Si el señor Connor Miles creía que me iba a bastar con una simple respuesta como la suya, se encontraba muy equivocado. Bien, es posible que exagere y le dé más importancia de la que merece a su actitud, pero algo debajo de esa fachada de actuada frialdad ponía en alerta mis más llamativos instintos. O puede que sea el simple hecho de haber sido indirectamente rechazada y haya herido mi ego femenino, pero no tenía nada que perder en ese momento.
Dos semanas habían pasado desde ese incómodo encuentro con Connor. Desde ese momento, se había encargado de evitar quedarnos a solas por más de unos minutos y los pocos momentos que lográbamos tener a solas eran llenados con embarazosos silencios que ninguno de los dos intentaba romper. La tensión entre ambos era palpable, sin embargo aún no lograba deducir debido a qué había sido producida.
El viernes llegó y como siempre, Anna quería salir y arrastrarme consigo para evitar inundarme en mi miseria. No me malentiendan, amaba a mi mejor amiga y valoraba mucho su esfuerzo por ayudarme, sin embargo, me sentía bien. Estuve tan ocupada esas últimas semanas que no me había detenido a pensar en mi ex prometido; a pesar de que este no se hubiese dado por vencido e intentase de todas las maneras posibles recuperarme, pero ya era tarde. Aún debía hablar con mi madre y continuaba posponiendo esa charla el mayor tiempo posible.
Me encontraba recostada en el sofá cuando de pronto, el timbre del departamento sonó anunciando la llegada de Anna.
—Ni se te ocurra negarte porque esta vez te llevaré a rastras si no accedes voluntariamente —Fue lo primero que dijo al abrir la puerta sin darme tiempo a saludarla siquiera.
—¿No te das por vencida, cierto? Ven, pasa —Anna entró al lugar como si de un torbellino se tratara y de inmediato se dirigió a mi habitación.
—Ya mismo entraras a esa ducha y te arreglaras porque hoy salimos, friend —dijo observándome con las manos en las caderas y el entrecejo levemente fruncido.
—Anna... —suspiré con pesar—, estoy agotada. Hoy fue un día pesado y...
—Annabelle... —me interrumpió decidida a darme uno de sus famosos sermones pero al ver mi expresión taciturna, relajó de inmediato el gesto y se acercó a mí dispuesta a darme un abrazo—. Yo sé que esto debe ser difícil para ti pero Frederick no es el único hombre sobre la tierra. Sí, puede que lo hayas amado, pero por amor nadie muere. Te has pasado siete años de tu vida privándote de tu libertad a causa de sus celos enfermizos, privándote de salir, Bell, de vivir. Lamento ser quién te diga esto, pero era hora de que abrieses los ojos y comiences a darte cuenta de los momentos que te estabas perdiendo de tu juventud. Los años pasan, cariño; y me niego a dejar que sigas prohibiéndote a ti misma hacer lo que tanto te gusta.
—Lo sé, Anna. Sé que intentas animarme pero siento que ya es demasiado tarde. Ya ni recuerdo lo que era salir a una fiesta y pasarla bien sin tener que dar constantes explicaciones a alguien sobre dónde o con quién estoy.
—No, te equivocas, no es tarde —exclamó tomándome fuertemente de las manos y mirándome a los ojos—. Es hora de que comiences a ser tú misma de verdad y hagas todo lo que adoras y has dejado de lado solamente porque ese imbécil no lo aprobaba.
Después de mucho pensarlo, decidí: —¿Me ayudas a elegir que ponerme esta noche?
Y con una sonrisa guasona, Anna me guiñó un ojo y asintió feliz por haber ganado esta batalla. Bien, puede que con Frederick haya tenido una relación bastante tóxica y asfixiante pero nunca me negué a eso y era feliz sacrificando algunos viejos pasatiempos por él, pero ya era momento de comenzar a divertirme de verdad.
—¿Puedes decirme de una vez a dónde vamos, Anna?
—¿Quieres tranquilizarte? No vamos a ningún lugar ilegal, mujer. Solamente vamos a divertirnos y ya te dije que era una sorpresita. Además, estoy segura de que te gustará; es una especie de regalo por haber accedido tan fácilmente esta noche.
No volví a abrir la boca. El interior del auto de Anna fue sumido en un cómodo silencio siendo solamente interrumpido por la suave melodía proveniente de la radio. Al detenernos, las luces rojas del cartel de bienvenida iluminaron mi rostro y automáticamente mi respiración se volvió irregular.
—Sorpresa...—canturreó mi amiga en mi oído—. Sabía que te iba a gustar este lugar pero no creí que tanto, deberías ver el brillo en tus ojos, amiga.
Atrapada por mi mejor amiga, la observé atónita en el momento en el que lanzó una estridente carcajada observándome con una mirada cargada de picardía. Frente a mí, se encontraba el bar al que habíamos asistido anteriormente: Angel's. El lugar donde frecuentemente se organizaban shows de strippers, el lugar donde viví la mejor noche de mi vida, el lugar donde conocí al joven cuyo cuerpo me sedujo al ritmo de una música completamente erótica.
—Perfecto, entremos. A ver si esta noche te reencuentras con tu príncipe erótico de la otra noche...
No dije nada, me mantuve callada, a pesar de que interiormente deseaba que sucediera exactamente eso, quería verlo, no podía negarlo. A pesar del nuevo sentimiento encontrado, caminé a la puerta del local con una inseguridad completamente fingida junto a mi amiga ataviada en un precioso vestido color coral ajustado, mientras que yo llevaba un top blanco y una falda color carmesí que acentuaba aún más mis abundantes caderas.
El hombre que cuidaba la entrada nos escaneó con una mirada provocadora, asintió con una sonrisa satisfecha y nos dejó pasar, y al momento en el que cruzaba el umbral susurró en mi oído: —Si te apetece, luego búscame, bombón.
Lo miré incrédula. Definitivamente el hombre no estaba para nada mal; era de piel pálida con unos impresionantes ojos azules y cabello azabache. Su cuerpo era robusto y los músculos se traslucían debajo de la ajustada camisa que llevaba puesta. Su sonrisa era perfecta, acompañada con unos bellos hoyuelos; todo en él era sensual.
Seguí mi camino en silencio con las mejillas completamente ruborizadas, bajo su atenta mirada. Al alcanzar a mi amiga, esta me miraba atónita. Le hice una seña para que buscásemos una mesa libre ignorando aquel momento anterior, con un poco de suerte ella también lo ignoraría. Aunque, a estas alturas dudaba de la existencia de esa palabra en mi vida, y ese momento me lo confirmó ya que apenas nos sentamos, Anna comenzó a bombardearme con miles de preguntas.
—¿Eres consciente de la manera en la que ese tipo te miraba? Por un momento creí que saltaría encima de ti y te acorralaría contra la pared. ¡Por Dios! Eso fue realmente caliente.
—Anna, ¿Quieres tranquilizarte? Fue simplemente una interacción, no hace falta que exageres.
—Amiga, ¿Tú realmente no te das cuenta de lo que provocas en los hombres e incluso algunas mujeres? Debo admitir que al conocerte yo también me sentí algo atraída por ti.
—Anna, ya basta. Tú misma sabes que los hombres miran así a cualquiera que tenga buen trasero. Además...
Enmudecí de inmediato cuando todas las luces se apagaron. Sabía lo que aquello significaba, él estaba allí. Él estaba a punto de comenzar su show, allí, a pocos metros de mí. Y no me equivocaba. Al darme vuelta en mi lugar, pude verlo. Su pecho gloriosamente desnudo y brillante bajo las luces rojas. Los músculos de su cuello se tensaron al girar el rostro enmascarado como la última vez mostrando simplemente los ojos, con los cuales escaneó el lugar hasta detenerse en mi dirección. Mantuvimos el contacto visual por varios minutos en los cuales el mundo a mi alrededor pareció desaparecer y cuyo único sobreviviente era aquel perfecto hombre moreno.
Rogaba que mis pezones endurecidos no se vislumbraran bajo la tela del top ya que no llevaba sostén, sin embargo, las reacciones en mi cuerpo al verlo eran completamente involuntarias, siendo incapaz de controlarlas. Mi ritmo cardíaco pulsaba con fervor y de repente comenzaba a sentir mucho calor provocando que mis muslos fueran firmemente cerrados y apretados el uno contra el otro.
Aquel hombre debió darse cuenta de las reacciones que provocaba y pude sentir como sonreía bajo la máscara, exponiendo a través de sus ojos el completo orgullo de ser el origen de aquello. La música comenzó a sonar, provocando que todas las mujeres del lugar estallaran en gritos dirigidos a él.
Las luces titilaron y él dio media vuelta sobre el escenario, dejando ver los tensos, duros y marcados músculos de su espalda.
Su show solamente acababa de comenzar, y yo estaba encantada de ser espectadora de aquello.
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Detrás de la máscara ©
Romance«Al final del día, es inútil esconderte tras la máscara cuando tú mismo logras delatarte» Annabelle Carter creía tener la vida perfecta. Creía ser la protagonista de su propio cuento de hadas al lado de su amado príncipe azul. Sin embargo, una serie...