Elizabeth me llamó mamá, yo no era su verdadera madre, ni siquiera sabía quién pudo traer a la pequeña a este mundo, yo no tenía derecho al amor de la pequeña, ni merezco ni merecía aquel título. No di a luz a Lizzy, además, no tendría tiempo de cuidarla, el trabajo, las futuras clases de la facultad, mi inestabilidad mental y mis ataques de pánico. No podía ser la figura adulta y responsable o ejemplo a seguir que la niña tanto necesitaba.
Los reporteros se volvieron hacia mí con sus estúpidas preguntas. ¿No se dan cuenta de que no es el momento? Tal vez no, después de todo ellos ganan dinero investigando y llegando a sus propias conclusiones sin sentido de la vida de los famosos.
Suspiré, fue un suspiro depresivo, el que por cierto ,hizo que los reporteros se viraran a tomar imágenes. Debería ir a un concurso de talentos, logré con tan solo un suspiro llenar de rojo los ojos de las personas alrededor mío.
Tomé mis auriculares, como siempre, esta vez escuchando por cuarta o quinta vez la final de Eurovisión, este año las canciones fueron más animadas.
Llegué a casa, no me apetecía nada de comer, no tenía apetito ninguno. Subí las escaleras pesadamente, me cambié a un atuendo más cómodo para dormir, me acerqué a la cama. El conocido vacío se hizo presente, pero esta vez no me molesté en disiparlo, simplemente lo ignoré. Ni siquiera me metí bajo las cobijas y sábanas. Mis párpados se cerraban, me sentía tan cansado que ya era incapaz de mantenerlos abiertos por mucho más tiempo. Escuché por los EarPods, que todavía no me había quitado, que Italia quedó segunda, internamente sonreí.
De un momento a otro todo a mi alrededor se volvió negro.
Un tono melódico me despertó. Bueno, uno no se podía quedar en la cama todo el día pese a tener vacaciones escolares. Hice algunos estragos a la hora de levantarme, las legañas mañaneras no me permitían abrir los ojos, lavé mi cara para quitar esa sensación, al parecer no querían abrirse hoy.
Levanté mi rostro y me vi reflejado en el espejo. Me sorprendió lo horrendo que me veía, realmente era un zombi. Mi cabello revuelto, las ojeras opacando el poco color que perduraba en mis orbes, nada que un buen café oscuro no pudiera remediar. Sé perfectamente que el café en exceso es malo, puede causar arritmias u otras enfermedades sanguíneas y cardíacas que conllevarían a un sobreesfuerzo del corazón, algunas si son muy graves pueden llevarte a la muerte. Pero es lo único que me ayuda a conectarme con el mundo de los vivos.
Me dirigí a la cocina para hacer la humeante bebida y acompañarla con algo de desayuno. Encendí la televisión, el plato que tenía en las manos se deslizó entre las mismas, acabó su recorrido estrellándose contra el suelo. Subí el volumen del televisor, estaba en una cadena de noticias, daban la sección de deportes, me dejó helado lo que llegó a mis oídos: "Ayer por la tarde hizo su aparición en público el pentacampeón del Grand Prix, Broken Child. Tenemos aquí a Ortsa Nomía ex-entrenador del pequeño prodigio. Señor Nomía. ¿Usted sabía algo acerca de la vuelta de su pupilo? -Una voz grave muy conocida para mí contestó.- No, no tenía ni idea, verá, yo dejé el patinaje debido a su repentina huida, me alejé del hielo, por ende no he indagado en temas que traten sobre el deporte. -Su voz tembló un poco, pero se recuperó hasta que terminó de hablar, la reportera continuó.- Mire, Señor Nomía. Un compañero me ha dicho que han encontrado dos vídeos recientes donde aparece como personaje único su pupilo. Uno de ellos fue de hace dos día, en el King Of Ice, una pista de hielo que solían frecuentar. El otro es de ayer mismo en la tarde, dónde esta vez Broken Child, baila acompañado por una niña, juzgue el último vídeo. ¿Está... sonriendo? -El hombre se queda callado, supongo que estará confuso y se habrá quedado viendo mi vídeo en pausa, ampliando en mi diminuta pero verdadera sonrisa.- N... no, imposible, él no sonríe, tiene que haber un error en la grabación. -La prueba sigue ahí, mi sonrisa es real.- No muestra sus sentimientos a menos que él mismo lo permita, a pesar de haber sido su entrenador, me temo que sé tanto de él como usted, ni siquiera sé quién es en la vida real, no sé su verdadero nombre. -Hay unos segundos de pausa, el hombre prosigue hablando.- Cuando carga así, en brazos a la niña sí que sonríe... sonríe. Es una sonrisa muy sutil, pero está presente. -La voz femenina vuelve a aparecer.- ¿Es que usted no le ha visto sonreír ni una sola vez? -El hombre calla, pienso que tal vez esté recordando mis años como entrenador.- Yo nunca pude hacerle reír, sonreír o llorar. Simplemente patinaba, se dejaba llevar por la música, bailaba al son de las notas. -Ella hizo una pregunta que causó que me atragantara con el oscuro y humeante líquido que era mi café.- ¿Ahora que su pupilo ha aparecido, pretende participar en alguna competición? -Ya para mí no tenía sentido seguir escuchando.- Es probable... -Apagué el televisor, no quería seguir escuchando lo que ese viejo decía. No es que dejase el patinaje por gusto, mi padre dejó en claro que era un deporte femenino.
Me obligó a dejar ir la única forma que tenía de no herirme a mí mismo, me la arrebató y cuando se fueron...
Me agaché, recogí los trozos rotos de mi plato, los tiré a la basura. Cogí un trapo, mi mano izquierda se sentía algo pegajosa, ahí fue cuando me di cuenta de que había un corte, no muy profundo. No lo había sentido, ni escozor, ni ardor. ¿Cómo no pude sentir la cerámica cortando en dos mi piel? Puede que fuera meramente superficial pero el líquido rojo escapaba.
Desinfecté la herida y la vendé; puede ser que ahora al hacer ciertos movimientos con la mano me moleste un poco.
Cogí otro plato y me serví dos tostadas con mantequilla y mermelada de arándano junto a mi café cargado casi intacto.
Una vez terminado subí a mi habitación. Me puse una camisa blanca, pantalones vaqueros negros y zapatos a juego. Tomé mis fieles gafas de sol y una gorra junto a mi chaqueta negra. Después de todo hoy sería el día con la reunión del director de la facultad de medicina por el asunto de la beca. En la misiva que le envié le escribí que iría a su encuentro a las 10:30 h. Mi reloj de bolsillo indicaba que era bastante temprano, las 10:00 h. Tomaría el tren, me bajaría, giraría a la izquierda, caminaría 100 metros, giraría a la izquierda de nuevo, caminaría 25 metros y ya habría llegado a las verjas del magnífico e imponente edificio.
Salí al exterior, por suerte pude llegar al metro sin ser reconocido. Subí, me senté mirando hacia la ventana, hasta que una voz proveniente de los altavoces anunció: "Médici", mi parada. Bajé, en cuestión de segundos llegué al edificio.
Era de piedra, alto, de estilo gótico. Dos gárgolas custodiaban su entrada, se cuenta que en el siglo XV se solían exorcizar a las personas cuyos males, se creían, eran causados por demonios. A medida que fueron pasando los siglos, los métodos médicos fueron mejorando acorde con la tecnología.
Bueno, el interior era bastante oscuro a pesar de los ventanales a ambos lados del hall, era enorme. Hacia arriba tenía cerca de diez pisos, las escaleras eran de mármol, puro y blanco mármol, habían tapices y lienzos de demonios poseyendo cuerpos esparcidos por las paredes. Algunas vitrinas con varios premios y medallas...
Menos mal que habían señales, aunque estas estuvieran escritas en madera imitando pergamino con tinta negra y colgaran del techo con ayuda de cadenas. Rápidamente encontré el despacho del Señor Emir. Miré el reloj, quedaban dos segundos para las 10:30, dejé que corrieran, a las empunto exactas toqué respetuosamente la puerta del despacho, era de madera muy robusta, habían ciertas palabras en latín decorando su marco. Ponía: "Te advierto desconocido, ten cuidado o al más allá por ellos serás llevado". Supuse que se referían a los demonios, justo en esa sala, esas personas eran sentenciadas.
Un temblor se apoderó de mi cuerpo. Escuché un pase, sentado en su escritorio estaba el director. Un hombre bien cuidado, de cabellos marrones, ojos del mismo color. A su lado una señora que no me hubiera imaginado encontrar aquí, no al menos en esta situación, era la dueña del orfanato donde la pequeña Lizzy residía. Ahora que lo recuerdo, ella sí dijo algo sobre conocerme y ser esposa del señor Emir. Me senté, ella saludó cortésmente con la mano y él agitó la suya.
-Bueno, Kevin; tus clases comienzan el tres de septiembre, para ser precisos dentro de dos días. Tus libros están en tu taquilla, junto a tu uniforme, este consiste en un pantalón de vestir oscuro, camisa blanca y chaqueta negra con el escudo de la facultad. Claro está que el uniforme es optativo, los de primer año se lo suelen poner. Las clases son de ocho a tres y media todos los días a excepción de los fines de semana. El calendario de vacaciones está colgado en el corcho de cada clase. Aquí tienes la llave de tu taquilla, la número 34. Justo en este pasillo a mano derecha. De acuerdo, ¿hasta aquí todo entendido? -Yo asentí.- Tu aula o más bien clase, será 1º B, está justamente a tres pasos dirección norte de tu taquilla. Sólo me queda decirle un pequeño detalle, joven Hernández. Disfrute de sus clases, esperemos que su estadía sea de su agrado.
Anonadado tomé con una temblorosa mano la llave, me despedí con un: "Hasta dentro de dos días Señor, Señora Emir" y les dediqué una reverencia japonesa, me retiré de la sala casi dando saltitos. Al salir encontré mi taquilla, esta era muy espaciosa, de un metro de ancho por 1'6 de alto, dentro estaban: los libros, un horario, un mapa y el uniforme que nombró el director. Sin demora leí el horario, descubriendo así que el miércoles, el día en que comenzarían las clases, tenía: biología molecular, anatomía humana y biofísica y física médica. Los tomos de dichas asignaturas los tomé para su inmediato estudio, junto a los del martes. Casi sonreí al salir del tétrico edificio.
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Protégeme
RomanceUn chico, Kevin, de quince años, se queda acompañado de Soledad. Sus padres, en pos de la fama lo dejaron a merced de la suerte. Lo obligaron con insultos a ser un prodigio sobre hielo, un arte en la que destacaba, para después abandonarlo. Kevin, h...