Fernando puso los ojos en blanco. Le arrebató la cantimplora que su hermano sostenía en sus manos y se dirigió a Román.
—Vamos —le dijo— Levántate ya o te verteré agua... Sabemos que estás fingiendo. Acabas de parpadear. Basta. Estoy comenzando a inclinar el contenedor de agua en ti...
—¡No! —gritó Paola.
—¡Detente, no hagas eso hermano! —Hernando llegó hasta él, intentando que le devolviera su cantimplora- ¿te olvidas que es elegido?
Fernando utilizó un pie para mover el cuerpo de Román. Seguía sosteniendo en lo alto la cantimplora de su hermano.
—Váyanse. —dijo el Sempai. Aunque más bien advirtió. La voz de Paola que volvía a llamarle se escuchó de nuevo—. ¡Váyanse de una buena vez!
El tono fue fuerte. Agudo. Infernal. Irreconocible.
Como si una entidad malvada se hubiera apoderado de Román. La Kohai se alejó y se puso de pie al instante. Su corazón empezó a latir de prisa, pensando lo peor.
—Basta, Fernando —le dijo ella— No lo despiertes. Es peor de lo que me imaginaba. Esto lo vi en una película. Un demonio entra y se apodera del cuerpo de una niña, luego hace que diga y haga cosas malas, impropias de ella, como insultos, amenazas, o algo así, y se contorsiona. Y llega un cura, o algo así. E intenta curarla con cosas de exorcismo, o algo así, pero lo mata, creo. Y mata a más personas. Y sigue haciendo cosas horrorosas. Gira la cabeza 360 grados, vuela, trepa paredes, o, o algo así.
—¿En serio viste la Película? —cuestionó Hernando, al lado de su hermano, quien bajó la cantimplora un momento—. Porque suenas a que no.La boca de Paola se abrió y tembló en un POR SUPUESTO QUE SI, honesto y real, que no pudo ser. Su rostro ofendido pasó a ser uno descubierto. Juntó los hombros en rendición.
—Ok, no. No la vi. Pero sé mucho de ella. O...
—Algo así. —terminaron los hermanos, unánimemente a la chica. Ambos rodaron los ojos.
—Esto es patético —dijo Fernando, quién volvió a subir una pierna para mantener firme el cuerpo de Román y alzó sobre la cabeza peluda de este la cantimplora—. Terminemos con esto. Llevamos aquí más de treinta minutos. ÚLTIMA ADVERTENCIA Señor Elegido, estoy inclinando la cantimplora, el agua helada se está deslizando, si usted no se deja de estás payasadas yo...
—¡Nooo, hermano! —interrumpió su Hernando.
Fernando ignoró tanto sus saltos como su gritó. Le pidió callar y de paso, mandó la misma orden a la chica.
—No se entrometan —les ordenó en voz baja.
Con una sonrisa amplia comenzó a inclinar la cantimplora sobre la cabeza de Román. Mentira era decir que no disfrutaría de regar aquel líquido helado sobre ese impostor...
El agua se deslizó. Fue lento. Con cada acercamiento del líquido al borde del recipiente, la sonrisa del ComeDonas mayor se ensanchaba.
La primer gota tocó el borde, iba a caer. Fernando esperó a que Román hiciera movimiento pero seguro seguía sin creer. Él haría creer en sus palabras.
Sí.
Él haría que de ahora en adelante, ese elegido fantoche e impostor aprendiera a hacer caso a sus advertencias. Enseñaría a temerle. A respetarle... Inclinó más la cantimplora. La gravedad hizo el resto. Una, dos, tres chorros. Un grito, dos. Hombre y mujer. Y un tercero después.
Lo que pasó después que la primera gota descendió fue algo que ninguno esperó. Sucedió demasiado rápido. Más rápido incluso que la gravedad. Román, que había estado engañando con la inconsciencia a los más crédulos, tomó la pierna que lo oprimía. Giró con ella, asegurándose de no soltar la pierna y el hombre gordo que estaba sobre él se le vino encima. No esperó que su cuerpo descendiera al suelo y antes que tocara tierra detuvo su cabeza con el ángulo interno de la pierna, que quedó justo apresándole el cuello.
Tres movimientos más: Uno para girar al hombre boca abajo, otro para sacar la pierna y juntar las manos del ComeDonas por detrás, y el último para subirse sobre él colocando una rodilla sobre la unión, una mano tocaba tierra y hacía presión. La otra se dirigió en labor de sepultar el rostro del ComeDonas en las profundidades de la tierra.
La cantimplora a lo suyo: voló por los aires, regó el agua fría sobre la tierra hirviendo y rodó lejos del conflicto.
El cantimplora volando y huyendo con brusquedad, dejando un estrepitoso rastro de sonido métalico a su paso, fue lo único claro que consiguió ver la Kohai. Lo segundo claro fue a su Sempai montado sobre Fernando, con una rodilla sobre su espalda, oprimiendo a dolor, haciendo que el hombre gritara y gruñera lo que boca en tierra le permitiera. ¿Lo merecía? Lo vio emerger, con la boca atascada de escombros. Su Sempai seguía sujetando su cabeza, los cabellos de Fernando emergían de las hendiduras de sus dedos.
Román oprimió más la rodilla que tenía sobre su espalda. No quería matar a su presa, pero tampoco que callara. Fernando lanzó un alarido que erizó la piel de la Kohai.
Hernando apretó puños, ante todo permaneció quieto.
Los dedos de Román sujetaron con más fuerza, abriendo y contrayendo la palma. El cuello cabelludo de Fernando se veía sufrir incluso a distancia. A Román no le importaba dar expectaculo. Se estaba desquitando. Jaló la cabeza de Fernando hacia su cuerpo y su boca rígida se acercó lentamente a su oreja.
—Te. Dije. Que. Se. Largarán. —masculló.
Un último gruñido del ComeDonas resonó en las paredes de la rústica fortaleza.
La cantimplora dejó de rodar.
Hernando estaba mudo.
La Kohai estaba muda.
Y allá afuera, lejos del muro, el sonido del agua fría que comenzaba a evaporarse bajo el inclemente sol...
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¿Qué culpa tiene Tangadia?
Tajemnica / ThrillerUn hombre, una tanga y un caos cósmico catastrófico!!