Capítulo 4: Zig Zag

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Porque quiero conocerte..

Esa frase, esa maldita frase no me deja concentrarme. ¿Por qué tuvo que decirla? No puedo centrarme en hacer la tarea cuando tengo la mente pensando en sus palabras, en él.

Estoy en la cama sentada, con los apuntes en la mano desde hace una hora. Y lo único que he escrito es mi nombre y dos líneas en la hoja.

No tiene sentido que me vuelva loca por unas palabras sin sentido. Solo quería molestarme, fastidiarme, ver si era de esas chicas que se quedan fascinadas por sus palabras y no dejan de pensar en él; me digo a mí misma.

Nadie quiere conocerme, nadie lo ha hecho y nadie lo hará.

—¡Melanie, a comer!— oigo decir a mi madre desde el piso de abajo.

Cierro los libros, me levanto y salgo de la habitación. En las escaleras, empiezo a pensar en lo que le contaré a mi madre; no quiero que me quite de la escuela y pierda mi beca de estudios a la universidad.

Cuando entro en la cocina huelo a canelones, mi plato preferido. Hoy está feliz, será mejor ocultar la verdad; no quiero cambiar su humor por mi culpa.

Mi madre lleva el horroroso delantal que mi padre la compró por navidad, no se porqué sigue poniéndoselo si no le queda bien.

— ¿Qué tal el primer día?— pregunta, mientras sirve la comida. No me gusta mentirla pero no se qué hacer, decir la verdad y despedirme de la libertad o ocultarla y perder parte de nuestra confianza.

— Bien, poca gente se ha fijado en mí. Al principio me han mirado raro, pero luego he sido invisible.—  No la he mentido, sólo he ocultado parte de la información.

La comida es rápida, no hay mucha conversación, ella tiene prisa por seguir con sus labores de la casa y yo con mis deberes. Siempre me he preguntado si esta era la vida que había soñado, ser ama de casa mientras su marido viene tarde de trabajar en un laboratorio. Nunca la he visto quedar con amigas o hablar con alguien que no fuera del trabajo de mi padre. Supongo que no es fácil tener una vida normal cuando tu hija no lo es. El único que aparenta algo de normalidad es mi padre, es el que paga las facturas pero pasa poco tiempo en casa.

En verdad siempre me he sentido un poco culpable porque mi madre no pudiera tener un trabajo; tenía que cuidarme y enseñarme.

Mi madre es una gran profesora y estudió mucho para enseñarme. En consecuencia tengo una beca para mis estudios en la universidad pero para poder ir, tengo que asistir un año a la escuela y graduarme.

Recojo los platos, limpio la mesa y vuelvo a mi habitación; no tengo más que decirla y ella tampoco quiere preguntar. Después de hacer los deberes y estudiar un poco, me echo en la cama y me quedo dormida.

Mis sueños no son nada fuera de lo común, destrucción, muerte, pérdida, tristeza; lo normal. Tal vez por eso soy pesimista y pienso lo peor de la gente o es que llevo la muerte en mis ojos.

Después de unas horas oigo entrar a mi padre en casa y se que es media noche, por lo que cojo una barrita que tengo en el cajón, me la como y vuelvo a dormir.

No es que le tenga miedo, sino que él sabría que he mentido y no quiero darle una explicación de como he asustado a unos chicos. Desde el primer momento que preparamos mi salida al exterior, no ha parado de ponerme impedimentos; según él no estoy lista y nunca lo estaré.

A la mañana siguiente, me despierto diez minutos antes de que suene el despertador. Me pongo las lentillas como todos los días, porque las otras se me han derretido; solo duran 24 horas. Después, me ducho, me cambio y me peino; solo me quedan 5 minutos para irme. Antes de salir de mi habitación cojo las gafas de sol, un accesorio indispensable en mi, y la mochila. Luego cojo una tostada de la mesa, la unto un par de veces en mi leche y me la como.

—¡Qué prisa tienes por llegar al colegio!— Dice mi madre. —Parece que te gustó tu primer día.—

¿De verdad quiero llegar pronto al colegio para estar antes o es por otra cosa?

No quiero pensar en ello, sólo quiero salir de casa y coger el autobús.

—Sí, supongo.— la respondo. Antes de salir, la doy un beso y me despido.

Hoy está lloviendo, qué mala suerte. No tengo paraguas así que salgo corriendo hacia el autobús. Cuando entro todos me miran y se ríen en voz baja.
No importa, me digo.

Miro los asientos y el único que está libre es el de ayer, al lado de Pterseo. Me siento y miro hacia la ventana. La única forma de que alguien sepa que no quieres hablar es ignorarle.

—Qué tal te encuentras hoy?— pregunta. Parece que no ha pillado la indirecta o tal vez solo quiere molestarme.

—Bien, gracias.— ¿¡Pero qué estoy haciendo!? —Disculpa por salir corriendo ayer y dejarte ahí tirado, fue de mala educación.—

— Por lo menos te despedistes.— dice Pterseo, provocándome una sonrisa. —"Me tengo que ir"—

Entre risas le digo: —Fue patético-— , y me tapo la cara con la mano.

—Entonces, ¿tregua?

No se lo que me pasa, pero la acepto. Cuando llegamos al colegio parece que fuéramos amigos, nos reímos, hablamos. Y después Pterseo antes de irse a su clase dice: —Luego nos vemos.—

Durante las horas siguientes no atiendo a clase, estoy neurótica por salir ha hablar con él y con sus amigos. Todo es perfecto como en las películas, pero lo que siempre ocurre detrás de una alegría es una tormenta. Cuando es la hora del descanso y me dirijo hacia ellos, ocurre lo que sabía y en verdad esperaba que ocurriera; me ignoran, hacen como que no existo, incluso él.

Me había echo ilusiones falsas, nunca tendría amigos, nunca tendría una vida normal, estaría toda mi vida sola.

Empiezo a caminar hacia la puerta del colegio, quería irme de ahí lo antes posible; mi padre tenía razón.

Cuando de repente alguien me agarra del brazo y me empuja a un rincón del pasillo.

Es Pterseo.

Está a muy pocos centímetros de mí, sofocado y tocándome el brazo.

Y me dice: —Hola.—

Eterno Poder ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora