Capítulo 32: Se Mueve

19 2 0
                                    


Los ancianos se miraron fijamente el uno al otro. Se notaba que habían pasado toda la vida juntos.
-Muy bien, asheptamos. Fue lo que dijo la señora, le debía de doler, eso estaba claro, aún así no tenía porqué vivir los últimos años de su vida sintiendo dolor.
-Perfecto, vamos a rellenar este pequeño cuestionario, a continuación, la llevaremos sobre una camilla al quirófano tres. Usted, caballero, tendrá que permanecer fuera del quirófano, tenemos una sala de estar acogedora donde puede esperar. -Dijo la médico experimentada.- Antes, os llevaremos a dos plantas más arriba, donde está rayos. Kevin, acompáñalos, yo me quedo aquí en consulta.
El menor asintió, empujó la silla de la ancianita hacia fuera de la consulta, seguido del esposo.
-Caballero, no puede entrar a la sala de rayos X. Comenzó a hablar el más joven.
-Ya lo shé, shico. Trató de decir el mayor.
-Jóven, no shé si shabes que me duele musho el pie. Dijo la mayor canosa y arrugada de la silla.
-Usted no se preocupe, después de la operación tendrá el pie como nuevo. Eso se lo aseguro. Habló con seguridad el residente.
-Mushas grashias, shico, mi mujer y yo te lo agradeshemos. ¿Deshde cuándo eresh médico?
-Este es mi primer día, su mujer es mi segundo paciente.
-Pareshe que hayas hecho eshto toda tu vida. Dijo la ancianita.
-Muchas gracias, agradezco sus palabras. Hemos llegado, caballero, esta es la sala de espera. Si quiere, le dejo el mando de la televisión.
-No, muchas grashias, shico; este programa eshtá bien. El joven asintió.
-Jesica, hola, esta es la paciente. Dijo el chico.
-Muy bien, buenos días, yo soy la radióloga. Por favor, remánguese el pantalón y suba a esta camilla. Dijo la chica de cabello ondulado teñido de azul mientras entraba, dejando al joven ayudando a la mayor.
-Eso es, muy bien. Alabó Kevin una vez que logró sentar a la mujer, ahora, apóyese en mí, para que mi compañera pueda sacar la radiografía. El aparato se movió, se colocó para que quedase el pie sobre la placa. En cuestión de segundos la fotografía del pie estaba hecha.
-Estupendo, Kevin, aquí tienes el CD, la copia las haces tú en consulta ¿verdad? -El otro asintió.- Pásate por aquí más a menudo. Dijo la chica con un guiño, por poco no le dan ganas de vomitar cuando se cruzó de brazos delante del residente para que sus curvas saltaran a la vista.
-Jesica, recomendaría que dejaras de hacer eso, ahuyentarías hasta un babuino. Con eso, la mujer de la camilla estalló en carcajadas, sonrió al chico, quien soltó una risitas bien disimulada al salir de la sala.
-Mi amorsh tenemosh losh reshultadosh. Habló la mujer en cuanto encontró a su marido viendo la televisión en la sala de espera.
-Ahora, volveremos a la consulta, para ver cómo tiene sus dedos, ver cómo se los podemos colocar.
Tras ir a la consulta y explicar con pelos y señales a los mayores cómo sería la operación y su duración de máximo dos horas, la ancianita se preparó para el quirófano.
Ambos estaban ahí, tanto la traumatóloga jefa, como el residente de primer año.
Cortando la piel, encajando los huesos con clavos y uniendo las pieles separadas de una manera limpia. El tiempo pasó, la cirugía fue bien, no podría mover el pie en una semana, pero si se cuidaba, volvería a estar perfectamente. La sacaron del quirófano, el menor con nunca sonrisa tras haber podido ayudar a la anciana; aunque él sólo miró desde la distancia e hizo el trabajo de las enfermeras de acercar los utensilios; respondiendo a las preguntas de su jefa.

-Prácticamente hemos acabado el día, nuestro paciente de la mañana nos llevó una hora, esta señora nos llevó casi tres, son las doce en punto. Dijo la traumatóloga lavándose la manos, para quitarse la mascarilla y el gorro verde.
-¿Cuál es el siguiente paciente? Pregunté, estaba contento, no podía esperar a decírselo a Sergio, estoy seguro de que se sorprenderá.
-Se trata de una chica, le duele mucho el brazo. Tiene treinta años, está por fuera de nuestra consulta.
Subieron hasta la planta deseada, encontrándose así con la chica, al parecer se había caído en la calle, cuando iba a por un piscolabis para su trabajo. Cayó al suelo de repente, todo su peso residió en el brazo derecho.
Hicieron lo mismo que en el caso de la mañana del chico con la pierna rota.
-Muchas, gracias. Volveré el nueve de octubre para la cita. El joven siguió tecleando.
-Kevin, se nos ha acabado el día. Sería mejor que volvieras a casa, cuéntale a tus padres lo que has logrado. Habló la médico mientras guardaba el yeso sobrante.
-Dudo que ellos quieran saber algo, pero sí hay dos personas realmente importantes a los que les importo. -Contestó el joven.- Supongo que ya está, este ha sido el día. Cogió su bata, que se había tenido que quitar por un inicio de golpe de calor.
-Mañana, como ya sabes, nos vemos a las ocho, Doctor Hernández. Observó como asentía, se le notaba cansado, no había parado de tomar notas de cada paciente, pese a no necesitarlas. Lo vio salir de la consulta, saludando a otros residentes de otros años.
El viaje en metro tardó lo suyo, sin duda no podía tomarlo muy a menudo. Llegó a las tres y media a su casa, esas horas no se las podía permitir. Tenía el tiempo justo, era cuestión de poder comer algo rápido, cambiarse su ropa sudorosa e ir a su trabajo en la cafetería. Con suerte, vería a Sergio, quien pedirá su latte y su tartaleta de frutas.
Fue a la cocina, se preparó un bocadillo de atún con ensalada de col. El pan tostado le sabía increíble. Miró al reloj desde la barra de la península. No iba a llegar. Dejó un tercio del bocado en el plato, fue directo a asearse. Su polo de manga larga, su pantalón vaquero oscuro y sus zapatos color café.

ProtégemeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora