Capítulo 19

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Nairobi POV

Todo fue tan rápido. En una milésima de segundo ya tenía la presión de mi antiguo "amigo", o en realidad lo que fuera, Bogotá, y vi que la persona que amaba estaba sangrando en el suelo, intentando taparse la herida.

El líquido carmín no solo creaba un gran charco en el suelo, sino que empapaba su mono rojo, volviéndolo más oscuro y también salpicaba su cara. Ella empezó a hiperventilar, y tan deprisa como pude, le di un fuerte empujón a Bogotá para ir corriendo a socorrer a Saray.

-Mierda, mierda, mierda... joder. - le ayudé a cubrir la herida, aunque no aguantaríamos mucho así, necesitaría asistencia médica muy pronto, y yo era la indicada para eso, ya que Helsinki era quien solía hacerlo. - Saray, tranquila - se me escapó su nombre real, pero no fue un problema para nadie en aquel momento.

Zulema parecía no inmutarse ante tal escenario, mientras que todos los demás rebuscábamos en los dos vehículos en busca de algo que nos sirviera como venda o presión hasta que llegáramos hasta la autocaravana a la que no teníamos pensado volver en un principio.

-Aquí hay un pañuelo de algodón - dijo Lisboa lanzándomelo desde la parte delantera del furgón policial. Rodeé con mucha fuerza todo el área desde sus costillas hasta su cintura, y me llegó justo para terminar de vendar.

-Tranquila, tranquila, ya está. - pero para nada estaba. Intervención médica era necesaria.

-No quiero morir... - susurró en mi oído. - me necesita Estrella.

-Yo también te necesito, no vas a morir. Estás en mis manos - le agarré la cabeza y le deposité un beso en la frente.

El profesor, que ya lo había preparado todo para subirla a la parte trasera de la furgoneta en la que íbamos, nos ordenó que la lleváramos ahí. Con cuidado de no hacerle daño, subí con Saray y Lisboa, y Marsella se ofreció a conducir el otro vehículo. El profesor pisó el pedal a fondo y salimos disparados, por aquellas remotas carreteras. Tardamos unos diez minutos en llegar a la casa ambulante, donde subimos inmediatamente a la mesa a Saray.

No había cerrado los ojos en ningún momento, y eso me pareció muy valiente por su parte; cuando me pasó algo parecido en el banco de España, no quise nada más que estar inconsciente para morir de una vez por todas. Pero ella aguantó, muy osadamente.

-Sedadla - ordené.

-No, no. Quiero estar consciente. - se quejó - quiero verte, para tener una esperanza... - pero fue demasiado tarde, porque Bogotá ya se había encargado de dormirla. 

-Bisturí - alargué la mano y sentí cómo alguien tendía unas tijeras. - he dicho bisturí, no tijeras de cortar pizza.

-No hay mucho más, Nairobi, es lo que tenemos - refunfuñé, pero en el fondo Bogotá tenía razón, el profesor no había venido preparado para esto. 

No os voy a mentir, operarla con esas tijeras, que aunque fueran equipo médico de verdad, no estaban diseñadas para intervenir quirúrgicamente, era casi como matarla. Solo que de una manera muy sangrienta, peligrosa y sobre todo, extremadamente dolorosa si estaba despierta. Afortunadamente, no lo estaba.

Dejé las tijeras en una mesilla de al lado, y tendí el brazo para alcanzar el agua oxigenada y las gasa, que esas sí estaban en buenas condiciones. Limpié su torso, y un claro agujero quedó a la vista; nunca había visto algo tan chungo como eso. La bala estaba bien metida hasta el fondo, igual incluso sería mejor idea operarla desde la espalda, pero con el pobre equipo que teníamos corríamos un gran riesgo de joderle la columna vertebral de por vida. 

-Dadle la vuelta - pedí.

-¿Pero tú estás loca? Le vas a fastidiar la espalda - comentó él.

-Que le des la vuelta. - le respondí muy enfadada. - tendría que hurgar hasta muy al fondo si quisiera operarla desde adelante.

-No te recordaba tan borde, Nairobi, aunque por fuera estás igual - sonrió, pero yo le contesté con una mirada amenazadora. La realidad era que la cárcel me había cambiado, pero eso no tenía nada que ver, dado que en situaciones críticas siempre había sabido mantener la calma.

Al final, el hombre accedió y usando su fuerza la volteó fijándose en que los tubos con el sedante no salieran de su agujero. Cogí las tijeras, y casi se me cayeron de mis sudorosas manos.

-Toma - Bogotá me dejó sus guantes de plástico. Asentí a modo de agradecimiento y seguí con mi labor.

Su piel se abrió en cuanto introduje las tijeras en su interior, pero no salió sangre. Y pude ver que la bala se había quedado en una de sus costillas, la que más abajo estaba; es decir, en una costilla flotante.

-Pinzas - reclamé. 

Luego, con máxima precisión, junté las pinzas con los dedos para atrapar la bala, pero se me escurrieron y no conseguí retirarla. 

Aún así, no me rendí y volví a juntar las dos partes del instrumento, esta vez agarrando la bala con éxito. Levanté el brazo sin apartar la vista de mi mano, y deposité lo que traía en un plato de metal que había en la caravana. Volví a fijar la mirada en el cuerpo de Saray, que había empezado a derramar sangre por la apertura que le había hecho. Mi ojos empezaron a derramar lágrimas por el sentimiento de culpa que me invadía por dentro.

-Déjame a mí - dijo Bogotá. - descansa tranquila aquí. - trajo una silla y me indicó con la mano que me sentara.

Descansé un rato, aunque mis músculos no terminaron de relajarse porque no podía soportar ver a la mujer que tanto quería ahí tumbada, siendo intervenida por el hombre que una vez quise. Pese a todo, sabía que Bogotá era una persona profesional, no iba a dejar que Saray muriera en sus brazos, o por lo menos haría todo lo que pudiera para evitarlo.

Él, con delicadeza, cosió la piel de Saray. Saltaba ala vista que de veras lo estaba intentando hacer bien, porque sus ojos se achinaron al intentar concentrarse tan seriamente. En otra situación eso me hubiera hecho reír, incluso me hubiera parecido atractivo, pero estaba demasiado preocupada por la salud de la enferma.

Por fin, terminó la operación, pero Saray seguía sedada encima de la mesa. Bogotá se quitó todo el material utilizado para la operación y extendió sus brazos para saludarme en condiciones. La realidad era que no lo habíamos hecho, entre tanto ajetreo. El abrazo duró unos segundos, y cuando nos separamos nos miramos a los ojos. Él se agachó, se acercó a mi cara, poniendo su mano en mi nuca.

-Bogotá... yo... - pero antes de decir nada ya había estampado sus labios. Reaccioné rápido, para pararlo. - Bogotá, estoy con Saray.

Entre rejas ~ NairobixSarayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora