Capítulo 2 | Chica mala

77 16 7
                                    

Caos. Mi vida se definía en esa simple palabra de cuatro letras. Un absoluto y completo caos.

Allí afuera, destruyendo todo y comportándome como una demente me sentía como una perra inalcanzable y empoderada; pero detrás de la puerta de mi departamento y dentro de las cuatro paredes de mi habitación, era una magdalena que se escurría los fluidos que expulsaba su nariz a causa de los sollozos provocados por su ex.

Aquel comienzo de la primera noche en soledad luego de cinco largos años fue una de las más dolorosas. Vamos, yo no era de piedra como para ignorar las punzadas de dolor en mi pecho cada vez que veía una foto nuestra, que por cierto eran demasiadas. Todo el lugar se hallaba repleto de fotos nuestras, ya sea en cuadros, álbumes e incluso mi fondo de pantalla. Si creía que lo olvidaría de un día para otro, me había equivocado por completo, ¿Quién olvida cinco años de relación y dos años de amistad en una chasquido? Y la persona que sea capaz de hacerlo definitivamente no tiene corazón alguno.

Muchos recuerdos fueron creados en siete años, muchas aventuras, muchos besos, y muchos sueños inalcanzables. Todo eso se había hecho añicos ante mis ojos, me negaba a aceptarlo, y eso me aterraba.

Al cerrar los ojos, imaginaba que nada de lo que había presenciado sucedió. Imaginaba que él me recibiría con una romántica cena, nos reiríamos y finalmente acabaríamos agotados en los brazos del otro.

Caí en la realidad, me estaba volviendo demente imaginando cosas que ya nunca sucederían, primero porque el pobre hombre era un parásito que no sabía ni freír un huevo, no podría esperar nada de eso; segundo, porque primero se habría roto un brazo antes de gastar en una sorpresa que no le aseguraría al menos una mamada, y tercero, porque todo ya estaba completamente roto.

¿Para qué negar la realidad? Esa frase que afirma: "Desearía vivir en la ignorancia pero vivir feliz", es por completo patética. Ahora me dolía, sí. Pero vivir en la ignorancia es como vivir atrapada en una burbuja, y prefería ser aplastada por la realidad, sufrir y luego continuar, que vivir encerrada en una vida vacía.

—¡Se acabó! —El grito chillón de Anna me sobresaltó y de inmediato arrojé todo lo que tenía en las manos al suelo—. No voy a permitir que te hundas en una depresión a causa de ese fenómeno de circo.

—Para empezar, no sé qué haces aún en mi casa, segundo, si quisiera hundirme ese no sería tu problema. Necesito tiempo para expulsar las malas vibras.

—No me he ido porque me esperaba un arranque histérico de llanto digno de las princesas de Disney. Entiendo cómo te sientes, Bell, en serio, pero debes distraerte. Has estado llorando todo el resto de día y estás hecha un desastre.

—Oh, vamos. No estoy tan mal...

Definitivamente estaba peor que un desastre al mirarme al espejo. Mi cabello rubio se encontraba completamente enmarañado y con mechones pegados a mi rostro. El maquillaje que me había colocado esa mañana estaba regado por todo mi rostro y manos, y por último, las mejillas repletas de lágrimas y babas secas. Sip, era un caos.

No pude negar nada—. Bien, ¿Qué propones? —A este punto no podía negarme a nada de lo que ella dijera, cuando tenía una idea en la cabeza, nadie se la podría sacar de encima.

—Sabía que cederías —Sus ojos se iluminaron por completo cargados de malicia—. Saldremos.

—¿A dónde?

—Ah, tú no te preocupes por eso. Es una sorpresa.

Definitivamente, eso auguraba problemas.


No podía creer donde estábamos; un club de strippers masculinos.

—¿Qué te parece? —preguntó arqueando una de sus cejas con picardía.

—Oh chica, definitivamente te amo con mi vida.

El lugar se encontraba sumido bajos luces de neón rojo y púrpura. Una barra estaba ubicada a nuestra izquierda con un joven preparando tragos mediante sonrisas coquetas, había un par de mesas pegadas a las paredes con cómodos sillones de color granate. Unos caños para bailar se ubicaban estratégicamente siendo profanados por hombres completamente atractivos y enmascarados. Esto definitivamente era lo más parecido al infierno que vería. Un infierno con demonios completamente musculosos y semi desnudos. De repente comenzó a subir mi temperatura corporal y el vestido negro ceñido a mi cuerpo comenzó a asfixiarme al levantar la vista.

Jaulas colgaban del techo con individuos dentro bailando de una manera muy exquisita. Aún no comenzaba el show pero muchas mujeres en el sitio se encontraban bastante acaloradas y exaltadas.

De repente, el sitio se oscureció. Todo quedó sumido en penumbras y varios murmullos curiosos se escucharon entre el público.

Una luz roja parpadeante señaló una tarima que no había visto hasta el momento y esa fue la señal, el show había comenzado.

Las cortinas color carmesí fueron abiertas hacia los lados, mostrando una jaula vacía en el centro. La luz parpadeó y en un momento inesperado, un hombre apareció encadenado dentro de ella. Una música hipnotizante comenzó a sonar y los gritos comenzaron a hacer bullicio en el lugar. Lentamente me acerqué a la tarima para observar de cerca.

El individuo de la jaula se encontraba vestido solamente con unos pantalones color naranja, descalzo y con el abdomen completamente al aire exhibiendo sin pudor su six pack que a simple vista se veía completamente trabajado. Forcejeó de las cadenas, provocando que sus músculos se tensaran visiblemente. Ahogué un jadeo de excitación al ver a semejante hombre allí.

Llevaba puesta una máscara negra lo cual impidió ver su rostro. En un momento, se liberó de las cadenas rompiéndolas y logrando soltarse. Abrió la jaula con facilidad y al fin, elevó la mirada. Sus ojos color avellana me hipnotizaron y no pude evitar hacer contacto visual con ellos. Eran lo único de sus rasgos faciales que se lograba ver a través de la máscara. Estos brillaron con excitación y de pronto comenzó a gatear de manera erótica a través de la tarima observándome directamente.

El mundo a mi alrededor se detuvo, ya no importaba donde estaba, ni de quienes provenían los gritos a mi lado. La sangre se agolpó en mis mejillas extendiéndose por mi cuello. Definitivamente me encontraba en otra dimensión en la que sólo existíamos él, yo y miles de pensamientos pecaminosos que no incluían nada de ropa entre nosotros. Mi centro vibró al recibir su guiño y desvié la mirada momentáneamente.

Comenzó a moverse de manera artística y sexual meciendo sus caderas al compás de la canción que sonaba recibiendo aún más gritos y palabras obscenas; por mi parte, permanecí observándolo con fijeza y en silencio. Había algo demasiado atrayente en sus movimientos, algo demasiado artístico. Él era arte, definitivamente. Todo su cuerpo lo era.

Más bailarines semi desnudos se unieron al show y los gritos incrementaron en su máximo esplendor y pasados unos minutos, desvió la mirada en mi dirección y se acercó. Una vez frente a mí, extendió su mano en mi dirección invitándome a subir. Me perdí en las delicadas ondulaciones de sus músculos tensos y empapados de sudor. Sentí un empujón en mi espalda y al darme cuenta que eran las mujeres detrás de mí quienes me impulsaban para que suba en medio de gritos, acepté su mano.

Su tacto era áspero y mi mano era pequeña en comparación a la suya. En el momento en el que estuve frente a él me examinó de arriba abajo y soltó un gruñido de satisfacción que estremeció cada parte sensible de mi cuerpo. Comenzó a mover las caderas frente a mí, y dirigió mis manos a sus músculos en una sensual invitación a explorarlo. Apreté los muslos, completamente excitada y extasiada observándolo.

Su piel era suave bajo mi mano, y cuando comencé a descender, detuvo mi mano, me impulsó contra su duro cuerpo y pronunció en mi oído unas palabras cargadas de sensualidad que nunca en mi vida conseguiré olvidar: —Chica mala.

Su voz era muy masculina, ronca y cargada de excitación; y su aroma era completamente embelesador. No me di cuenta en ese instante pero esos ojos color avellana y ese porte tan varonil se me hicieron vagamente familiares.

Detrás de la máscara ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora