1.-Volver a empezar.

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El pueblo de Kicrom no quedaba muy lejos de la ciudad. Pero se notaba bastante el cambio de vivir en uno u otro lado. Mientras la ciudad de Mimbre era bulluciosa, ruidosa, concurrida, moderna y enorme, el pueblo de Kicrom era más bien tranquilo. Un lugar plácido y armonioso al que retirarse, rodeado de hierba muy verde, árboles frondosos, el piar de los pájaros y muchos gatos. Allí, en la tercera casa adosada de la única calle principal, vivía Emma.
Emma era una chica de quince años, castaña, de ojos azules y mirada segura, cuya mayor afición era tocar el violín, instrumento que a veces se veía sustituido por el piano que se apoyaba en una de las paredes del salón. Ella adoraba la música, con la que ocupaba aquellos momentos de soledad que tal vez sentía de vez en cuando. Porque ella estaba sola. Es cierto que tenía una madre, sí, pero se encontraba allá, en la lejanía, y solo la veía de vez en cuando, pues estaba demasiado ocupada siendo un importante icono y dirigiendo una de las escuelas más prestigiosas de todo el mundo mágico. Por ello, Emma había aprendido desde pequeña a apañárselas sola, y a superar los miedos que la invadían algunas noches. Porque, aunque su madre la dejaba a cargo de la vecina de la casa de al lado, una señora gordeta, bajita y ya anciana, muchas de las horas del día las pasaba sola, sobre todo ahora que era más mayor, y que el estado de la pobre señora había empeorado.
Por eso, aquella mañana, Emma también estaba sola. Pero eso empezaría a cambiar muy pronto.

CAPÍTULO 1: Volver a empezar.

La tetera chilló: el té estaba listo. Dejó el periódico sobre la mesa y se levantó del sofá, caminando hacia la cocina. Una vez allí, apagó el fuego, retiró la tetera y echó su contenido sobre una de las tacitas de cerámica para café. Se sentó en un taburete y se apoyó en la encimera. Cuando la última gota de té rozó sus labios, llamaron a la puerta. Emma se sorprendió y dejó la tacita ya vacía en el fregadero, y se encaminó hacia la puerta, preguntándose por la identidad de la persona que aguardaba al otro lado de esta. Una chica de su edad, pelirroja y alegre, la observaba con una sonrisa de oreja a oreja.
-¿Qué haces aún así? ¿Es que no sabes que hora es? - inquirió la chica, frunciendo el ceño.
-¿Qué haces tú aquí? - preguntó Emma, que aún no cabía en su sorpresa.
-No seas maleducada y déjame pasar.- le dijo, volviéndola a mirar.- Y ve a por tus cosas.
Emma se hizo a un lado y permitió que su amiga entrara, aún algo dormida. Sacudió la cabeza y miró el reloj. Eran las ocho y media. ¿Ya era tan tarde? Tarde al menos para coger el autobús que las llevaría a la ciudad. Reaccionó. Subió las escaleras lo más deprisa posible, casi tropezándose en el camino, y entró en su habitación. Menos mal que había hecho la maleta la noche anterior. Resbuscó en el cajón de la mesilla en busca del pasaporte, y una vez lo encontró lo introdujo en su bolsa de mano, con sus efectos personales. A continuación recogió la lista de lo que necesitaría para el nuevo curso, escrito a mano en una hoja de cuaderno, y volvió a bajar las escaleras medio corriendo, arrastrando la bolsa y la maleta con sus pertenecias lo mejor que pudo.
-¿Ya estás lista?- preguntó la pelirroja desde el recibidor.
-Sí, vámonos.- dijo Emma, avanzando hacia ella.
Ambas salieron por la puerta después de comprobar que todas las ventanas estaban cerradas y que todo quedaba en perfecto orden. Una vez fuera, Emma dibujó un candado en la puerta con el dedo y se aseguró de que había cerrado correctamente.
-Me pregunto que habría pasado si no hubiera venido a buscarte.- murmuró la chica, mientras caminaban hacia la parada del bus.
-Probablemente nada. Habría cogido mi escoba o la capa larga de mi madre. Y habría llegado incluso antes que el propio autobús.
Su amiga frunció el ceño.
-Sabes que no lo tenenos permitido. Los magos y brujos menores de dieciséis años no podemos volar sin consentimiento adulto.
Emma sonrió.
-Las reglas se hicieron para romperse.
-Sí, y así te ha ido.- susurró la otra, acordándose de la multitud de veces que la había tenido que sacar de problemas en su anterior escuela. - Espero que empieces a recapacitar. Allí no te van a pasar ni una, aunque seas la hija de la directora. Si rompes alguna regla, estás fuera.
Emma bufó, no hacía falta que se lo recordase. Sin embargo, su amiga continuó hablando.
-Realmente me sorprendió. Que fueras a la misma escuela que dirige tu madre, quiero decir.
Emma la miró.
-¿Bromeas? Es la mejor escuela de magia de prácticamente todo el mundo. No iba a rechazar la oportunidad de ir allí solo por mi madre.- negó. - Ni siquiera me lo había planteado.
Aunque no lo dijera, Emma estaba orgullosa de ella. El problema es que su relación era un tanto... distante, y eso enfriaba los buenos pensamientos que ella tenía sobre su madre.
Entre tanto, habían llegado a la parada del bus y confirmado que este llegaría en tan solo cinco minutos. Cinco mimutos que pasaron rápido, pero en silencio. Silencio que fue roto por la propia Emma, que al rebuscar en su monedero se dio cuenta de algo.
-¿No tendrás suelto?- preguntó a Leyla, que se había agachado para acariciar un gatito blanco callejero.
Leyla la miró.
-¿Y tu tarjeta?
-Caducó.- respondió. - Antes del verano. Como no he vuelto a la ciudad no he podido renovarla. Se me había olvidado y no he cogido suelto. Lo tengo todo justo en billetes.- explicó con una mueca. En ocasiones, incluso la propia Emma se exasperaba de sí misma.

Emma: La calma precede la tormenta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora