Desde el árbol aprecié la vista que tenía de mi pequeña. La adulta había susurrado unas palabras inentendibles desde la distancia a la que me encontraba. La infante de ocho años asintió con vehemencia a lo dicho por su superiora, me dio curiosidad, mas no voy a preguntar. Se despidió de la señora Emir agitando su mano, después corrió en mi búsqueda, tomó mi mano.
Al final dejé que ella me guiase... ¿hasta la cafetería donde trabajo? La realidad me golpeó, claro, hay un parque justo enfrente del Moka Coffee. Ella se encargó de todo, eligió una mesa, separó la silla como un caballero haría a una dama, se sentó y tomó la carta. Una persona muy familiar nos atendió, Ylia estaba de turno.
-¡Madre mía! ¿No te libras de venir, verdad Kevin? ¡Menos mal que comunicaste que hoy no trabajarías!, ¿esta es la pequeña de la que nos hablaste? Preguntó con una de sus sonrisas. La devolví como pude, la verdad es que me sentía demasiado cansado.
-Ya ves Ylia, a la pequeña le gusta el sitio. -Ella sonrió todavía más, los labios de seguro se partirían si esbozase una sonrisa mayor y nos preguntó.- ¿Qué van a tomar hoy? -No sé por qué pero decidí dejar que pidiera para los dos, ella pensó tranquilamente la respuesta que le daría a la camarera, tras unas pensadas respondió.- Un café cargado negro para Kevin y una zumo de naranja natural para mí. Ylia anotó el pedido.
-Muy bien, ¿algo para acompañar las bebidas pequeña? -Su respuesta me sobresaltó.- ¿Te queda algo que haya preparado Kevin? -Me sobresalté, mucho al decir verdad, algo hecho por mí. Elizabeth quería un pastel hecho por mí, sus ojitos estaban mirando a Ylia suplicante. No recuerdo haber hecho dulces esta semana.
Como un resorte me levanté de la mesa, tomé mi delantal, con rapidez lo até alrededor de mi delgada cintura y me metí en la cocina de la sala de estar a la que sólo los trabajadores podíamos entrar. Me paseé por ella recogiendo todos los ingredientes necesarios para realizar tres deliciosas tartaletas de fresas. Preparé la crema, la crujiente base con algo de chocolate negro, la fruta y la deliciosa cobertura de barniz comestible. Una vez que las terminé las puse treinta segundos en el congelador, para endurecerlas y enfriarlas. Puse los tres pastelitos en una de las bandejas de camarero, salí de la cocina, solo habían pasado veinticinco minutos. A mi niña por poco se le salen los ojos de sus cuencas.
Por desgracia mi café se había enfriado y mi cansancio hacía que mis movimientos fueran más lentos de lo normal aunque todo se disipó cuando observé cómo la niña hincó los dientes en el pequeño dulce alegremente. Ylia señaló una de las dos que quedaban, preguntando con la mirada si podía coger una. Asentí y felizmente se la llevó a la boca, sorprendiéndose por el sabor del bocado. Mi compañera pelirroja no dudó en tomar la fría taza de café y calentarla.
-No tienes que pagar la cuenta, ya que trabajas aquí. Ella se fue a atender a otra mesa, mientras yo probé un bocado de mi tartaleta. Nunca me ha gustado esa clase de tratamiento, yo quería pagar por haber consumido la comida. Al final no me pude salir con la mía y pagar. Ylia trajo mi bebida, al levantar la mirada para agradecerle, miré hacia la puerta.
Una figura muy conocida por mí salió de la cafetería, Sergio. Su nombre salió de mis labios casi sin pensarlo, apenas reparando en ello. El calorcito se asentó en mi pecho. Ambas chicas miraron a ver hacia la puerta. Ylia se quedó mirando y lo identificó como el cliente de última hora que vino a pedir un café en mi primer día. Lizzy por el contrario se desvió para verme a mí, se sorprendió, eso era obvio a juzgar por su boca en forma de 'o'. Sergio no se dió cuenta de que yo estaba, eso creí yo.
Ví como giraba la cabeza pero no era hacia mi, se despidió agitando la mano hacia otra persona, estaba al fondo, era delgada, de cabello albino largo, ella apenas levantó la vista y se despidió de él con un saludo discreto, volvió la mirada al frente.
No quería que él se volviera a encontrar con aquella mujer, lo impediría, simplemente no podía pensar el hecho de que tal vez ella fuese alguien importante para él. ¿Y si son más que amigos? ¿Y si ella le hace algo malo? ¿Y si ella le está haciendo chantaje para que él esté a su lado?
Con cada alocado pensamiento mi corazón palpitaba más rápido, con cada ocurrencia un sentimiento de terror por la seguridad de Sergio se asentaba en mí. ¡Alto! Mi respiración era errática, hacía aspavientos con tal de que algo de oxígeno llegara a mis pulmones. Sentía como si la tráquea se estuviera obstruyendo de alguna forma. Sentí como un líquido caía sobre mi, como mi ropa se adhería a mi piel como si fuera una chaqueta de fuerza. Como se pegaba a mi pecho creando una mayor sensación de agobio.
Alguien me agitaba y gritaba que volviera a mis cabales, me pedía que no me fuera. Sentí cómo algo se aferraba a mi, no quería que me fuera. Realmente alguien se quería quedar conmigo. Escuché un grito: "¡Que alguien llame a una ambulancia!" En ese momento desperté de mi estado de pánico y volví al mundo real.
-Tranquila Ylia. Estoy bien, solo fue un shock por cansancio. No muy segura ella anunció que no había por qué llamar a las autoridades sanitarias, todo volvió a la normalidad después de eso, cada cliente se volvió a sumir en sus conversaciones y el café se llenó de ambiente familiar. Poco a poco me fui calmando.
Me tomé el café, el que por cierto se había vuelto a enfriar. Me levanté de la mesa empapado y todo, tomé la mano de mi llorosa pequeña. Otra vez la había vuelto a preocupar. Lentamente emprendimos el camino de vuelta a casa. No hablamos de nada durante el trayecto. Me tambaleé en más de una ocasión, pero Lizzy se mantuvo a mi lado.
Rebusqué en mis bolsillos para ver si localizaba mi llave. Abrí la puerta, ya eran las siete, ¡malditos ataques míos! Si no hubiera sido por ellos ahora estaría con mi niñita en el parque, disfrutando de una tarde de viernes tranquilamente paseando. Le pedí que subiera las escaleras, su cuarto era el primero a la derecha, le indiqué que la puerta contraria era mi habitación, si me necesitaba ya sabría dónde encontrarme. Le pedí que se cambiara, prepararía algo de lechuga de pollo a la plancha con verduras para cenar.
Hice tres, una para mi y dos para ella acompañadas con la fritura de verduras. La llamé, vino ataviada con un camisón grisáceo, bueno de un violeta grisáceo. Hice una nota mental para que mañana fuéramos de compras, por lo menos cosas básicas. De postre había magdalenas con topping de chocolate.
Encendí la televisión y le pregunté qué quería ver. Me respondió que siempre había querido ver Mascotas. Esa era una película de animación muy popular que se estrenó. Yo no la ví, tampoco me apeteció verla en aquel momento, sin embargo la compré en Blu-Ray.De pequeño me encantaban esa clase de películas, mis padres solían venir a trabajar tarde. Cuando tuve ocho años salió una película en cines, creo que eran 'Los Pitufos', por aquel entonces amaba a esos pequeños seres azules y divertidos. Le pedí a mis padres si me podían llevar a verla. Yo sabía que ese matrimonio no iba bien en absoluto. Traté de unir a la familia una vez más. Incluso si sabía que aquello era una pérdida de tiempo. Mi yo de aquella época sólo quería aparentar que tenía una familia, aunque sea una falsa, aunque esa estampa fuese una vil mentira que durase hora y media, tal vez esas casi dos horas pudiese caer en el sueño de tener unos padres que te quieran. Me gustaría haber caído en esa tentación. Pero toda esperanza se esfumó cuando madre dijo: "Estoy ocupada, mañana te viene a recoger tu padre, pregúntale a él, ahora... ¡Fuera de mi despacho!" Me asusté por el grito. No me esperaba su siguiente acto. Tomó un libro, era de tapa gruesa, debería haber sido adorado, no arrojado. Con curiosidad leí el título: 'El niño que nunca fue querido'. Me dolió, dolió mucho, ya sabía que no me quería, pero esperaba que al menos se compadeciera de mí. Dejé lo más cuidadosamente posible el libro sobre la mesa, al lado de una inmensa pila de papeleo. Ella ni se dignó a mirarme, trastabillé hasta la puerta, me quedé unos segundos parado, esperando aniñadamente una respuesta. Sabía que era estúpido esperar a ver si un 'lo siento' escapaba de los labios de mi madre... Una risa, estalló en carcajadas como si no hubiera reído en su vida, como si hubiera escuchado la broma más graciosa del mundo en vez de romper más a un pequeño niño.
Volví a la realidad, de la nada una ola de cansancio se apoderó de mi cuerpo, tanto fue así que me dió un mareo. No pude sino llevarme una mano a mi sien para dar un pequeño masaje. Me agarré del sillón para evitar caer al suelo.
Lizzy pausó la película. Ahora no importaba lo que ese perro blanco de manchas marrones hiciera. Kevin la necesitaba. Agarró la mano del mayor para conducirlo a su habitación. Kevin luchó contra el contacto, se soltó de un tirón del amarre de la niña. Gritando que quería estar tranquilo.
Pasaron unos segundos, la niña estaba parada, claro, había sido gritada antes, por ser una rarita, por no tener amigos, por ser 'antisocial'. Nunca les había puesto caso, no provenían de personas importantes para ella, excepto ahora. El universitario había entrado muy rápido en su corazón, él no podía odiarla. El mayor por el contrario salió del 'trance' en el que se encontraba. Abrazó a la niña que todavía no respondía.
-Lo siento muchísimo, Lizzy, no me lo tengas en cuenta por favor. Ella aceptó la disculpa, después de todo el joven estaba muy cansado, seguro que eso tuvo algo que ver aunque ella tenía la impresión de que aquello no era solo cansancio, había algo más, era más profundo, lo que ella temía era que se tratase de un daño irreversible.
El mayor dejó de abrazarla antes de decir que podía quedarse a terminar de ver la película si quería. La niña negó con la cabeza y volvió a guiar al mayor, esta vez escaleras arriba.La niña torció hacia su habitación y el mayor a la suya. A los pocos segundos se escuchó agua correr, procediendo del cuarto de la pequeña. Kevin solo ahí se permitió suspirar, estaba agotado. Ese día la facultad había resultado muy pesada, las noches anteriores se las había pasado estudiando, todas en vela, a excepción de aquellas dos horas que finalmente se quedó dormido escribiendo los apuntes sobre neurología.
Ni siquiera se molestó en coger a su amiga de metal. La opresión era muy fuerte, pero su cuerpo estaba tan agotado como su mente. No era capaz ni de mover un dedo, sólo quería dormir de una vez. Sus ojos se sentían pesados, extremadamente pesados. Le molestaba tenerlos abiertos, cuando dejó de escuchar agua correr y el inconfundible sonido de un colchón en el que se acababan de echar no se permitió quedar dormido. Permitió que el mundo de los sueños le reclamara.
Eran la 4:17 de la mañana según el móvil. Kevin se despertó por culpa de su asqueroso insomnio. Por lo menos había dormido unas abundantes y completas cinco horas. Él mismo se sorprendió por haber dormido de un tirón.
Decidió tomar un libro cualquiera, embriología, bueno, así repasará para esa clase. Decidió que una materia no era suficiente, tomó traumatología aunque está última no se diera en primer año de carrera sino ya en la especialidad. Le daba lo mismo, ahora solo quería algo con lo que entretenerse por lo menos hasta que se hicieran las ocho de la mañana y así despertar a su niña para que pudiesen tomar juntos el desayuno que prepararía media hora antes de despertarla.
Así pasaron las horas, apuntes, subrayando, escuchando el sonido del pasar las hojas, el rasgar de los rotuladores y lápices que ya no escribían esa pulcra letra igualada sino una un tanto desaliñada, no por ello menos hermosa, las letras seguían siendo iguales, solo que estaban más próximas unas con otras.
Sonó una alarma anunciando que eran las siete y media. El joven corrió hacia la cocina para preparar el desayuno a su princesa durmiente.
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Protégeme
RomanceUn chico, Kevin, de quince años, se queda acompañado de Soledad. Sus padres, en pos de la fama lo dejaron a merced de la suerte. Lo obligaron con insultos a ser un prodigio sobre hielo, un arte en la que destacaba, para después abandonarlo. Kevin, h...