Capítulo 27

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[Contenido gráfico]

I

El agujero era ajustado, pero mi cuerpo pasaba sin dificultad. Los peldaños estaban fríos y resbalosos con una sustancia un tanto viscosa. Si no lo hacía con cuidado, caería dos pisos de altura. El director había dicho que cuidara mi tobillo y eso planeaba hacer. Otra lesión sería mi fin.

No sé cuánto tiempo tardé en bajar por completo, pero la voz de Hazel llegó desde arriba cuando lo hice. Preguntaba si estaba bien y yo le hice señales con la linterna, evitando alertar a lo que podría esconderse ahí. Entonces, me enfrenté al abismo.

Era un túnel con paredes de ladrillos húmedo y mohoso, al igual que el resto del edificio. De las paredes, emergían entradas a pequeñas celdas cerradas por rejas de metal, las que estaban oxidadas y abiertas. El suelo tenía barro y paja, lo que me recordaba a un viejo establo. Ese pensamiento hizo que me detuviera, ya que no lograba entender de dónde provenía. ¿Otra cosa que el pueblo me había robado? No tenía cómo saberlo.

Barrí el lugar con la linterna y avancé hacia el final del túnel, el que terminaba en otra de esas celdas oscuras. Me preocupé de revisar todos los lugares por los que pasaba y agudicé el oído para intentar captar cualquier movimiento sospechoso. La palanca era lo único que me daba cierto nivel de seguridad en aquel lugar. Pero nada ocurrió y yo llegué hasta el final en el mismo estado en el que había aterrizado en aquel subterráneo. Allí, una puerta cerrada me impedía el ingreso a la última celda, la que estaba envuelta en una oscuridad tan densa que la luz de mi linterna no lograba atravesarla. El hedor a descomposición llegaba hasta mis fosas nasales y tuve que fruncir la nariz. Estiré la mano hasta la puerta e intenté abrirla, pero estaba con la llave puesta. El agujero era el de una llave gruesa, como las antiguas, y saqué el llavero que me había traído del hotel para ver si una de esas lograba abrirla.

No sabía el porqué de mi urgencia por entrar a ese lugar, pero existía. Quizás tan sólo quería saber de qué se trataba para encontrarle algún sentido a esa especie de calabozo o había algo más que me pedía que lo hiciera, algo sobrenatural.

—¿Blaise? —la voz de Vera haciendo eco en las paredes—. ¿Todo bien?

No dije nada. Estaba concentrado y algo ansioso por lograr abrir la puerta. Probé con varias llaves, pero logré dar con la que giraba y obtuve el acceso a ese lugar. No dudé mucho sobre mi siguiente acción e ingresé, arrastrando los pies en la especie de barro que se estaba formando en el piso de esa celda.

—No se te ocurra bajar ahí —dijo Hazel y se escuchó un repiqueteo metálico proveniente de la escalera—. Quizás fue muy profundo o no quiere alertar a algo, mejor quedémonos a esperar unos minutos más.

—Bien, pero bajaré si no regresa antes de eso —gruñó Vera.

Otra vez el ansiado silencio. Mi respiración agitada y los latidos de mi corazón eran lo único que quería escuchar bajo la tensión de avanzar más profundo. Y, a medida que lo lograba, el haz de luz lograba romper la densidad para iluminar un par de pasos más frente a mí.

Lo primero que vi, fue un par de piernas desnudas estiradas. Las cubrían una piel arrugada y con vello grisáceo. Eran de un hombre. Pantalones roídos que le llegaban hasta las rodillas manchados con sangre y, un poco más arriba, un torso desnudo y huesudo. En su cabeza, también con sangre, estaba la calavera del ciervo que ya conocía de memoria.

¿Muerto? ¿Está... muerto?

No había visto a la criatura desde que habíamos salido de la casa de Vera, pero era una locura. Recordaba que su cuerpo era el de alguien joven y que su ropa era distinta. Además, dudaba que pudiera morir un monstruo como aquel. Entonces, ¿por qué esa máscara? ¿Acaso significaba algo?

Sombras en la NieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora