Aquella noche las estrellas se veían con más nitidez que habitualmente, dotadas de un brillo especial. Era noche cerrada, y la luna, reina menguante, coronaba el cielo desde lo más alto, increíblemente bella. Pero era una pena que una noche tan hermosa como de casualidad era esa, fuera incapaz de observarse desde la explanada de hierba de la escuela, aquella que separaba al conjunto de edificios del bosque. Quizá desde El Ático de Eythera, situado en la torre más alta, o desde uno de los múltiples claros del profundo bosque al pie de las montañas, sí habría podido verse con claridad.
Pero en aquella ocasión, el denso humo gris provocado por cuatro hogueras enormes, que crecía varios metros de alto hacia el cielo, para difuminarse con él; y la iluminación que producía aquel ardiente fuego, entre anaranjada y rojiza, fueron suficientes para opacar el cielo, ocultando cualquier otro brillo que no fuera el propio de las llamas.
Pero, en su defensa, aquellas cuatro presencias de fuego habían otorgado una increíble calidez a una noche terriblemente fría como lo era esa.
Sí, en su cercanía el cuerpo de los alumnos se había calentado con rapidez, impidiendo que unas extremidades congeladas pudieran chafarles la emocionante noche que prometía.
Los alumnos de los diferentes grados y cursos, apartados un poco de los profesores, que habían formado su propio corro, se habían amontonado alrededor del calor de la hoguera, hablando en grupitos, donde algún que otro aventurado se había atrevido a acercarse lo suficiente para poder asar unos pequeños dulces con forma de estrella y de aspecto esponjoso que se insertaban uno seguido de otro en una especie de palo. Se llamaban Estelados, un nombre no muy original, y eran propios de las provincias del norte, por lo que a Emma le extrañó verlos allí. Lo más probable es que algún alumno de esas tierras los hubiera traído consigo, como había hecho Josh con los Duendes Azules de Hidromiel, los cuales había probado su segunda noche allí.
Emma solo había comido una vez ese extraño dulce, pero le había parecido una completa delicia. Así que cuando vio que uno de los alumnos que se acercaban peligrosamente al fuego era el hermano de Leyla, tiró de esta y de Vanesa y dijo entusiasmada:-Vamos a perdirle a tu hermano que nos de uno.
Leyla la observó divertida. Solo había una cosa que le gustaba a Emma tanto como hacer magia y volar: la comida.
La pelirroja se encogió de hombros, y dejó que su amiga le arrastrara hacia el chico rubio, que al verlas, dibujó una sonrisa en su rostro.
-Vaya, el trío terremoto, que sorpresa veros después de tanto tiempo.- afirmó, saludándolas chocando su puño contra la palma de las chicas, como era habitual.
Emma le sonrió como una niña pequeña.
-Venimos a que saldes tu deuda.- explicó, observándole complacida.
Daniel alzó una ceja, sorprendido, y miró a la amiga de su hermana, quien por cierto la observaba sin tener idea de qué hablaba.
-¿Así que ya te has decidido?- preguntó, esbozando una media sonrisa-. ¿Qué es lo que quieres que haga por ti?
Emma señaló una de las gominolas estrelladas que sostenía en la mano.
-Quiero uno de esos.- respondió, muy segura.
Daniel la miró asombrado, y después dejó escapar una sonora y terriblemente divertida carcajada.
-Puedo darte uno sin más. -dijo todavía riendo-. No hace falta que me reclames nada todavía. Yo que tú me lo guardaba para una ocasión en qué realmente necesites mi ayuda.- opinó, arrancando uno de esos dulces esponjosos, abriendo la palma de la mano de Emma, para depositarlo en ella, quien se lo quedó mirando con los ojos iluminados.
Emma le sonrió.
-Muchas gracias, me encantan.
Leyla, que les observaba a los dos como extrañada, frunció el ceño.
ESTÁS LEYENDO
Emma: La calma precede la tormenta.
FantasiTras acabar las enseñanzas básicas ha llegado el momento que todo estudiante espera: aprender la verdadera magia en una de las más grandes escuelas. Emma empieza su primer curso en Eythera pensando que todo será tan tranquilo y suave como se había i...