Capítulo 8

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El viento corría por mi cara de forma voraz, sentía que toda la tensión impuesta en una noche significaba "pasado" y nada más. Estaba aferrada a Trace desde su cintura, extasiada por la rapidez con la que transitaba por las calles.

Papá debía estar preocupado en casa. Aunque estar en moto parecía más seguro que yo manejando a 40 km/hora.

—¿Estás bien? —me preguntó, parando en un semáforo en rojo.

—¡Sí, esto es fabuloso! —exclamé.

Sonrió y volvió a poner el pie en su lugar. La moto emitió un rugido y corrió a gran velocidad por las calles de Nueva York.

Llegamos rápido a un resto-pub de las bohemias calles de Manhattan, donde se oía una música juvenil y alegre. Tenía luces llamativas y un ambiente tan núbil que me encantó. Definitivamente, era esto lo que necesitaba, algo que me hiciera sentir realmente yo.

Trace me llevó a una mesa bastante alejada y pidió la carta mientras yo observaba el lugar con entusiasmo.

—Quiero una cerveza —le dije, sacando la lengua con alegría.

Él levantó las cejas, maravillado con mi petición.

—Eres indudablemente una sorpresa —me respondió. Aquello me trajo tantos recuerdos que mi alegría logró desaparecer un par de segundos. Pero luego la retomé, porque no era posible que él siguiera torturando mi cabeza.

Es solo una conquista, un hombre de una noche, nada más. Vete al diablo, Edward Cullen, me dije internamente, mientras veía cómo Trace pedía pizza a la piedra junto a la cerveza para dos.

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Lancé una carcajada divertida mientras oía las increíbles historias de Trace, que tenía una gracia monumental para contarlas.

—Debo serte sincero —expresó, dejando a un lado su vaso de cerveza—. Soy un chico valiente, pero haberme plantado en tu puerta resultó bastante difícil.

Me tapé los ojos con ambas manos, muerta de vergüenza. No era una chica que cayera fácilmente en el pudor, pero cuando se trataba de las locuras de mi familia eso siempre sucedía.

—Lo siento, mi cuñada abrió la boca, no quería incomodarte.

—No, está bien —se rio—. Solo me hubieras dicho que tú familia estaba tan repleta de hombres, ¡por Dios, casi me devoran!

—Son unos celosos —exclamé—. Mis hermanos y mi padre siempre son muy sobreprotectores.

Me miró por sobre la cerveza con aquel brillo coqueto que siempre brotaba de él.

—Incluso Todd, mi hermano pequeño, me preguntó sutilmente si iba a darle mi beso de las buenas noches —le comenté, llevándome el tenedor con verduras salteadas a la boca.

—No pensé que el pequeño entrase al grupo de los celosos. Supongo que no llevas a muchos chicos a casa —susurró, limpiando la comisura izquierda de mi boca.

Vaya, Trace, podrías acercarte un poco más.

—Los demás suelen demostrarlo abiertamente pero Todd, es sin duda, el más celoso de todos —le dije entre risitas.

Él sonrió, entrecerrando un poco sus ojos.

—Quizá estás equivocada. El hombre de ojos verdes no dejaba de lanzarme miradas extrañas mientras te acercabas a mi moto.

Fruncí el ceño y negué con mi cabeza, algo contrariada por sus palabras.

—Dudo que sea por mí —dije acompañada de una risotada sardónica—. Apenas y nos conocemos —susurré, porque era cierto, yo no conocía nada de Edward Cullen.

El Suave EnloquecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora