¡Carajo!
No podía ser.
—Bella, ¿pasa algo? —inquirió Rose a mi lado.
Negué, queriendo arrancar de la silla. El corazón casi se me salía del tórax, como también me palpitaba la cabeza.
Pero cuando el hombre se dio la vuelta, mi organismo retomó el curso normal y de inmediato sentía que me tranquilizaba. No era él, no se parecía en lo absoluto. Lancé una ligera risa nerviosa, sintiéndome ridícula. Dios mío, lo que me faltaba, ahora lo veía en cada cosa que me recordaba a su sola presencia.
—Vaya, la música te hace comportar extraño —susurró mi amiga por lo bajo, volviendo a dirigir su atención en el hombre que tocaba tranquilamente el piano.
Yo, mientras tanto, envié lejos al hombre que aún se repetía constantemente en mis pensamientos. Estaba segura que muy pronto él no volvería nunca más a presentarse en ellos.
.
—El concierto estuvo precioso —exclamó la rubia, mientras tarareaba una melodía.
Habíamos salido una hora y media después, cuando el reloj marcaba ya las 8 de la noche. Me dolían los pies y la cabeza seguía retumbándome.
—Sí, me ha encantado —le dije.
—Oye, ¿qué sucedió allá en la butaca? Parecía que habías visto a un fantasma —su voz resultó inocente.
—Nada, solo me pareció llamativo el sonido del piano —murmuré.
Traspasamos la puerta principal del gran teatro para esperar algún taxi vacío. La avenida estaba completamente llena de gente en la misma situación que nosotras.
—¿De verdad? —Se veía que no me creía—. Desde que llegaste del crucero estás bien rara, y eso que han pasado unos cuantos días.
Tenía razón. Ya eran 5 días desde que había llegado del viaje y algo en mí parecía querer llevarme nuevamente ahí. Soñaba despierta, recordando lo sucedido allá arriba, reía sola, fruncía el ceño sola y hasta se me escapaban susurros que solo iban dirigidos a esos mismos recuerdos. Y ahora veía a Edward tocando el piano en medio de un concierto de música clásica. ¡Me estaba volviendo loca!
—No me hagas caso, debe ser que volver a la rutina me pone de malas, ¡ya sabes como soy!
—Bueno, de estar en tu posición actuaría de igual manera. Vivir en un lugar tan increíble por 7 días y luego volver a una realidad como esta debe ser un completo fastidio —concluyó Rose.
—Así es. —Fue lo único que pude responderle.
Una vez en casa simplemente me lancé al sofá, observando la ventana que abarcaba toda mi pared y daba a mi balcón, mi lugar favorito de la casa. Estuve unos cuantos minutos observando la imponencia del cielo, recordando una y otra vez lo cambiada que me había puesto desde hace días.
Para ocupar mi mente comencé a ordenar las cosas de mi habitación, pues desde que había regresado no había tenido tiempo de acomodar todo lo que llevé a la embarcación.
Entre mis cosas encontré el vestido burdeos que ocupé aquella noche, revuelto sin delicadeza debido a mi escapada. Quizá no fue buena idea marcharme así y por eso seguía pensando en él. Sí, eso debía ser.
De pronto extrañé mi collar favorito, el de la gema rojiza, brillante y grande que hacía lucir tan bien mi cuello.
—Puta mierda —exclamé, llevándome las manos a la cara.
Se me había quedado en la habitación de él, en la mesita de noche específicamente. ¿Cómo se me olvidó? ¡Era mi collar favorito! Y caro.
—Por huir como una rata —me regañé en voz baja.
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El Suave Enloquecer
RomansaLa fortuna lleva a Bella a recorrer los mares a bordo de un crucero con un boleto hacia el deseo sin retorno. Su juventud y alegría fueron el imán ideal para atraer al maduro y enigmático Edward, ambos perdiéndose en la locura y la pasión, una avent...