Capítulo 4

260 23 0
                                    

Habían despertado con mucha sed y sobretodo hambre. Silvina les preparó chilaquiles rojos con pollo y jugo de naranja para desayunar. Todavía quedaba un poco tirado la casa después del relajo que se hizo. Faltaba recoger algunos botellines de cerveza, acomodar los sillones de la terraza, trapear porque aún olía a alcohol.

— Gracias, Silivina. Estos chilaquiles están de muerte. De verdad están riquísimos. — Comentó Fernanda eufórica. No sabían si era por la cruda o porque realmente Silvina tenía un sazón para chuparse los dedos.

— No es nada, niña. Es una receta de algunas generaciones. — le contestó con una sonrisa y guiñándole el ojo.

— Me duele mucho la cabeza. — Se quejó Valentina tocándose la sien. — Silvina, ¿me puedes conseguir una pastilla?

— Por favor. — Le contestó Fernanda mirando fijamente a la capitana.

Valentina solo rodó los ojos. Fernanda era la más correcta y educada. Siempre saludaba a todos y pedía las cosas por favor y gracias. La verdad es que no lo entendía.

— Sí, señorita. En seguida vuelvo.

Silvina salió de la cocina para buscar en alguno de los compartimientos donde guardaban todos los medicamentos y botiquín de primeros auxilios. Mientras tanto ellas seguían en su plática.

— La verdad es que no recuerdo mucho de lo que sucedió anoche. ¿Me puse muy borracha? — Preguntó Sofía con las manos tapando su cara. Estaba muy demacrada.

— Pues fíjate que sí, hermanita. Empezaste a tomar shots de no sé qué, bailaste como loca, te besaste con un wey que ni siquiera sabemos de dónde salió y terminaste dormida en una silla. Juliana nos ayudó a acostarte en el sillón porque estabas en peso muerto, calidad de bulto.

— Espera, ¿Juliana, Juliana? — Cuestionó confundida y con los ojos bien abiertos.

— Juliana, Juliana, hermanita. De hecho se quitó su chamarra y te la puso para que te taparas. Fue un lindo gesto, la verdad. — Dijo la de ojos verdes de manera despreocupada.

— ¿Y ella qué hacía aquí? — Ahora la pregunta fue dirigida a Valentina.

— La muy oportunista apareció como si nada con la excusa de que la invitación era para todos. — Se defendió la castaña.

— Por cierto, ¿dónde quedó su chamarra?

— Eh... — Sintió nervios. No iba a contestar "me la llevé en la madrugada sin que se dieran cuenta para dormir y despertar abrazada de ella". No, claro que no.

— Aquí tiene, señorita. Son aspirinas. — Llegó la mujer mayor con una caja dejándola en la mesa. Valentina agradeció internamente así que podía fingir demencia y no contestar. La verdad es que la chamarra estaba en su habitación. Seguía preguntándose cómo alguien podía oler tan rico.

Valentina solo se digno a hacer un movimiento con su cabeza. Ni una palabra de agradecimiento.
Tomó dos pastillas del paquete de aspirinas y se las pasó con el jugo de naranja. Sofía imitó a la castaña.

— Gracias, Silvina. — Comentó otra vez Fernanda.

La mujer solo le dedicó una leve sonrisa.

Se escuchó a lo lejos los pasos de unos zapatos. Valentina empezó a entrar aún más en pánico porque no podía ser peor el día.

— Buenos días. — Dijo León Carvajal.

Valentina solo pudo pasar saliva ya que no lo esperaba tan pronto. Aún faltaba por limpiar algunas cosas.

Tesoro Eterno Del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora