Capítulo 9 | Esencia de madre

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Cuando era pequeña solía ver a mi madre como una especie de heroína sin capa. Eso cambió a medida que fui creciendo al ver cómo defendía con garras a mi padre.

Con tan sólo veinte años, mi madre quedó accidentalmente embarazada de mí, y como un aburrido cliché, mi padre huyó asustado. Un año después volvió arrepentido suplicando un perdón que mi madre le concedió. Tiempo después, nació mi hermana pequeña; Samantha.

La feliz familia vivió en armonía hasta mi cumpleaños número quince, que fue cuando conocí la verdadera historia de la huida de mi padre tras mi nacimiento y cómo regresó para luego hacerse cargo de mi hermana pequeña, a la cual comenzaba a tenerle envidia.

Sammy es la pequeña, debes protegerla.

Sammy es la menor, es normal que le den más atención a ella.

Sammy fue planeada por causas del destino, pero la amamos tanto como a ti.

A todo esto, Sammy fue convirtiéndose en una niña malcriada completamente envidiosa de todo lo que yo tenía. Deseando pisotearme en la menor oportunidad. Sin embargo, ese mismo año, mi padre murió, dejándonos desamparadas, y sólo ahí, supe que era hora de dejar las rivalidades de lado. Le tuve gran rencor por abandonar a mamá pero no supe apreciar sus esfuerzos, había vuelto, había cambiado; pero yo no lo vi a tiempo como para lograr agradecérselo.

Su muerte fue un gran cambio en mi vida, me hizo abrir los ojos y darme cuenta que el tiempo es algo efímero, que se va en un pestañeo y no aprovecharlo con el amor de nuestros seres queridos es un error garrafal.

Para nuestra suerte, contamos con el apoyo de Philips, el mejor amigo de mi padre, quien a pesar de mi edad me contrató y me guió hacia donde estoy ahora.

Decidí dejar de lado mi enemistad y entender que no tenía por qué odiar a mi propia hermana y llegué a amarla sin condiciones. No obstante, ella no opinaba lo mismo sobre mí.

Disfrutaba hacerme sufrir, y con el correr del tiempo se convirtió en una arpía completamente falsa. Logró hacer creer a todos de su bondad, y hasta a mí logró engañarme, haciéndome creer que había cambiado y que me amaba pero su careta cayó aquel día en mi departamento.

Por esa razón, era momento de hacerle frente a mi madre y contarle lo sucedido, no podía seguir evitándola de esa forma con el único propósito de evitar su disgusto al enterarse del error de su hija menor.

Y allí me encontraba frente a su puerta, a punto de tocar el timbre luego de una semana buscando la mejor manera de confesárselo.

—¡Mi niña, cuánto tiempo ha pasado! —exclamó apenas verme al abrir la puerta.

Mi madre vive en un pequeño pueblo llamado La Conner, un hermoso pueblo histórico frente al mar ubicado entre Seattle y Vancouver, a la cual me mudé por cuestiones de trabajo, y cómo no, mi hermanita menor me siguió para vivir cerca de mí. Por lo tanto, no eran muy seguidas las ocasiones en las que lográbamos venir a verla.

—Pero si sólo han pasado tres semanas, mamá...

—¡Silencio! No sabes lo que son tres semanas para una madre sin ver a sus hijas.

—Un paraíso, me imagino —bromeé haciéndola fruncir el entrecejo.

—Cierra la boca y pasa, al fin vamos a estar todas.

—¿Cómo que todas... ?

—Justamente he estado hablando con tu hermana y le mencionaba lo mucho que extrañaba nuestras reuniones las tres juntas...

Maldición. Como si se tratara del diablo, piensas en ella y la desgraciada aparece. Y justamente en ese momento, apareció por el umbral de la entrada de la cocina con una expresión completamente sorprendida al verme. Pues claro, ninguna de las dos se esperaba la presencia de la otra.

Detrás de la máscara ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora