Capítulo 18: Otra Pieza

7 2 0
                                    


La pequeña no podía evitar quedarse completamente embobada viendo al adolescente hacer las complejas piruetas y saltos. Era como ver una sirena cantando a los pescadores, hechizándolos con su voz para evitar ser atrapada, tal y como relatan las novelas de marineros.
El chico creaba música, llena de pasión y dolor con cada uno de sus refinados movimientos, cada giro, deslizamiento, movimiento de su mano tenía grabado una historia, producía un doloroso encanto que te atrapaba.
Lizzy no era una chica tonta, no sabía nada de la vida de su cuidador, lo poco que sabía se lo ha podido sonsacar al chico o gracias a ciertos datos que ha obtenido mediante la observación; si no fuera por la rápida explicación que obtuvo, seguramente seguiría desconociendo la razón por la que ahora tiene esta pista de hielo. Era un gran puzzle hecho persona y todavía le quedaba mucho por descubrir.
De un momento a otro, el joven se deslizó hasta llegar a su lado, le dirigió una sonrisa, le tendió la mano.
-Tranquila, te tengo, no te caerás. -La niña asintió, la verdad es que no le gustaba caerse en absoluto, el hielo no era una superficie blandita sobre la que caer. Logró ponerse sobre sus pies tras varios intentos, el chico se alejó.- ¡Eso es! -Aclamó el joven.- ¡Ahora, trata de acercarte a mí!
La pequeña se concentró en ese ángel que le había tendido su magnífica ala como refugio y la esperaba con ambos brazos abiertos a una distancia de escasos tres metros, sin duda, a ella le gustaba ver esos ojos achocolatados llenos de vida. ¡Por fin veía ese brillo! Amaba esos ojos llenos de orgullo.
Deslizándose lentamente con los brazos extendidos, se fue disminuyendo la distancia que había entre los dos. Miraba los patines, como si no supiera cómo estaba logrando su cometido. De repente, pierde el equilibrio y se agarra de lo que tenía a su alcance, ese objeto resultó ser la camisa de su 'madre' quien acabó en el suelo con su hija encima. Ambos se miraron entre ellos y explotaron en carcajadas.

Se lo estaba pasando como nunca, podría pensar que de no ser por aquella competición del orfanato nunca hubiera conocido al mayor, ella no podía imaginarse con otra persona como cuidador. Le encantaba estos ratitos que ellos compartían, esto no ocurría muy a menudo; el mayor estaba prácticamente saturado durante la semana, debían aprovechar ahora que estaban juntos. Las horas fueron pasando entre carcajadas, carreras, caídas, piruetas y saltos. La pequeña logró aprender a patinar e hizo jurar al chico que dentro de unos meses le enseñaría un Axel.
-'¡Mami!' Llamó la niña, ya estaba fuera de la fría pista.
-Dime, cariño. Contestó el adolescente mientras se quitaba los apretados patines.
-Tengo algo de hambre. Se quejó Lizzy, ¿quién hubiera dicho que el patinaje te habría tanto el apetito?
Por supuesto que tenía hambre, pero el universitario lo tenía todo planeado. Acarició el pelo de la pequeña.
-¿A alguien le apetece un picnic? La niñita emocionada asintió como loca, definitivamente esa idea era muy atractiva, se tiró a los brazos del mayor. Encantado, él le devolvió el abrazo.
Dejaron los patines en la taquilla de antes donde sacaron una mochila. Salieron por la puerta trasera que se reservaba para los patinadores, la chica siempre mirando al adolescente, preguntándose a dónde se dirigían. Elizabeth hizo algo de memoria, recordaba algo sobre un merendero vagamente. Se sorprendió cuando su 'madre' se adentró en un pequeño pinar.
La pista está en un pueblo alejado de la ciudad, aunque se podían ver edificaciones antiguas. Al parecer había sido una especie de epicentro de la ciudad en el pasado, pero la burgo se fue expandiendo y lo que hace años era el centro se ha convertido en una zona olvidada. Había una pequeña colina cubierta de pinos, justo la que estaban pisando y tal parece que a su 'madre' le gustaba y gusta venir por aquí. Siguiendo de cerca al mayor, se percató de que habían llegado a un descampado, había un pequeño lago artificial, sin embargo, parecía que nadie lo había visitado hace tiempo a juzgar por el deterioro de las vallas de madera, una vez blancas, ahora amarillentas e incluso, podridas. Los árboles de alrededor eran altos y frondosos. Si te fijabas podías encontrar pajarillo y ardillas comiendo almendras o saltando de rama en rama.
Cuando se vino a dar cuenta, el mayor no estaba a su lado. Miró por todos lados con ojos de halcón. Lo encontró sobre una rama de uno de los laureles más robustos que haya visto. Estaba sentado, mirando hacia el horizonte, su vista perdida y desenfocada en un punto que desde su posición, la niña solo podía soñar con ver. Sentía impotencia en ocasiones como esta. Su cuidador era reacio a contarle las cosas que lo atormentaban, sobre todo si se trataban de fantasmas del pasado. Soltaba información a cuenta gotas, ese hábito no le hacía gracia. Solo podía desear meterse en la mente del joven y averiguar cómo se veía el mundo a través de sus ojos. De repente, el chico se alzó y se dejó caer. La menor perdió color, se quedó petrificada mientras veía al estudiante caer.
No podía hacer nada. Todo se ralentizó. Su ritmo cardíaco aumentó hasta que no pudo escuchar nada por los fuertes latidos resonando en sus oídos, se comenzaba a marear. ¡Iba a chocar! Un ruido sordo. Sus piernas no resistieron más su peso. ¿Quién la cuidaría? ¿Qué ocurriría? ¡Ambulancia! Muchos pensamientos corrían a velocidades alarmantes.
-Lizzy, estoy bien.
Al principio no se permitía abrir los ojos, no sabía cuándo los había cerrado, no quería hacerse ilusiones, tal vez esa voz no era real. ¿Por qué todo iba mal cuando la gente la quería? ¿Por qué todos se iban y la dejaban sola? Comenzó a llorar.
-Lizzy. -Dijo más alto el joven, al no a tener respuesta sino más sollozos incontrolables, gritó en nombre de la niña.
Lizzy se atrevió a abrir los ojos, encontrándose a un Kevin boca abajo, utilizando sus piernas como anclaje a una rama más baja. Suavemente, comenzó a mecerse adelante y atrás cual hoja arrullada por el viento. De repente, saltó, con un ligero choque el chico aterrizó perfectamente sin rasguño alguno frente a la llorosa niña.
-¡No vuelvas ha hacer esa locura! -Sintió como el pequeño cuerpo se aferraba al suyo en busca de consuelo. El joven acarició la espalda le la menor tranquilamente con el fin de pausar los espasmos de la niña. Ella se separó y le dio un palmetazo amistoso en el brazo al adolescente, quien disimuló la oleada de dolor con una mueca, la chica lo achacó a que estaba jugando con ella, una bofetadita como esa no pudo haber causado tanto daño.- ¡Creí que te había perdido, tonto, pensaba que te ibas a matar!
El chico decidió apartar todos los pensamientos depresivos que de repente infestaron su mente cuando la chica dijo la última palabra sacudiendo su cabeza.
-Prometeo no saltar así, ¿una personita que conozco no tenía hambre?
Lizzy volvió a asentir, pese a que el hambre se había desvanecido con la acrobacia de su cuidador, volvió con fuerza ahora que su tutor estaba a salvo. El chico se agachó para extender el famoso mantel rojo a cuadros, sacó los bocadillos y un par de sorpresas que ya tenía preparadas, un par de magdalenas rellenas de increíble chocolate líquido. Siempre llevaba chocolate cuando venía a este lugar, el chocolate aliviaba sus males, tal y como en este momento. Una onza de chocolate 90 % cacao y su ánimo subía con creces por muy desdichado que se sintiera.
-¿Cómo conociste este sitio? -Preguntó curiosa la niña que tenía como acompañante, ella de inmediato lamentó haber formulado esa pregunta, la poca luz de felicidad que quedaba en las orbes del mayor se esfumó.
-Yo era pequeño, como ya sabrás comencé muy joven con el patinaje, mis padres vieron talento en mí y decidieron explotarlo. Un día padre irrumpió en la práctica. -Un escalofrío recorrió el cuerpo del chico, se llevó una mano a su cuero cabelludo y masajeó la zona.- Me tiró un patín a la cabeza por fallar un lutz cuádruple. Comenzó a elevar la voz e incluso a mis siete años de edad entendía que era mejor dejar que todo transcurriera como debería que levantarme y luchar contra mi progenitor. "¡Llegabas tarde a casa, Broken Child, te llevamos esperando siete minutos, se supone que deberías ya de haber llegado caminando y resulta que todavía estás aquí y encima fallas el salto!" La verdad es que ni me había dado cuenta de que había pasado tiempo, se me hizo muy entretenida la práctica. Padre se acercó a la pista, me tiró del pelo, se disculpó con mi entrenador por el jaleo armado y me llevó detrás de su auto, aparcado frente al recinto. "Desde ahora, irás a la otra pista, eres tan inútil que ni siquiera eres capaz de leer la hora. De verdad que eres inservible, irás caminando a casa, me da igual que esté oscuro y llegues a las tantas, si llega a ocurrir esto último, no nos despiertes, ni a mi ni a tu madre, ¿entendiste, Error?" Mi yo de aquel entonces asintió, una vez que mi padre me empujó para salir de la calzada, el coche arrancó y se perdió entre las oscuras calles, salí corriendo. Llegué hasta la puerta trasera y vi un camino poco señalizado. Habían muchas luciérnagas iluminando la oscura noche, espantando a los demonios. Estaban bailando a mi alrededor y me guiaron hasta este rincón. Me subí a este árbol. -Señaló al que se había subido con anterioridad.- Me quedé allí arriba, llorando toda la noche, tratando de espantar mis tormentos. Cuando empezó a salir el sol, bajé y decidí que lo mejor era volver a casa, por lo menos así me ahorraría algunos insultos. Esa es la historia.
La niña estaba tiesa, amargas lágrimas corrían libremente por sus mejillas, sin duda, la historia le había impactado. El adolescente al ver esto, lamentó habérsela contado, se supone que esto era un fin de semana para disfrutar, no para de llorar.
Mentalmente me golpeé, mira que hacerla llorar...
-Lo siento. -Dije con voz queda, me abrazó y fue ahí cuando fui yo quien comenzó a lagrimear a moco tendido. Después de tantos llantos, hablamos de temas intrascendentes.
Recogimos el picnic ya para volver a casa, ya la podíamos llamar casa. La pequeña tomó mi mano y no se soltó ni por un segundo. Cogimos el transporte público para volver. Al llegar, Lizzy me abrazó y aprovechó para subirseme a la espalda; hice otra mueca de dolor. Cuando caí de espaldas al suelo del porche del orfanato se formó un enorme morado que cubría la parte central de mi espalda. Hice todo lo posible para que no se diera cuenta.
-Date una ducha, mi cielo, mientras yo recojo todo lo del almuerzo, de paso recoge tus cosas, sabes que hoy te tengo que llevar con la Señora Emir.
Se notaba la frustración del chico al ver que su rayito de luz se iba a ir. Iba a echar de menos a su niñita y pasar tiempo con ella. Sin objetar una sola palabra, la niña subió las escaleras, pasaron unos minutos hasta que se escuchó agua correr. Kevin suspiró, se puso manos a la obra para poder lavar los tuppers y el mantel enseguida.
En 240 segundos ya estaba todo a punto, la ducha se paró momentáneamente para luego continuar. El chico subió las escaleras, algo cansado, cerró la puerta de su cuarto y entró a su propio baño. Él también necesitaba una ducha urgente, su cabeza le picaba, la sentía grasienta, le daba asco. Sus brazos estaban sudorosos y le ardían levemente, su espalda... ¿para qué nombrarla? Le dolía muchísimo. Para ser exactos, se sentía horroroso.

Entró en el plato de ducha, cerrando la mampara tras de sí. Abrió el grifo y esperó a que las congeladas gotas de agua le bañaran por completo, muchas veces se quedaba así, pensando bajo la lluvi artificial. Había veces que se sentía tan agobiado que incluso respirar se le hacía cuesta arriba. Suspiró, se quitó el champú y el gel de baño. Una vez que salió se sentía más relajado. Sus brazos no escocían, su cabeza paró de martillear contra sus sienes, sin duda era como si una brisa hubiera aparecido de repente; no sentía tanto peso sobre sus hombros ni cuello. Se puso su pijama y bajó las escaleras para llegar a su amada cocina.
Allí preparó una buena taza de té, puede que sean las seis de la tarde, pero ahora un libro, un subrayador y su humeante infusión de menta poleo era una idea realmente tentadora. La pequeña bajó las escaleras, a su espalda la misma mochila que trajo para pasar el fin de semana con el estudiante. De repente, se paró a medio camino a observar desde las escaleras la figura del joven sentado en el sillón. Sus dedos se retorcían, de vez en cuando se hacían presentes algunos temblores, como si estuviera adolorido. El libro temblaba al igual que su pulso cuando subrayaba. Tenía una hipótesis muy interesante: a su 'madre' le dolía bastante la espalda. Lentamente bajó el último tramo sin hacer ruido hasta pararse por detrás del sillón. Miró al chico, estaba muy concentrado, tendría que echar una miradita rápida a lo que ocultaba la camisa del adolescente. Cogió el cuello de la camisa y lo separó de la piel.
Casi, casi chilló. Desde la base del cuello se podía apreciar un color violáceo espantoso que hacía pensar que más que una espalda era un cuadro que había salido mal, aquello será un amasijo de colores violeta con carmín. En sus ojos había una mirada de horror. ¿Su 'madre' había estado soportando ese dolor desde el viernes por la tarde? Recordó los movimientos complicadísimos de patinaje, ahí no demostró que tuviera algún resentimiento, ni al sentarse con ella. Sí era verdad que lo había visto hacer pequeñas muecas de dolor pero eran simples guiños de un ojo. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?
-'Mamá', -el chico se giró.- ¿por qué no me lo contestes? -El mayor se veía como un ciervo atrapado por los potentes faros de un coche, ¿contar el qué?- ¡Si te sientes indispuesto o tienes alguna dolencia deberías decírmelo! -¿Dolor...? La mente de Kevin empezó a girar ¿sería su parte posterior o sabría lo otro...?

ProtégemeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora