Capítulo 5: Páginas En Rojo

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    Por la seña interpreté que quería que le diera la cuenta. Le llevé la bandeja de metal con el recibo y la deposité encima de la mesa. Sin querer hubo un pequeño roce entre nuestros dedos. Mi cuerpo se detuvo, no podía reaccionar, una especie de corriente recorrió mi médula espinal. Un sentimiento de calidez apareció de la nada para perdurar durante esos instantes en los que nuestras manos estaban conectadas. Él la retiró antes que yo, me ofreció un billete de diez euros y me dijo: "Completo". Sonrió, se levantó y se fue llevando consigo aquella sensación tan agradable que residió en mi pecho mientras duró el contacto.
    En parte me producía terror, no sabía qué significaba ese calor. Estaba perdido e incluso más roto que antes. Mi corazón perdió otra pieza, se la llevó esa persona que acababa de salir, suspiré, eran las siete y media de la tarde.
    Proseguí con mi última tarea del día: el cierre. La hora del cierre de la cafetería era a las ocho, mi turno acaba a las siete, sin embargo, al ser nuevo decidí quedarme hasta que acabase el día. Menos mal que lo hice, si no, no hubiera podido conocer a ese chico. Salí de la cafetería y volví a casa, después de una cena ligera me duché. Todavía el muchacho daba vueltas en mi mente, no podía quitármelo de encima, la forma en la que el calor huyó seguido al roce de su pálida mano hizo que me diera cuenta de lo solitaria que era mi vida.
    El recuerdo me seguía persiguiendo, hasta que sencillamente no pude más, me escondí de los sentimientos que agonizaban mi interior. Yo era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera librarme de aquella opresión, me encerré en el baño. Abrí con desesperación el pequeño armario y rebusqué, hasta que encontré el objeto que tanto ansiaba encontrar; la cuchilla de afeitar.
    Desde que la oscuridad y soledad me comenzaron a golpear, se ha convertido en mi mejor amiga, siempre ahí cuando la necesitaba. Hoy, como ya era costumbre, acudí a ella. Levanté rápidamente mis largas mangas, bajo ellas se encontraba delicado lienzo blanco cubierto por trazos rojos, ese rojo tan vivo símbolo de la vida. Nunca me ha importado, sigue sin hacerlo, ansiaba que la carga se eliminara, que las voces de mis padres desaparecieran de mi cabeza, se callaran o al menos atenuaran y que la sensación de vacío se fuera.
    Con los primeros trazos de fino pincel de metal el dolor se hizo presente, aunque desapareció con la tercera pincelada así como la opresión en mis pulmones, permitiendo que mi agitada respiración se ralentizase al ver salir el líquido granate en forma de diminutas gotas corriendo hacia mis dedos, perdiéndose en el lavabo.
    Ahora era más consciente de mis actos, tomé dos largas vendas, con cuidado las coloqué desde mis muñecas hasta el codo en ambos brazos. Me preparé un té, siempre lograba relajarme un buen Earl Grey, una vez preparado me senté en mi mesa de estudio, abrí una gaveta que tenía bajo llave. Allí se encontraba otro gran amigo.
    Cubierto por sedimentos de papel, yacía un libro donde redactaba los hechos más importantes de mi vida, Paginitas, mi diario. Un amigo que me ha acompañado en todos mis bajos, sus páginas están algo amarillentas, algunas con restos de lágrimas o simplemente páginas que demostraban la monotonía de mi mundo através de mi perfecta y pulcra letra. Le confesé al silencioso papel todo aquello que atormentaba mi mente ese día.
    Estaba tan enfrascado en la escritura que ya ni el tiempo se compadecía de mí, de un momento a otro saladas lágrimas fluían libremente, mis párpados se iban cerrando. En ese momento la luz de la luna resultaba bastante atrayente. Le sostuve la mirada por algunos segundos, el brillante astro me tenía embelesado. No me percataba de la gran mancha roja que se extendía por los vendajes, hasta las páginas se tiñeron de escarlata. Mi vista se dirigió a Paginitas, mis párpados cada vez más pesados. El mundo de las pesadillas me abrió sus puertas.

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