Capítulo 14

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Las tiendas de campaña de un tono amarillento-crema se mecían con el fuerte viento de inicios del invierno, por suerte aún no caía nieve y tardaría un buen tiempo en ser así, puesto que, por la cercanía de Lux al Núcleo, el clima era muy cálido, algo que, por su inmunidad al calor, la joven Lyanne no notaba.

Los amigos de Matías, luego de debatir si permanecer dentro de las tiendas o salir a hacerse una decente cena al calor de la fogata, optaron por la segunda opción. Pese a eso, cubiertos con los abrigos de cuero y restos de tela que llevaban para el viaje.

Iban rumbo a Fenestram, que según había explicado Matías, era uno de los tres reinos de Lux, junto a Vitree y Gramina, este último siendo en el cual se hallaba el castillo del rey Regis, torturador de la joven Lyanne, junto a Humbertus. Al parecer el primero y último territorio estaban en guerra desde hacía un tiempo por simples conflictos de tierra, además de que Fenestram no toleraba a alguien como Regis gobernando el reino vecino.

–Vamos Lyanne, ven conmigo –incitó Montserrat tomando la mano de la joven Enkeli e intentando sacarla de la tienda que compartían ambas.

–No quiero salir, no necesito comer. Estoy bien aquí dentro –contestó negando mientras se abrazaba a sí misma.

–Todos necesitan comer, si no te alimentas quedarás tan delgada como un alfiler y morirás –repuso poniendo las manos en sus caderas, parándose frente a la salida.

La joven Lyanne suspiró dispuesta a decirle que no lo haría, pero entonces un pensamiento cruzó por su mente, el que si quizá por falta de sus alas, perdiese la inmortalidad. Así pues, se quedó mirando un punto del suelo sin sentido, recapacitando en la falta del confiable peso en su espalda, y es que las alas no eran algo que colgaba sin sentido de ella, eran como cualquier otra parte del cuerpo; un brazo, una pierna, con sus propios huesos, terminaciones nerviosas y conductos sanguíneos. Su respiración se empezó a agitar de pronto. La mirada de Montserrat cambió preocupada, esta, acercándose y colocándose de rodillas al lado de la rubia.

– ¿Estás bien? –preguntó mientras sobaba su espalda con su mano haciendo círculos, la joven Lyanne calmándose lentamente.

–Sí, sí, eso creo –asintió deprisa, avergonzada por su repentina crisis, poniéndose de pie y tomando su abrigo, uno que le había regalado la hermana de Matías. Quería parecer que se había compuesto fácilmente, aunque su mente seguía sintiendo esa pérdida como una herida sangrante.

–Eh... ¿y ahora vas a ir conmigo afuera? ¿No sería mejor que descansases? –preguntó Montserrat poniéndose en pie y mirando a Lyanne, insegura.

–No, estoy bien, lo de antes solo fue... un ligero trauma, no te preocupes. Además, tanto que insistes en que salga y cuando estoy dispuesta a hacerlo cambias de opinión. Tengo que socializar con los amigos de Matías si queremos llegar a algún lugar –sonrió la joven Lyanne, quitándole importancia a las cosas más serias, como el paradero de sus alas y la ansiedad que iba obteniendo con el pasar del tiempo al no tenerlas.

–Bueno... si tú lo dices –sonrió Montserrat aún sin estar del todo convencida. Acercándose a la salida y abriendo la tela que la cubría, saliendo al césped del terreno en que se encontraban con la Enkeli tras de sí.

Apenas el aire frío rozó el cuerpo de la joven Lyanne esta empezó a temblar, aunque sonreía y caminaba de manera que no fuera notorio. Cerca de la fogata estaban todos, excepto Tyre, asando carne de un par de conejos que había cazado Matías. Lyanne había aprendido a hacerlo, pero al cabo del tiempo, cuando descubrió que no necesitaba comer, dejó el oficio por completo. Estaba un tanto oxidada.

–Hola –saludó Matías invitándolas a sentarse en el suelo a su lado, cerca de la fogata.

–Hola –dijo Lyanne con un poco de timidez.

Alas de Oro y CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora