Capítulo 38

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Samuel olvidó a cualquiera que en ese momento estuviera hablándole, solo tenía atención para el chico que acaba de llegar y llevaba meses sin ver.

Estaba distinto y a la vez, igual, Ethan. Quizás fuera una más de las caras de aquel chico que poblaba sus fantasías, el que le gritaba que le dejara en paz, que nunca más se acercara. Aquel que gemía debajo de su cuerpo, el que le miraba con la sonrisa triste que ahora también era tímida.

Dudaba que algo hubiera podido pararlo hasta llegar a él, y como si no hubiera nadie más, se encontraron.

—Estás aquí—dijo estúpidamente, pero si Ethan supiera cuantas veces en esos meses le había creído ver en mil rostros, no le parecería tan obvio. Pero el chico tan solo asintió.

—David me invitó.—Lo hubiera hecho él mismo si con eso hubiera podido volverlo a atraer a su vida, pero siempre pensó que Ethan no querría nada más de él.

—Yo...—Verlo allí había hecho que sus fantasías resurgieran de la caja minúscula donde las había recluido, quizás Ethan aún lo quisiera lejos. No estaba allí por él.

—Me alegro de verte.—Y le brindó de nuevo su sonrisa, la triste, la tímida, la de Ethan, la que tanto le gustaba.

Samuel no era alguien inseguro, no era alguien que dudaba en tomar algo que consideraba suyo, que quería que fuera suyo. Pero había tenido tantos reveses con Ethan que ya no sabía ni qué pensar.

¿Era una invitación a algo más? ¿Era solo la cortesía de dos viejos conocidos?

Y Samuel, después de tantos meses tomó una determinación, no era feliz viviendo a medias.

—¿Quieres una copa?—le preguntó, y Ethan asintió, no contemplaba la opción de despegarse ni un segundo de él, no mientras este no le dijera que lo quería lejos, no más.

Llamó a un camarero que llevaba largas copas llenas de espumoso champange, tomó dos, y le ofreció una a Ethan.

Vio como los finos labios del menor acariciaban los bordes delgados de la copa y se humedecían con el licor. La rosada lengua salió para recoger una pequeña gota burbujeante de sus labios.

Ethan no era el chico más espectacular que había conocido, tenido, pero sí era quien le robaba el aliento, desde el primer día en el que le conoció. La mezcla inocente, la leve tristeza que le envolvía, la determinación de alguien duro bajo la apariencia de fragilidad.

Ethan era único, siempre lo había sido, y él no lo había sabido tratar, hacía tiempo que lo había entendido.

Pero estaba allí, estaba a su lado, bebiendo, en silencio pero junto a él. Y aunque se sentía nervioso de que aquella burbuja se rompiera, estaba feliz, feliz de tenerle cerca, de que sus ojos negros que lo registraban todo le miraran y sonrieran.

Sus manos picaban por tocarle, por sentirlo aún más cerca, pegado a él, por lamer el labio húmedo con regusto a champange. Como si nunca se hubiera ido, como si nunca hubiera estado más presente como en ese momento.

Y fue su mano la que le acarició la mejilla, como si tuviera vida propia, con el corazón encogido, no debería hacerlo, no todavía.

Tenía miedo, un miedo diferente a cualquier otro que hubiera sentido.

Le acarició la mejilla, deslizándose demasiado cerca de sus labios, haciendo que Ethan le mirara, con los ojos negros llenos de algo que él conocía, de algo que había tenido hace demasiado tiempo.

—Te he echado tanto de menos—confesó Samuel, allí no había nadie, solo ellos dos, solo su corazón abierto de par en par.

—Yo también.—Nunca una palabras habían sonado tan dulces en sus oídos.

Sugardaddy: Londres (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora