Capítulo 1 | Ira descomunal

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El día no había terminado de la manera en la que esperaba. El señor Milles resultó ser un casanova de primera demostrándolo al coquetear con cuanta chica se le cruzara. Pero bien, seamos realistas, yo no era de aquellas jóvenes ilusas que se enamoraban del primer idiota candente con músculos que le sonreía, era humana sí, no voy a mentir diciendo que no eran capaz de bajarme las bragas, pero era lo suficientemente inteligente como para reconocer que lo único que buscaban era una y solo una cosa en la vida; sexo sin sentimientos.

Y vamos, ¿Quién mejor que una reciente cornuda llena de resentimiento y en busca de venganza como yo, para ofrecerle tal muestra de placer a aquel dios griego sacado de las mejores fantasías eróticas de cualquier adolescente repleta de hormonas?

Pero volviendo a mi realidad, esa noche debía enfrentar al maldito que seguramente se encontraba en mi apartamento, y recalco el "MI" por ciertas cuestiones, esperando a dar sus explicaciones baratas.

Y como la protagonista de esta historia soy yo, una joven impulsiva y descarada, haría lo correcto. Y lo correcto era, obviamente, esperar a que mañana salga del departamento, tomarme el día libre y arrojar todas sus cosas por la ventana. Como toda mujer adulta y madura, sí señores.

Por lo tanto, esa noche me iría a dormir en lo de mi mejor amiga, Anna, quién me recibió gustosa en su pequeño departamento. Anna Williams era una hermosa morena de ojos verdes con una actitud bien descarada y una enorme fascinación por su pasatiempo favorito: Jugar con el corazón de sus parejas. Ella era bisexual y no había presa que se le escapara luego de haberle puesto en ojo en ella. Y no, ella no había tenido ningún pasado que la haya obligado a ser como era, simplemente era una perra porque quería y era algo que amaba de sí misma. En lo personal no es como si me agradara ese comportamiento suyo pero vamos, no soy quién para hablar de moralidad.

La noche pasó volando entre llantos, películas amorosas y botellas de vodka. Al otro día, el sol se filtraba por las cortinas color azul de su sala de estar. Anna acostumbraba a decorar todo su apartamento de su color favorito, azul en todos los tonos existentes. Comenzaba a preguntarme si habría tenido algún trauma emocional en cinco años de amistad que ya llevábamos.

—¡Amiga, arriba! —gritó desde su habitación rompiendo mis tímpanos. Pues claro, mi resaca era monumental luego de haber ingerido una cantidad exagerada de alcohol. Pero a ella no le importaba puesto que nunca sufría resaca alguna y despertaba al otro día brillando como una estrella. Pues sí, ella era la diva de las dos, y yo era una especie de indigente al lado de ella luego de una resaca.

—Déjame dormir, pedazo de zorra —mascullé contra el almohadón del jodido sofá.

—Nada de eso —exclamó tirando de la manta sobre mi cabeza y jalando de mis pies—. ¿Se te olvida de algo, cariñito?

Inmediatamente me incorporé y deseé no haberlo hecho, la cabeza me daba vueltas pero intenté ignorar el dolor y me fijé la hora en mi móvil; ocho y media de la mañana. Perfecto.


Abrí la puerta del departamento con las manos temblorosas; el miedo de enfrentarlo era mayor que la ira que tenía. Para mi buena suerte, aquel infeliz no se encontraba en el recinto. Supusimos que habría salido ya al trabajo.

Ignorando las detonantes palpitaciones en mis sienes a causa de la resaca me dirigí a la que era nuestra habitación en otros tiempos. La ducha fría no me había aliviado del todo así que me aseguré de ser rápida en el asunto.

Bien, siendo una adulta de 25 años definitivamente esperaban que mantuviera una conversación cordial con mi ex prometido y arreglar la ruptura de una manera pacífica; pero no. Les informo que yo no soy para nada madura, así que haría todo lo contrario que haría una persona normal, enloquecer.

Detrás de la máscara ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora