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21 de enero, 2018

La suave brisa fría de la noche se siente en el pueblo de Wildwood, y pasos apresurados se escuchan por los callejones desolados de la madrugada. A éstas altas horas de la noche no se encuentra ni un alma por los alrededores, después de las doce no encontrarás a nadie caminar y mucho menos por esos lares. Una chica joven iba a paso veloz por los barrios bajos, su cabello ondeando por el aire y su rostro delicado oculto hasta la altura de su nariz por una chaqueta de cuero. Llevaba una expresión neutra, en su mirada se veía la frialdad de su corazón impenetrable, algo muy característico de la misma.

Justo en la otra esquina del lugar, un joven caminaba a toda velocidad con una vestimenta oscura en colores vinotinto y gris, una chaqueta y un morral. Apurado para no llegar tarde a su tal esperado encuentro.

De repente ambos jóvenes se encuentraron. La chica, amenazada y alerta, sacó la navaja que traía consigo, oculta en su guante, para tomar al joven desprevenido, sujetándolo y colocando dicha arma en su cuello. El joven hizo una mueca de horror y su respiración se aceleró, al igual que su corazón por tal inesperado movimiento. Sin embargo, él soltó una pequeña risa que hizo que la chica bufara.

—¡¿Estás drogado?! —exclamó la chica de oscuro cabello—. Sólo a ti se te ocurre asustarme de esa manera.

El joven fijó su mirada azulada ofendida en la chica, que solo lo miraba con ganas de golpearlo.

—¡Y sólo a ti se te ocurre llevar una maldita navaja en la mano! —exclamó el joven ofendido—. Sabías que podía aparecer, ibamos a encontrarnos, ¿no?

—Te juro que para la próxima que hagas o intentes algo así, te voy a degollar, Kian.

Kian, el rubio amigo de la chica, no pudo evitar sonreír. Le encantaba la personalidad única de su acompañante. Sabía que no se le podía llevar la contraria, o su fiera salía a la luz.

La chica lo miró con cara de pocos amigos, demostrando el desinterés en su mirada.

—¿Has traído lo que te pedí? —le preguntó la chica—. No tengo mucho tiempo, y lo sabes.

Kian chasqueó la lengua y le dió una de esas miradas lascivas que siempre le compartía a la joven. Lo que hizo que en respuesta ella rodara los ojos.

—¿Cuándo te he defraudado mi querida...? —cuestionó el varón. Buscó lo que le tenía a la joven en el bolso que colgaba de su hombro, y de el sacó las navajas que le había pedido su amiga—. Con que piensas hacer travesuras, eh.

Una sonrisa maliciosa apareció en el  rostro de la fémina al tomar dicha navaja, y contempló lo maravillosa que era dicha arma para ella. Deslizó su dedo por el filo de la hoja, causando que un hilo de sangre descendiera de su dedo. La chica se acercó a su peculiar amigo y posó su dedo en los labios del mismo, haciendo que éste chupara su dedo, y lograra saborear el sabor metálico de su sangre.

—Un sabor tan divino, tan macabro, tan... espectacular —comentó Kian observando con fijeza a la chica, relamiéndose los labios—. Cómo tú, Mon tueur.

—Al menos para algo serviste —respondió la chica—. Los viernes son el mejor día para hacer cosas indebidas, ¿no crees?

El Grito Silenciado. ©			Donde viven las historias. Descúbrelo ahora