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La mañana había sido igual de espectacular que la noche para Akira, había dormido muy poco (como era ya costumbre), aunque ahora que lo pensaba era  prácticamente nada. Se había pasado la noche en su cuarto de hotel pensando en los Terianos, conocía muy poco de ellos, de su mundo en general pero sabía que Elayne no era como esperaría que fuera un habitante del planeta más grande del sistema solar. Cuando vio la descripción general de los habitantes supo el porqué de verse tan diferente: Eran de cabellos color vino de un color tan brillante que cautivaba... y la chica que había visto tenía el cabello más negro de la galaxia, brillaba el color oscuro en el sol y se perdía en las sombras; además decía que cada hombre medía en promedio 1.80 m (habían acordado usar las medidas de la Tierra todos en el Congreso para entenderse unos con otros) mientras que las mujeres medían en promedio 1.75 m, haciendo un cálculo rápido supo que Elayne medía cerca de 1.50 cm, 25 cm menos que el promedio.

No le sorprendía, en cuanto había aterrizado a un lado de ella supo de inmediato que era demasiado bajita, quizá iban enfundada y llena de armas hasta los dientes (sin saber si practicaba magia o no) pero sabía que en parte se debía a su corta estatura.

Ladeó la cabeza y con las yemas de los dedos se frotó la frente, no entendía el por qué era tan diferente si sus dos padres eran Terianos... ¿O no? En su búsqueda de información se enteró también que el tipo de alas que le había visto (parecidas a las de un ángel) estaban mucho más grandes de lo normal, las arrastraba al caminar seguramente, en adición ese tipo de alas sólo las poseían los mejores guerreros del planeta y la familia real... Los varones, solamente en los varones. Las alas de los Terianos eran color terracota desde la base y se degradaban a blanco en el caso de los hombres, mientras que las alas de la chica era un degradado de negro a blanco (aunque de pronto la idea le saltó, pues antes de perderla de vista, habría jurado que brillaban color oro)  en sentido horizontal del ala. Frunció el ceño, ¿Qué había pasado para que aquella habitante hubiera conseguido ser tan diferente? Recordó la mancha que ella tenía en el tobillo izquierdo no debería estar ahí, debería estar en el derecho. Los habitantes de Júpiter tenían la piel ligeramente color durazno, un bronceado perfecto que combinaba con el exterior del planeta... La piel de Elayne era más bien amarilla claro, pálida. No del vibrante color dorado de los demás Terianos.

Buscó por curiosidad alas de las mujeres en ese gigante planeta: Parecidas a las alas de mariposas, daban el efecto de estar hechas de cristal, en su mayoría morado como la sangre de aquellos poderosos seres.

Cerró con una agitada de muñeca el desplegable digital de información y todo se quedó en oscuridad, había estado sopesando mucho toda esa situación y probablemente ni siquiera la vería otra vez, miró su reloj: hora exacta del amanecer.

Entonces fue que vio aquellos colores cálidos comenzando a verse en su ventana, tenues  de pronto encendidos, ya cansado de haber visto tanta información y de tratar memorizarla; se preguntó si Elayne lo estaría viendo también. Su comunicador en la muñeca vibró, le habían mandado indicaciones: Irían a los Arcos de Sitio en Puerto Vallarta, la reunión para la repartición de tareas entre Venuarios y Luterios iba a comenzar ahí, en las playas de aquel país llamado México.

Supuso que debería buscar alguna información sobre el planeta, pero lo dejó pasar. ¿Qué podría salir mal en su primer día? Se recostó en la cama y, tras lo que pareció una eternidad, se quedó profundamente dormido.

***

Elayne no había podido dormir, estaba muy concentrada viendo los colores rojizos del amanecer, desde ese planeta los colores del Sol eran mucho más vibrantes e intensos. Había encontrado una vieja cabaña abandonada, no muy lejos de la playa de donde tenían que reunirse en la mañana ¿Cómo lograría tener su misión si la había cambiado con otra persona? Con excepción de las orejas y el cabello no parecía habitante de Plutón, mucho menos de Venus. Había traído una capa color azul marino, que le llegaba debajo de las rodillas, pero ¿En playa y con esa ropa? El propósito era pasar de incógnita, no llamar más la atención de lo normal. Otra desventaja era que no conocía ningún tipo de hechizo para cambiar su apariencia (con excepción de desaparecer las alas cuando le pesaban mucho) así que estaba contra la espada y la pared.

Bajó su libro agotada, había leído toda la historia de aquel país en esa noche, había tomado mantas por si hacía frío, no estaba acostumbrada a la tecnología tan precaria de los Terranos, así que se ahorró el ir directamente a un hotel y humillarse al no saber usar prácticamente nada de lo que estuviese ahí. Miró su cuaderno marquilla, la pintura aún no secaba: Un dibujo de ella, Akira y la enorme luna adornaban toda la página, con pinceladas tan delicadas pero al mismo tiempo tan rápidas que Elayne se sintió satisfecha con el resultado.

Su primer recuerdo de la Tierra. Y la mejor parte es que, por primera vez en eones, no había estado sola. La pintura le ayudaría a no olvidar. Ser un ser prácticamente inmortal o eterno con frecuencia resultaba algo agotador, para la mayoría porque olvidaban casi todo, para ella... Porque recordaba todo.

Llegó un correo a su espacio digital improvisado: Había junta y repartición de tareas entre Plutón y Venus, se solicitaba puntualidad.

Se preguntó si Akira iría también, si la reconocería y si trataría de hablar con ella, no estaba segura de que no fuera a delatarla pero confiaba en él por alguna razón, sabía que no lo haría, lo sentía. Akira había superado a cualquier Luterio: Era más alto, más delgado y marcado de sus brazos, sus orejas se veían centradas en su cabeza, no las tenía a los laterales como la mayoría de los Luterios, las tenía rectas, como las de ella. Cargaba en su espalda la funda con una espada que seguramente pesaría al menos dos veces su peso sin encorvarse y tenía su cabello muy lacio y oscuro, cuando los Luterios solían llevarlo corto y ligeramente quebrado.

Al parecer ella no era la única que era diferente a lo que se suponía debía ser.

De igual manera fue mucho más sigiloso y cuidadoso que cualquier Luterio que hubiera enfrentado antes, estaba emocionada, era la primera vez que había visto a un habitante de Plutón sin fines de guerra de por medio. Sacó su daga y la observó cautelosamente, había lamentado tener que apuntarle con ambas cosas pero no había opción. La última guerra la había dejado algo... Alterada. Suspiró y tras sacar de sus provisiones lo que los terranos llaman manzana, cerró el libro con calma, se recargó en el pórtico y dejó que la brisa salina llenara sus poros. Cerró su libro y lo colocó bajo su regazo, escuchaba el canto de las aves silvestres mientras veía al Rey del Sistema Solar salir.

Después de que el Sol coronara los árboles y la oscuridad se hubiese ido por completo, era hora de trabajar.

Conectando Estrellas *Notas de autora*Where stories live. Discover now