mi lóbulo causándome escalofríos: —Has sido una chica muy mala, Annabelle.

Mi respiración se detuvo y al mirarlo a los ojos sentí una emoción arrolladora en el centro de mi pecho al poder ver su rostro sin la máscara. Mi mente no lograba articular palabra alguna y él, al notarlo, aproximó sus labios a los míos y me besó con fiereza.

Sus grandes manos ahuecaron mis mejillas y el ritmo de su lengua al adentrarse en mi boca se volvió exigente y demandante. Sin más demora, pasé mis manos por su cuello y las suyas fueron bajando lentamente en una lenta caricia hasta posarse delicadamente sobre mi trasero para posteriormente, apretarlo con pasión contra sí arrancándome un jadeo al sentir aún más el gran bulto en sus pantalones.

—Así es, pequeña. Siéntelo...

Su voz ronca y excitada nublaba mis sentidos impidiéndome responder ya que atacó nuevamente mi boca con aún más fervor. Mis manos desordenaban su cabello a la vez que las suyas se movían desesperadas por todo mi cuerpo hasta adentrarse por debajo de mi camisa y acariciar mi espalda con suavidad.

Detrás de la máscara ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora