La clase no pasó precisamente rápida. La profesora de pelo blanco solamente explicaba cuando alguien levantaba la mano para preguntar alguna duda, según ella porque era de muy mala educación interrumpir a un profesor.
Ella reveló su nombre de una manera extraña, diciendo a un alumno: "¡Como alguien se atreva a levantar la mano, lo llevo con el director como que me llamo Isabel!" Bueno, desde ese momento se me hizo muy complicado no odiar a la profesora, ella lo que tenía era un extraño punto de vista, eso fue precisamente lo que le dije cuando el segundo estudiante fue expulsado del aula.
-Disculpe, Profesora Isabel. -Ella iba a expulsarme o al menos esas eran sus intenciones, yo no podía permitirlo, levanté la cabeza y la fulminé con mi penetrante mirada. Asustada, se encogió, retrocedió hasta golpear su espalda con la pizarra; aún así me iba a interrumpir por lo que levanté mi mano, sus labios de repente enmudecieron.- Usted es profesora o ¿me equivoco? -Ella asintió.- Su trabajo consiste en enseñar al alumnado, conseguir que ellos entiendan la lección, no se limita a dar un monólogo sin sentido. -Ella tragó sonoramente, asintió de nuevo con vehemencia, sus ojos llenos de terror. Es verdad que mi tono de voz no era precisamente... amigable.- De acuerdo, veo que esos puntos los ha comprendido. Si su deber es enseñar, debería al menos tratar de que los alumnos entiendan la lección, a base de insufribles soliloquios eso no lo creo posible, más si se va por las ramas. -Ella se quedó quieta, como si le hubieran pegado una bofetada descomunal.- Comience a hacer su trabajo, por favor.
La clase a partir de ese incidente pasó sin ningún tipo de percance. Al yo salir ella me miró con frialdad y algo de temor, más esta vez no le hice caso alguno, esa clase de personas no merecían mi atención. De hecho fui el primero en salir del aula, no aguantaba más allí dentro, pensaba que su clase podía ser algo más productiva. Me he llevado una decepción con esa materia, de verdad que me había llamado mucho la atención la extraña mezcla.
Saqué el mapa de la mochila y busqué las siglas de mi siguiente clase EAOHMA1, las acabé encontrando, tendría que recorrer media facultad pero llegaría a tiempo. Acortando por el pasillo de la derecha, girando cuatro veces a la izquierda, bajando un par de pisos, llegando prácticamente al jardín trasero que contenía hierbas medicinales de todo tipo, justo antes de cruzar hacia el jardín, giré a la derecha y entré a un aula vacía. Caí en la cuenta de que había sido el primero en llegar. Poco después me fijé en que el aula no estaba vacía, el profesor estaba dentro, rebuscando entre las estanterías en busca de... ¿qué?
El profesor era alto, algo mayor a juzgar por los pliegues de su rostro pálido lleno de lunares. No sólo eso, apenas tenía cabello, lo poco que tenía lo llevaba en forma de aro de nieve con hebras negras. Una vez que se percató de mi presencia, me saludó con una sonrisa calurosa, justo como la que me imaginaba que un abuelo diera a su nieto. Albert, ese era su nombre y la materia que imparte es Evolución y Adaptación del Organismo Humano al Medio Ambiente, de ahí las siglas del mapa, el '1' simboliza el primer curso de carrera.
Tomé asiento, esta vez no me preocupé demasiado por el lugar que ocupaba. Inconscientemente me había sentado donde suelo hacerlo: cerca del profesor, con una buena visión del pizarrón. Saqué mi libro de texto y el cuaderno rojo que estaba destinado a ser utilizado para esta asignatura.
Poco a poco el salón se fue llenando, mis compañeros tenían muecas de respeto plasmadas en sus rostros, otros me miraban con envidia. Yo internamente sacudí mi cabeza en señal de negación, más bien debería yo de tener envidia de ellos, después de todo sólo es por Lizzy que sigo con vida, si no ya me hubiera rendido.
El profesor estuvo preguntando sobre que esperábamos de esta asignatura, si nos atraía o no, si sabíamos algo, estudiado algo parecido... esa clase de cosas. Se detuvo en mi. Su voz se volvió más hostil, su cuestionario comenzó: ¿Qué especie éramos? ¿Qué nos hace superiores al resto de animales? ¿Qué logró el Homo Neardenthalensis? Esas por nombrar algunas.
El joven respondió con seguridad y soltura a todas las cuestiones que le procesaba el profesor. La clase mientras tanto se quedó en silencio mientras el chico era interrogado, el Señor Albert no cabía en su asombro. Un alumno de no más de quince años había respondido correctamente a cada una de sus preguntas. Lo que más descolocó al anciano, si es que era posible, fue la fluidez del joven. Él mismo llevaba ya cuarenta años dando clase en la facultad, nunca había tratado con un caso semejante al de Kevin. Sí, muchos cerebros muy buenos: escondidos tras los libros, los engullían completamente, palabra a palabra... este estudiante era diferente; no lo recitaba tal cual dictaban las páginas. Él, por su cuenta, burlaba las explicaciones escritas para hallar otra definición incluso más exacta que cualquier libro. El mayor se dio cuenta de una sensación calurosa que se asentaba en su pecho, orgullo. Se sentía muy orgulloso por lo que el adolescente había conseguido y sonrió, la sonrisa más amplia conocida por parte del normalmente arisco profesor fue dedicada al universitario de cabellos pelirrojos, haciendo que las orbes del menor se iluminaran de una manera casi sobrenatural. El brillo de esos ojos hizo esbozar una sonrisa mayor al anciano quien, dejó ese pequeño juego de miradas.
Albert prosiguió con la clase, dejando atrás el interrogatorio y comenzando así con el primer tema. Cuando la campana sonó indicando el final de la clase, el mayor me abrazó, me debatí entre devolver o no el abrazo, me tensé, ese tipo de situaciones no eran de mi agrado, por el hecho de no ser muy conocidas por mi persona. Al cabo de unos segundos él apartó sus brazos de mi espalda, su mirada era de preocupación, al final no fui capaz de pasar mis brazos por su espalda. No devolví su abrazo. ¡Ala, muy bien, otra persona que se preocupa por mi sin motivo! Nunca he sido bueno a la hora de dar muestras de afecto.
Lizzy es como mi hija, ella es mi niñita, era y es mi mundo. Albert es diferente, los adultos siempre son diferentes, es imposible saber qué tienen en la cabeza uno no sabe de lo que son capaces de hacer, la falta de personas adultas a lo largo de mi vida ha causado esta conducta. Excepto Asem, él era un padre para mi, hasta que él también se fue, la felicidad siempre dura poco dejándote destrozado y moribundo, temo a Destino, tal vez me quite lo único que me queda: mi pequeña. Asem fue la huída de mis padres y vida hogareña, no me cansaré de decirlo, sin él no estaría ahora mismo sobre mis pies.
Tomé mis cosas, las guardé de cualquier manera dentro de mi mochila, salí del aula sin mirar atrás. Ahora por cómo he respondido al inesperado abrazo indagará en mi historia, lo descubrirá todo, me arrebatará a mi niña, a mi vida, me adoptarán y ¡adiós a todo! Mi corazón estaba acelerado.
Entré a una clase vacía, cerré la puerta con cerrojo, me apoyé en ella y me fui deslizando hasta acabar sentado en el suelo con mis brazos protegiendo mis rodillas y mi cabeza oculta entre ellos. Esta vez no lloré, no me podía permitir llorar en caso de que alguien tocara a la puerta o lograra entrar. De todos modos llorar es algo de débiles, madre me lo decía: "Los Hernández-Sateni no lloran, no nos mostramos débiles ante nadie, tenemos una buena vida como para que un idiota baboso y llorón nos la fastidie ahora." No son palabras que a alguien le gustase escuchar, más si eres un infante que no logra ni comprenderlas. Cuando finalmente lo hice... Sacudí mi cabeza, poco a poco me alcé, necesitaba un momento de paz.
Recogí mis cosas que fueron tiradas a una esquina cuando entré, salí del aula en dirección a mi taquilla, esta vez sólo tomé cuatro libros en total, los pocos que me quedaban por 'ojear'.
Eso era muy bueno, significaba que tenía el curso completo entre mis manos. Descargué la mayor cantidad posible de peso en la taquilla. Estaba algo cansado, suspiré para mis adentros, salí de la facultad. Hoy al ser viernes no sabía si tendría tiempo de ver a mi niñita. No solamente estaba cansado, estaba agitado y eso que sólo habían sido tres días. Me dí la vuelta para ver desde mi posición la fachada del imponente edificio. Parecía ser un sueño, uno sumamente real, seguía sin creerme que estudiara allí.
Miré la hora: las tres de la tarde, el tiempo justo para comer algo rápido, cambiarme e ir a buscar a mi dulce niña. Me encantaba pasar el tiempo con ella.Finalmente llegué a casa sobre las y media. Preparé para mi una ensalada de frutas algo pochas que tenía en la nevera, a medida que comía preparé un cupcake para mi preciosa pequeña. Eran las menos diez y me encontraba decorando el pequeño pastel, mi plato de ensalada había quedado olvidado hace cerca de veinte minutos, llegué a comer cerca de la mitad del plato, después me concentré totalmente en el diminuto postre relleno de chocolate fundido. Miré la hora otra vez: las cuatro y tres minutos de la tarde. Tenía cerca de cinco minutos para terminar el plan.
Metí el postre en la nevera mientras yo iba a refrescarme. Al salir de la ducha ni siquiera me paré a verme reflejado en el espejo del baño. Saqué una camisa larga que tenía diseños de flores verdes alrededor del cuello y mangas, de resto era negra al igual que los pantalones de salir negros que combinaban con mis zapatos. Me gustaba verme decente al salir, claro, evitando ser reconocido por los amantes del patinaje como 'Broken Child', una vez preparado me dirigí a la cocina para sacar el diminuto bocado de la nevera.
De repente cuando iba a abrir la puerta de la nevera mi visión se nubló, una ola de cansancio se apoderó de mi cuerpo, haciendo que me cayera, por un momento me asusté, no era capaz de ver nada, mi cabeza palpitaba y me daba vueltas; pero no podía faltar, me tumbé en el suelo a esperar que el mareo pasara, me levanté lentamentamente. Mi princesita me necesitaba, al igual que yo a ella.
Tomé el postrecillo y caminé hasta el orfanato del que mi niña era presa. Las cinco: exactamente a la hora acordada. Cuando llegué me apoyé un poco en la pared de mi derecha. Había pasado varias noches en vela, me han pasado factura. Toqué la superficie robusta de la puerta.
La puerta se abrió y apareció la figura de la señora Emir. Rápidamente sentí como su mirada me escaneó de arriba a abajo, no parecía muy convencida, detrás suyo apareció Lizzy. La niña estaba sujetándose del traje de la directora, no se había dado cuenta de que era yo aunque sin poder detenerla empujó a la directora a un lado para lanzarse sobre mis brazos.
Él no la pudo coger como tantas veces había hecho en el pasado. Esta vez él cayó de espaldas contra el suelo con un peso de 30 kg encima. La niña se apartó con la velocidad de una gacela al ver que Kevin no reaccionaba. El joven, al notar que el peso se alejaba, alargó un brazo que cogió la muñeca de la niña, el rápido movimiento causó que el chico guiñara un ojo, esa fue la única señal de dolor que mostraba lo realmente adolorido que estaba. Sostuvo a la pequeña a su lado, sin importar el hecho de entrar tirados sobre el suelo.
El adolescente con una sonrisa cansada le dijo a la menor que se encontraba bien, tratando de reconciliar a la pequeña y asegurarle de que estaba en perfectas condiciones. Desconfiada, la chica asintió, saltó fuera del agarre del mayor y se adentró dentro del edificio sin murmurar siquiera palabra. Extrañado por el comportamiento de Lizzy el chico trató de levantarse, para volver a caer segundos después, no sabía el porqué, pero hoy estaba pasando mucho tiempo en el suelo.
La Señora Emir estuvo segura de poder coger al adolescente antes de que colapsara contra el suelo y lo ayudó a mantenerse sobre sus temblorosos pies, mientras este se frotaba la espalda. La escena fue vista por un par de jóvenes ojos, unos de mirada sospechosa, pertenecientes a una niñita.
Elizabeth hizo como si no hubiera visto nada, se ajustó las asas de la mochila para hacer como si acabase de llegar. En ella tenía: algunas mudas de ropa, su cepillo de dientes y el osito de peluche regalado por su 'madre'. La niña tomó la mano de Kevin, quien seguía algo adolorido pero lo disimulaba extremadamente bien.
Su espalda palpitaba casi tanto como su cabeza lo había hecho hace unos minutos, el adolescente podía asegurar que tendría un no muy bonito hematoma en la mayor parte de la espalda, le dolería las dos primeras semanas pero tendría que hacer como si nada, así evitaría preocupaciones y preguntas. Kevin miró con sorpresa a la niña, ¿cuándo había llegado?, ¿no estaba dentro? ¿Y esa mochilita? El joven cuestionó con la mirada a la directora. Ella contestó que la niña le tenía un gran apego. "La niña te tiene en muy alta estima, en un pedestal, además te ve como una familia, quería pasar el fin de semana contigo, yo no soy quien para negarle pasar tiempo con su preciada 'mami'".El joven se sonrojó por el sobrenombre, pero sus ojos delataron lo contento que estaba.
Yo asentí ante las palabras de la mujer, la mujer me sonrió, ahí supe que mis ojos me habían delatado, ¡pasaría todo un fin de semana con mi princesita!
-'Mamá', vete yendo para el parque. ¡No! Espera, mejor espérame en aquel manzano. Señaló el árbol y caminé hacia él, entendí que, a lo mejor, quería hablar con la señora Emir.
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Protégeme
RomanceUn chico, Kevin, de quince años, se queda acompañado de Soledad. Sus padres, en pos de la fama lo dejaron a merced de la suerte. Lo obligaron con insultos a ser un prodigio sobre hielo, un arte en la que destacaba, para después abandonarlo. Kevin, h...