8. Efusividad

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Continuación disfruten.

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—Debiste haberles dicho quién eras en un principio —mencionó Silvana mientras le abría paso a su oficina.

—¡Porqué hiciste eso! —interrogó la rubia, una vez dentro en la privacidad del lugar.

—¿A qué te refieres? —habló confundida.

—A tus antigüos empleados, ¡Creés que no me dí cuenta! ¿Porqué los quitaste de sus puestos? —se puso frente a ella.

—Ah eso —sonrió—, sucede que…

—No tenías derecho con ellos, ¡Tienen familia, carajo!

—¿Cómo? —habló sorprendida, hasta caer en cuenta a lo que se refería—. Creo que lo estás malinterpretando, yo…

—No me gusta que manejes así a las personas, Silvana. Ellos necesitan…

Entre rabietas que la rubia mostraba, Silvana se detuvo de confrontarla, nunca pensó que cuando la volviera a ver, sería para discutir el estado laboral de sus empleados.

Admirable. Por mucho, se sentía contenta de la efusividad con la que su esposa defendía su juicio.

Tan tú, mi vida —pensó la pelinegra.

Sonrió.

No era el momento, pero lo deseaba.

Dió un paso al frente. Antes de que la rubia protestará la tomó de la cintura, y sin previo aviso después de mucho tiempo, sin sentir la calidez de sus labios, la besó.

La besó con la misma intensidad que su alma anhelaba. Con ese sentimiento que crecía trás cada segundo transcurrido.

¿Cómo es que había soportado tanto tiempo tenerla lejos? Se preguntó Silvana.

En un principio, la primera reacción que Renata por reflejo intento, fue separarse. Pero por más que lo quizo su cuerpo se negaba a obedecer, más al contrario se dejó llevar. No quería, pero su estúpido corazón era quien daba la orden de seguir.

Porque a pesar de todo, la seguía amando y mucho. Silvana lo sabía, ese beso lo demostraba.

—Espera… —susurró Renata al lograr separarse apenas un segundo.

—Qué pasa, amor... —cuestionó Silvana prestando poca atención a sus palabras.

—No —se detuvo, empujando sutilmente su cuerpo hacía atrás—, no puedo hacer esto.

—Lo siento, no quise incomodarte —retiró los brazos de su cuerpo hasta estar a una distancia segura de sus tentaciones—, pero no me dejaste otra alternativa, estabas algo histérica —habló con total calma.

—La culpa fue tuya. No debiste despedir a tus empleados.

—No lo hice, créeme —y una confusión en el rostro de la rubia surgió—. Bueno si, pero no con esas intenciones.

La pelinegra le explicó sobre sus recientes oficinas en el extranjero, algo que Renata ya sabía. Dada la lejanía de estos, necesitaba a gente de su absoluta confianza para velar por los intereses de su empresa. Sabía que sería difícil pero no tanto si ponía a las personas correctas.

Con ayuda de sus influencias, ofreció apoyar una reubicación de los trabajadores que considero ideales junto con sus familiares; escuela, salud y trabajo estaban contemplados y quiénes aceptaron no dudaron ni un segundo en viajar al otro lado del mundo tras semejante oferta.

3° Parte - La Amante Perfecta ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora