«𝘕𝘰 𝘴𝘦 𝘱𝘶𝘦𝘥𝘦 𝘯𝘦𝘨𝘢𝘳 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘯𝘵𝘳𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘴𝘦ñ𝘰𝘳𝘪𝘵𝘰𝘴 𝘺 𝘴𝘦ñ𝘰𝘳𝘪𝘵𝘢𝘴 𝘥𝘦 𝘓𝘰𝘯𝘥𝘳𝘦𝘴 𝘴𝘦 𝘦𝘴𝘵á 𝘦𝘯𝘵𝘦𝘯𝘥𝘪𝘦𝘯𝘥𝘰 𝘶𝘯𝘢 𝘢𝘶𝘵é𝘯𝘵𝘪𝘤𝘢 𝘦𝘱𝘪𝘥𝘦𝘮𝘪𝘢; 𝘶𝘯𝘢 𝘵𝘳á𝘨𝘪𝘤𝘢 𝘳𝘦𝘢𝘭𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘲𝘶𝘦 𝘱𝘪𝘯𝘵𝘢 𝘶𝘯 𝘥𝘦𝘴𝘰𝘭𝘢𝘥𝘰𝘳 𝘱𝘢𝘯𝘰𝘳𝘢𝘮𝘢. 𝘕𝘰𝘴 𝘳𝘦𝘧𝘦𝘳𝘪𝘮𝘰𝘴, 𝘱𝘰𝘳 𝘴𝘶 𝘱𝘶𝘦𝘴𝘵𝘰, 𝘢 𝘭𝘢 𝘴𝘰𝘭𝘵𝘦𝘳í𝘢.
¡𝘏𝘢𝘺 𝘵𝘢𝘯𝘵𝘢𝘴 𝘴𝘦ñ𝘰𝘳𝘪𝘵𝘢𝘴, 𝘴𝘦ñ𝘰𝘳𝘪𝘵𝘰𝘴 𝘴𝘰𝘭𝘵𝘦𝘳𝘰𝘴 𝘦𝘯 𝘯𝘶𝘦𝘴𝘵𝘳𝘢 𝘮𝘢𝘳𝘢𝘷𝘪𝘭𝘭𝘰𝘴𝘢 𝘤𝘪𝘶𝘥𝘢𝘥 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘱𝘶𝘦𝘥𝘦𝘯 𝘥𝘪𝘴𝘧𝘳𝘶𝘵𝘢𝘳 𝘥𝘦𝘭 𝘥𝘦𝘴𝘭𝘶𝘮𝘣𝘳𝘢𝘯𝘵𝘦 𝘣𝘳𝘪𝘭𝘭𝘰 𝘥𝘦𝘭 𝘮𝘢𝘵𝘳𝘪𝘮𝘰𝘯𝘪𝘰! ¡𝘛𝘢𝘯𝘵𝘰𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘰𝘭𝘰 𝘦𝘴𝘱𝘦𝘳𝘢𝘯 𝘭𝘢 𝘰𝘱𝘰𝘳𝘵𝘶𝘯𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘥𝘦 𝘧𝘭𝘰𝘳𝘦𝘤𝘦𝘳! 𝘗𝘶𝘦𝘴 𝘣𝘪𝘦𝘯, 𝘦𝘴𝘵𝘪𝘮𝘢𝘥𝘢 / 𝘰 𝘭𝘦𝘤𝘵𝘰𝘳 / 𝘢, 𝘦𝘯 𝘪𝘯𝘵𝘦𝘳é𝘴 𝘥𝘦𝘭 𝘣𝘪𝘦𝘯 𝘱ú𝘣𝘭𝘪𝘤𝘰 𝘩𝘦𝘮𝘰𝘴 𝘳𝘦𝘥𝘢𝘤𝘵𝘢𝘥𝘰 𝘶𝘯𝘢 𝘭𝘪𝘴𝘵𝘢 𝘥𝘦 𝘴𝘰𝘭𝘶𝘤𝘪𝘰𝘯𝘦𝘴 𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢𝘴𝘵𝘢𝘥𝘢𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘪𝘮𝘱𝘭𝘪𝘧𝘪𝘤𝘢𝘳á𝘯 𝘭𝘢 𝘢𝘳𝘥𝘶𝘢 𝘵𝘢𝘳𝘦𝘢 𝘥𝘦 𝘦𝘯𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢𝘳 𝘮𝘢𝘳𝘪𝘥𝘰. 𝘗𝘳𝘦𝘴𝘦𝘯𝘵𝘢𝘮𝘰𝘴, 𝘩𝘶𝘮𝘪𝘭𝘥𝘦𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦: 𝘓𝘦𝘤𝘤𝘪𝘰𝘯𝘦𝘴 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘥𝘢𝘳 𝘤𝘢𝘻𝘢 𝘢 𝘶𝘯 𝘭𝘰𝘳𝘥. »
𝘗𝘦𝘳𝘭𝘢𝘴 𝘺 𝘗𝘦𝘭𝘭𝘪𝘻𝘢𝘴, 𝘫𝘶𝘯𝘪𝘰 𝘥𝘦 1823.
Townsend Park. Dunscroit, Yorkshire.
Lordy Minhyun Townsend estaba en la humilde salita de visitas del único hogar que conocía, esperando a que se apaciguara el rugido en sus oídos. Miró con los ojos entrecerrados al pálido y flaco hombrecillo que tenía delante.
—Así que le ha enviado mi padre.
—Exacto.
—¿Le importaría repetirme la última parte? —aunque no tenía ninguna duda de que había comprendido perfectamente las palabras de su inoportuna visita.
El hombre sonrió, mostrándole de nuevo aquella expresión vacía y poco atractiva. A Minhyun se le hizo un nudo el estómago.
—Vamos a casarnos —aseguró el individuo arrastrando las sílabas, que flotaron en el aire haciendo que la estancia pareciera, de repente, demasiado pequeña.
—Y debo imaginar que se está refiriendo a usted y a mí.
—Sí, usted y yo. Vamos a casarnos.
Minhyun negó con la cabeza.
—Lo siento, señor...
El hombre le miró, mostrándose claramente contrariado al darse cuenta de que Minhyun no le había prestado atención cuando se presentó.
—Asperton. Lionel Asperton.
Minhyun tomó nota mental para recordar tan aciago nombre. En ese momento, debía centrarse en el hombre que, por cierto, no parecía muy listo. Por supuesto, sabía desde hacía mucho tiempo que los conocidos de su padre rara vez poseían demasiado intelecto.
