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La enemistad

«Mierda, mierda y más mierda.»

Se preguntarán, ¿qué está pasando en éste momento que siento que voy a desmayarme? Para refrescar memorias, estoy aquí, en un cubículo de las duchas. Llevo una toalla cubriendo mi cuerpo mojado, frío y tebloroso por los nervios que invaden mi ser, gracias a el chico detrás de mí –que sigo sin entender de dónde carajos apareció–, y a la voz de Ivét afuera.

—¿Ada? ¿Eres tú? —pregunta Ivét, por su tono de voz, deduzco la sorpresa y el reproche.

Estoy paralizada, no sé en qué momento pasé de estar bañándome sola en la madrugada, a estar en ésta incómoda situación. Mi cuerpo no para de temblar a cuasa del frío y los nervios, tampoco ayuda el cálido aliento del desconocido.

Decido responder, pero antes de cualquier movimiento en falso, se escucha la puerta ser abierta junto al sonido de unos tacones muy familiares para mí.

—Señorita Mercier, ¿qué hace a éstas horas en las duchas? —indga la voz de la directora Leduc—. Muy bien sabe que éstas no son horas para estar acá.

—Me lleva el... —maldice el desconocido detrás de mí por lo bajo.

Con la directora aquí la situación se torna más tensa, peligrosa e imposible de manejar. No sé qué hacer, y algo me dice que Ivét no se quedará callada.

Escucho que carraspea la garganta—. Buenos días, directora. Sólo vine porque escuché pasos venían hacia acá, además del ruido del agua de ésta ducha en específico —explica la voz de Ivét.

¡Maldita sea! ¿Podré golpearla luego? Perfecto, ahora tengo pensamientos violentos.

Un toque en mi hombro hace que gire sobre mi eje para encontrarme con unos ojos grises atrayentes. Trago grueso cuando su mano se posa en mi mejilla.

—Bésame, ahora —ordena el desconocido.

¿Qué lo bese? ¿Acaso quiere empeorar la situación? ¿Está loco? Me alejo de él con toda la voluntad que tengo. Sin querer, choco levemente contra la puerta y es justo cuando los tacones de Leduc se escuchan acercarse.

—Ahg, no puedo contigo —bufa él. Me toma desprevenida en el momento que sujeta mi cabello para juntar nuestros labios en un beso intenso.

Escucho que gruñe contra mis labios, y yo no puedo evitar soltar un gemido por el contacto de su piel en mis brazos. El beso no dura mucho puesto que Leduc abre la puerta, dejándonos a la vista de ella y de Ivét. Empujo al chico de ojos grises lo más lejos que puedo de mí, sintiendo mis mejillas arder. La desaprobación en el rostro de Leduc es bastante clara, como la molestia que le causa tal escena.

—Señor Carpenter y señorita Ruso. —El reproche es notable en su tono de voz—. ¿Qué clase de situación comprometedora es ésta?

—La que está presenciando, directora —responde el chico. Carpenter es su apellido por lo que veo—. No voy a ir a decirle que esto no es lo que parece, cuando es justo lo que es.

«¡Este maldito sinvergüenza!».

¿Cómo se le ocurre pretender eso? Yo no estaba haciendo nada, y mucho menos con él.

El Grito Silenciado. ©			Donde viven las historias. Descúbrelo ahora