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Aquí no hay personas normales

El sonido de un rechinido espantoso hace que despierte de mi pequeña siesta. Abro los ojos con dificultad y trato de visualizar mejor la habitación vacía. No hay ni un alma pero la puerta está entre-juntada y el ruido se escucha desde afuera. Intento volver a consiliar el sueño, pero ese rechinido tan molesto y agudo no me lo permite. Suelto un bufido, para sucesivamente, levantarme de la cama e ir a investigar de dónde proviene el sonido desesperante.

«Ya ni dormir dejan

Me coloco los tenis con rapidez y salgo de la habitación, encontrándome con el gran espacio aterciopelado desolado, ni un huérfano y ni adulto cursa la estancia. El ruidoso rechinido le da un toque terrorífico al momento, y no quiero entrar en pánico, además, mi curiosidad e indignación por interrumpir mi sueño, me dan fuerzas para caminar en dirección al causante de mi desespero. Mis pasos dan ecos por el lugar y solo puedo escuchar el latido insensante de mi corazón. Todo es penumbras y el aire frío del otoño no ayuda al momento. Cruzo el pasillo y una sombra atraviesa el lugar con rapidez, hacia las escaleras que conducen al último piso del edificio.

Kyla no me enseñó el último piso, lo omitió, y eso despierta la curiosidad por saber qué se encuentra allá arriba. Apresuro mis pasos para llegar a las escaleras, y de un momento a otro, el rechinido sube el volumen. El horrible sonido perfora mis tímpanos y llevo mis manos por cada lado de mi cabeza, cerrando los ojos y soltando un quejido de dolor.

—¡Maldición! —exclamo y busco desesperada un lugar lejos de el ruido, o de dónde proviene para pararlo.

A lo lejos vuelvo a ver otra sombra y corro en esa dirección, dejando atrás las idea de ir a las escaleras. Con mis manos tapando mis oídos sensibles ante el sonido, y el corazón en la boca por tal escena desesperante y torturadora, llego a una habitación. Al tocar el pomo de la puerta para abrirla, misteriosamente el sonido se detiene.

«¿Qué mierda...?»

Jadeante por la carrera que di, giro el pomo de la puerta y, cuando estoy a solo un segundo de abrirla y saber qué hay detrás de ella, siento cómo me tapan la boca y me sujetan con fuerza. Suelto gritos ahogados por la palma de la mano de la persona que me tiene en contra de mi voluntad y me arrastra lejos de la puerta. Forcejeo y pataleo pero la persona, que deduzco es hombre por la fuerza y su mano grande, presiona con más fuerza y me aleja hasta llevarme tan lejos que no logro ver más la puerta y terminamos nuevamente, en el pasillo aterciopelado. Por fin el hombre suelta su agarre, liberándome.

—¡¿Qué coño te sucede, maldito bastardo?! —bramo molesta, volteándome para ver al chico moreno de ojos claros que me ve con una sonrisa inocente—. ¿Ray? ¡¿Estás demente?!

—Gracias por el alago, cielo, porque lo estoy —comenta con la respiración agitada y una sonrisa burlona.

—¿Por qué hiciste eso? —indago—. ¿Era muy complicado tocar mi hombro o decirme algo? ¡Tenías que hacerme cagar del susto, ¿no?!

—Sueltas más incoherencias que mi hermana teniendo el periodo —bufa, rodando los ojos—. Y sí, era muy complicado; es más divertido así, sino la vida no tuviera emoción, cielo.

—No quiero casi morir de un paro cardíaco por darle emoción a mi vida, Ray —replico.

—En fin. —Rueda los ojos y me toma de la mano con fuerza, para arrastrarme con él por el pasillo—. No podemos estar aquí, ésta zona está prohibida.

El Grito Silenciado. ©			Donde viven las historias. Descúbrelo ahora