Capítulo 4

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Nos separamos, jadeando por el beso apasionado que acabábamos de darnos. Lo miré, deseando más de él y me respondió con otro beso, con la misma intensidad que el anterior.

—Esperaba hacerlo durante toda la noche, te has adelantado a mis planes —murmuró, sujetándome la barbilla.

—No suelo seguir los planes de los demás, trazo los míos con frecuencia —contesté y su mirada se intensificó.

Esta seducción con dobles intenciones resultaba tan deliciosa. A ratos me veía envuelta en su hechizo, pero en momentos como este sabía que yo lo había conducido a mis planes desde el primer instante en que me decidí a seducirlo.

—Resultaste ser aún más peligrosa que yo, Isabella. —Su voz grave y masculina parecía aún más atrayente ahora que podía oír el comienzo de su excitación.

—¿Eso crees tú? —Jugueteaba otra vez con el moño del esmoquin, disfrutando de su mirada atenta por mis movimientos. Subí mi mirada a su rostro, revelando mi lado perverso.

—Por supuesto que sí —respondió, entornado la mirada.

La chica dejó de cantar en ese momento, agradeciendo el haberle permitido estar ahí esta noche. En su reemplazo se apropió del escenario un afroamericano que cantaba de forma alegre.

—Ven, vamos afuera —me dijo Edward al oído—. Creo que este tipo de música no va con nuestros trajes. —Me guiñó un ojo.

Tomó mi mano y me llevó hacia la cubierta del crucero. No corría mucho viento y el mar se veía tan calmo como nunca. Había unas cuantas luces encendidas y apenas se veía vida por estos lugares, porque todas las entretenciones banales estaban adentro. Miré a Edward, mi entretención por esta noche. Se veía más guapo aún con el paisaje detrás de él, su perfil se veía más armonioso y más esculpido que nunca.

—¿Veremos el mar? —le pregunté.

Sonrió y negó con la cabeza.

—Iremos a mi cubierta privada.

No había mucha pared, en su gran mayoría solo ventanas, y cada una daba al inmenso mar que nos rodeaba. Toda la decoración era elegante y masculina, como si estuviese hecha para él. Tonos muy oscuros, azules, púrpura y algo de blanco en cada mueble, espacio y rincón. Para ir a la sala debía bajar unos cuantos escalones, al igual que para ir al jacuzzi inmenso que se veía rodeado de flores exóticas en un rincón. Me parecía tan bello y tan caro a la vez, tan fino. Vi la inmensa cama de edredones oscuros y gran cabecero tallado, con la hermosa vista de frente al mar, como si te permitiese dormir entre las olas.

—Vamos a la cubierta —instó, llamando mi atención.

Abrió una puerta de cristal y me hizo pasar. Miré la inmensidad del mar, sorprendida, era un lugar precioso. Todo esto para él.

—Te gusta el mar —le dije.

—¿Es una pregunta? —Sentí su voz a mis espaldas.

Negué, afirmándome en la baranda que separaba el mar con el suelo de madera.

—No. Te gusta el mar, lo tienes tan cerca. Es difícil imaginarme otra cosa si has elegido una suite como esta.

Oí el atisbo de una carcajada.

—Supongo que no es difícil de deducir.

Sentí sus pasos acercándose poco a poco, hasta que su mano curiosa fue hasta mi cabello para quitarlo de mi hombro. Llevó la punta de su nariz ahí, dando caricias sensuales por mi piel descubierta. Cerré mis ojos por un momento, sintiendo nuevamente la excitación.

El Suave EnloquecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora