Capítulo 3 | Problemas

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Al bajar de la tarima, aún me encontraba acalorada por completo. Mis pezones se irguieron recordando una y otra vez su voz tan masculina susurrando: "Chica mala", en mi oído y luego sentir una dureza rozar contra mi vientre.

—¡Aquí estabas! Te pierdo de vista un momento y cuando menos me lo espero me encuentro a mi amiga refregarse contra ese hermoso dios griego bailarín —Anna me tomó del brazo pero estaba tan distraída con lo que acababa de suceder que escuchaba su voz lejana perderse con la música del lugar—, hey, Bell, ¿Me oyes o te has quedado allí arriba?

Parpadeé confundida observándola para al fin poder responderle—. No, yo... —tartamudeé sin saber qué decir. De repente sentí mis mejillas arder bajo su mirada pícara.

—Sí, definitivamente ese bombonazo te comió la lengua y no de la forma en la que te habría gustado.

—¡Anna, por Dios! —exclamé con las mejillas completamente sonrojadas—. Mejor sigamos con tu plan.

—Como tú digas. Agradece que estoy ebria pero mañana no te salvarás de mi interrogatorio.

Con un poco de suerte, en la mañana no se acordaría de lo vivido esa noche. Al terminar el espectáculo de los bailarines, estos se retiraron y a continuación, el lugar se llenó aún más de personas, tanto masculinas como femeninas. La música cambió a una más movida y las luces estroboscópicas pasaron de ser rojas y púrpuras a una explosión de colores por todo el ambiente.

Había perdido la noción del tiempo y comenzaba a sentirme mareada luego de cuatro tragos. Bailamos juntas sin prestarle atención a los hombres que se nos acercaban, esa noche sólo éramos mi mejor amiga y yo, en definitivamente la estaba pasando mucho mejor de lo que esperaba.

Agité mi cabello al compás de la música, de un lado a otro; movía las caderas con lentitud provocando la atención de varias personas pero poco me importaba en ese momento. Al cerrar los ojos, me encontraba simplemente con la música logrando olvidarme de todo.

Al abrir los ojos y alzar la vista me encontré con un rostro completamente atractivo, un rostro conocido; Connor. No tenía idea de que frecuentaba el lugar pero poco me importó en ese momento. Su mirada no era la misma de esa mañana; en ese instante me observaba con excitación y anhelo. Me dí vuelta dándole una perfecta visión de mi trasero moviendo las caderas y al girarme pude ver como aferraba sus manos a la barra del sector vip, observándome fijamente con la mandíbula tensa.

Dirigiéndole una mirada coqueta y guiñando un ojo me retiré del sitio llevando a mi amiga conmigo. Había sido suficiente y al ver que se encontraba demasiado perdida, nos fuimos en un taxi. Esa noche, Connor iba a tener suficiente material para la imaginación pero definitivamente no se la iba a poner tan fácil.


Me equivoqué por completo aquella noche, al creer que Anna dejaría pasar lo sucedido. Si había una característica que predominaba en mi mejor amiga, era aquella de recordar absolutamente todo luego de una borrachera, y aprovechando esto, Anna no paró de recordarme al stripper que logró mojar mis bragas. Mi resaca se basó en soportar los parloteos de ella mofándose de mí. Sinceramente, no supe cómo logré soportarla.

El lunes llegó y con él, mis ganas de morirme. Bien, el fin de semana había sido estupendo en compañía de mi mejor amiga, pero al momento de su partida, y en medio de la soledad, mis pensamientos se agolparon unos contra otros en mi cabeza impidiéndome conciliar el sueño de la manera correcta. Probablemente ese día seria agotador.

Al estar frente al espejo del baño, me quedé estupefacta ante el tamaño de las ojeras bajo mis ojos provocando que el color pálido de mi piel se enfatice. Me adentré en la ducha y de inmediato mis músculos se relajaron al entrar en contacto con el agua caliente. Mi vista quedó fija en los azulejos y de pronto todo lo sucedido me cayó como un balde de agua helada. Ya no sentía el agua caliente sobre mi cuerpo. Comencé a preguntarme cómo fue posible que mi vida haya dado un giro tan drástico en unos pocos días. Supongo que al estar sola, tuve más tiempo para asimilar todo lo sucedido y finalmente, comenzar a aceptarlo.

Salí de la ducha y comencé a prepararme para comenzar el día. Suficientes lágrimas habían sido derramadas y era hora de comenzar a vivir nuevamente, después de todo, el llanto no iba a pagar las cuentas de casa.

Al llegar al trabajo, la incomodidad se pudo palpar en el ambiente. Pude visualizar a Nancy y su grupo de amigas, las camareras, al fondo de la cocina riendo en mi dirección con un celular en la mano. De inmediato me congelé, sea lo que sea que estuviesen viendo, tenía que ver conmigo, y una mala intuición se apoderó de mi cuerpo.

—Oh, buenos días, Annabelle. Espero que hayas tenido un buen fin de semana, comenzaba a preguntarme por qué no habías venido a trabajar el viernes como todos nosotros y comienzo a darme cuenta —Una sonrisa socarrona adornó su rostro de niña caprichosa.

—¿De qué estás hablando? —pregunté estupefacta. Había informado al jefe de mi ausencia excusándome usando un resfrío así que era imposible que ella supiera la verdadera razón.

—¿De qué hablo? Deberías verlo por ti misma, amorcito. —Oh, no.

Al entregarme su celular pude ver que en la pantalla se veía la imagen de la página de YouTube reproduciendo un video en ella. Y para mi no tan grata sorpresa, la protagonista del video era yo, donde se veía perfectamente la escena insultando a mi ex y quemando sus pertenencias. El video se titulaba "La loca despechada" y contaba con más de cien mil visitas. Esto era realmente malo, ya que fue subido a la misma hora en la que ocurrió todo aquello y eso constataba mi gran farsa para poder faltar al trabajo aquel día.

Dejé caer el móvil de mis manos provocando un chillido encolerizado de parte de Nancy y me llevé las manos a la cara en un inútil intento de calmarme. Esto no podía ser peor, era una cornuda, resentida y para colmo, protagonista de un video bochornoso que seguramente en ese momento esté circulando por todo el país siendo testigo de mi desgracia.

De repente unos pasos resonaron por todo el lugar, que de pronto se sumió en un silencio tenso. Al levantar la mirada me encontré con los ojos azules de mi jefe, quien no se encontraba nada contento al parecer. No dijo nada mientras sólo me observaba con decepción enmarcada en su rostro enmarcado con unas ligeras arrugas en su frente.

Analizó fijamente mi rostro por lo que se sintieron como horas para finalmente abrir la boca para pronunciar las palabras que me causarían un escalofrío que me recorrería el cuerpo por completo. —Tenemos que hablar, Annabelle. Te quiero ya mismo en mi oficina.

Pocas veces había escuchado al señor Philips hablar fríamente en todos los años en los que lo conocía. Él y mi padre, Morgan Carter habían sido íntimos amigos desde la secundaria, y desde el primer minuto en el que se conocieron, habían sido inseparables. Prácticamente mi jefe era como mi segundo padre y había sido un gran apoyo para mi familia luego del accidente de mi padre hace diez años atrás. Nuestra vida habría sido una catástrofe por completo de no ser por su ayuda y jovialidad. Su alegría era siempre una caricia al alma en un mal día y era un hombre muy comprensible.

Pero en ese momento, temí de verdad por mi trabajo. No podía permitirme perderlo luego de lo mucho que había trabajado y tanto mi madre como yo, dependíamos muchísimo de ese dinero.

Realmente me había metido en grandes problemas, admití. Y casi podía escuchar el susurro desvergonzado de aquel hombre misterioso susurrándome al oído; chica mala. 

Detrás de la máscara ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora