EPÍLOGO

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Era una calurosa mañana de mediados de verano. El sol impactaba con fuerza a aquellas horas, y la calle ardía bajo los pies del que osase dar un paso fuera del fresco interior de su hogar.
El pueblo de Kicrom no quedaba muy lejos de la ciudad, pero se notaba bastante la diferencia de vivir en uno u otro lado. Sobretodo por la ausencia de oleadas de gente de vacaciones que reinaban en Mimbre, como corrientes de río en distintas direcciones.
Parecía mentira que la gente se fuera de vacaciones en momentos como esos, pero también era cierto que la situación se había mantenido bastante tranquila desde hacía un mes y medio.
Poco tardaría en romperse esa tranquilidad, se decía la chica castaña con una mueca, mientras trataba de recitar su canción favorita con el violín, sin prestar mucha atención a las notas que iba tocando. "Y todo por tu culpa".

Cerró los ojos con fuerza, y dejó de tocar, el arco de quedó mudo en sus manos. Por mucho que tratara de evadirla, esa sensación de angustia no desaparecía, y se mantenía igual de intensa que al principio.
Ojalá... La chica sacudió la cabeza y suspiró, había muy pocas cosas que pudiera hacer ahora.
Y ya que la música no lograba distraerla, se dirigió a la mesa del salón y cogió de su superficie uno papeles grises algo arrugados, dejándose caer en el sofá como quien se deja engullir por el vacío, tratando de escapar del calor y de sus pensamientos.

Pero justo ese preciso momento la tetera chilló: el té estaba listo. Así que volvió a dejar el periódico sobre la mesa y se levantó del sofá, caminando hacia la cocina. Una vez allí, apagó el fuego, retiró la tetera y echó su contenido sobre una de las tacitas de cerámica para café. Se sentó en un taburete y se apoyó en la encimera. Cuando la última gota de té rozó sus labios, llamaron a la puerta.
El ruido del timbre casi resultó estridente, lejos de sorprenderla, porque lo cierto es que la chica esperaba ese sonido desde el momento en que sintió su presencia al otro lado de la puerta. Hacía bastante tiempo que no la sentía, pero Emma no la confundiría por nada del mundo. Al fin y al cabo, sabía que estaría unida por siempre a ella.
Dejó la tacita ya vacía en el fregadero, y se encaminó hacia la puerta, deseando por un momento no tener que abrirla.
Quizá por eso se paró unos segundos frente a esta, indecisa, hasta que finalmente suspiró.

-¿De verdad me vas a dejar aquí fuera, después de todo? -preguntó su inconfundible tono de voz, irónico como siempre.

Emma abrió la puerta y se le quedó mirando. Lo cierto es que no había visto prácticamente a nadie desde que se dio por finalizado el curso, tras ocurrir de aquello.
Azel por su lado correspondió su mirada, tratando de entrever cualquier tipo de sentimiento o reacción en la chica. Podía notar con total claridad la preocupación en su ojos, el miedo y la culpa de su corazón, que casi parecía acompasarse al suyo. Era algo que solo le sucedía con ella, y ahora sabía cuán afortunado podía sentirse por compartir un vínculo tan extremadamente inusual como el que ambos compartían.
Pero en los ojos de él también había preocupación, e incertidumbre. Deseo por saber qué se encontraría en ella, debido a la sucedido.

En ese momento la mirada de la chica reparó en el bolsón de cuero marrón que yacía a los pies de su amigo, ¿a dónde iba?

El chico pareció cerciorarse de sus pensamientos, por lo que frunció el ceño.

-¿Dónde está el tuyo? -preguntó en cambio.

La chica alzó las cejas, desconcertada.

-¿El mío? -repitió, indecisa.

Azel sonrió, asintiendo con gracia.

-¿A caso lo has olvidado? -cuestionó, arrugando la frente, pero sin enfado-. Como sea, ve a prepararlo, aún tenemos tiempo.

Emma parpadeó varias veces, aún sorprendida, y antes de darse la vuelta preguntó:

-Pero, ¿a dónde nos vamos?

Azel esbozó una media sonrisa, calmado.

-A Elproud, por su puesto.

Emma: La calma precede la tormenta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora