6. Cabaña Adams

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—¿Que pasará con tu novia?—le pregunto, caminando hacia su auto con rapidez.

Por primera vez me encontré con el oceanico cielo, los pinos más hermosos del bosque y la brisa tan fria chocando contra mi rostro. Casi estaba anocheciendo, aunque los rayos del sol se asomaban, puedo asegurar que lloverá más tarde.

Nada menos esperaría de este pueblo.

—Ella puede esperar, los dos necesitamos espacio. Melissa está fuera de sus cabales—comenta entre dientes, no haciendo contacto con mis ojos.

—¿La quieres?—pregunto en un susurro, el abre la puerta del coopiloto para mí, me observa ceñudo. Agité mi cabeza retractandome—Lo siento, no es algo que me concierne, que tonta.

—No te preocupes—se encoge de hombros, rodeando el capó de su bonito auto para terminar en el asiento del conductor —.Lo hago.

Entonces confundida lo miré, estando a mi lado.

—La quiero, pero hace mucho no se lo digo—susurra mirando al frente, distraido—Quizas deba buscarla después de ayudarte, aclararle las cosas.

—Deberías hacerlo—apoyé.

El asintió, encendiendo el motor, condujo pocos minutos sobre la carretera, le indiqué en donde se ubicaba dicha cabaña para dejar el auto en un lugar estrategico.

Me bajé del vehiculo, caminé a paso apresurado ignorando su voz, aún no llegabamos a la cabaña de los Adams, pero ya me corazón amenazaba con salirse de mi pecho.

No me importaba nada, quería ver a mi hermano.

—Espera, caminas muy rápido para estar medio drogada aún—musita Nate a mis espaldas, con metros de distancia.

—Estoy perfectamente bien—vociferé, giré mi cuerpo caminando de espaldas para ver su rostro, pero no conté con que unas pequeñas ramas ocacionaran mi caida de trasero.

—Cuidado.—avisa, arrodillandose frente a mí. Esta vez no me sostuvo entre sus brazos, sentía un pequeño dolor en mi espalda y más en mis posaderas.

El pasto verde y la tierra fertil del bosque ayudo a que la aflicción no fuese tan fuerte. Pero Nate sólo rió.

—Eres un tonto, se supone que avisas antes de caer, no cuando ya te caiste.

—Deja de gruñir y levanta tu lindo trasero,—es casi como una orden— no creo que estemos solos, así que apresuremonos cuanto antes.

Solté un bufido haciendo volar un mechon de cabello que obstruía mi vista. El rodó los ojos, arrastró sus dedos en mi frente acomodando el mechon por debajo de mi oreja y agarró mis brazos para ayudarme a levantar.

Quedé pasmada por unos pocos segundos, vuelvo a la normalidad pisando la tierra y sacudo mis pantalones por si los he ensuciado con el mugre suelo.

Continuamos caminando.

El detrás de mí, dice que me cuida la espalda, pero sospecho que  aprovecha la situación para tener  una mejor vista de mi trasero.

Pongo los ojos en blanco.

Hombres.

Todos mis pensamientos se reunen y sacan uno: La casa de los Adams está en perfecto estado.

No hay cuerpos dormidos ni muertos, no hay ventanas rotas, ni lamparas quemadas.

—¿Dónde estan los cuerpos?—tambien lo pregunto mentalmente.

Tampoco veo la sangre en el cesped, las luces se encuentran apagadas, y el auto de mi hermano no está.

—¿Dónde está mi hermano?

Nuestro DilemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora