Capítulo 3

483 65 28
                                    

La lluvia cae muy fuerte sobre la copa de los árboles que uso como refugio en este momento

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La lluvia cae muy fuerte sobre la copa de los árboles que uso como refugio en este momento. Pero no me sirve de mucho ya que, cuando me decidí a sentarme bajo uno, estaba completamente empapada.

Tenía esperanza de salir del bosque y volver a casa, para darme tres golpes por pisar barro súper resbaloso.

A mi derecha Pulga duerme cómodamente.

—Estúpido perro, si no te hubieras escapado, estaría al lado de la estufa calentita, mirando una serie.

Apoyo mi cabeza adolorida en el tronco del árbol, llevo mis rodillas al pecho. Me gusta el frío, pero en este momento lo detesto. Frotó mis brazos con las manos para darme algo de calor, pero no funciona.

Suspiro. Me acerco al perro y lo abrazo, no sé en qué momento me quedo dormida.

A mi cuerpo llega una satisfactoria sensación de calor. Froto mis ojos con ambas manos. Miro a mi alrededor.

Una cueva de piedra.

¿Una cueva? ¿Cómo llegué a aquí? A mi lado una pequeña fogata calienta mi cuerpo, apoyo mis manos en el suelo y estas tocan hojas de todos los colores posibles, formando una cama.

—¿Hola? —Me levanto, camino hasta la entrada de la húmeda cueva—. ¿Pulga?

Escucho un ladrido a mi espalda, el perro se levantó de la esquina en la que dormía, se acercó y se sentó a mi lado. Con mi mano derecha acaricio su suave cabeza.

Ya no llovía, es momento de volver a casa. No quiero pasar la noche en este espantoso bosque. Voy a tener que apurarme, la abuela debe de estar preocupada.

Comienzo a caminar pasando por distintos caminos, con Pulga a mi lado. Eso hago durante un largo tiempo hasta que encuentro un sendero de margaritas. Adornado con piedras blancas.

—¿Y esto? —Mi desconcierto es más que claro.

¿Flores a mitad del bosque, con la oscuridad que hay? El ruido de una rama siendo partida llega a mis oídos, haciendo que todos mi sentidos se pongan alerta.

Una ola de relajación me invade al ver como Pulga pasa a mi lado con un pequeño pedazo de rama en la boca. No sé si seguir el sendero o no, soy algo curiosa, pero no tanto. Sé que por ese lugar no se sale del bosque, estoy más que segura, porque no lo vi cuando me introducía al lugar. Aunque la posibilidad de haberlo cruzado y no darme cuenta está. Decido seguirlo, no pierdo nada.

Doy unos pocos pasos y me detengo a oler las flores, me recuerdan a mamá. Ellas las adoraba, retomo mi caminata.

Pulga vuelve a pasar con la rama, esta vez la punta de esta da en mi pierna izquierda, haciendo que un pequeño hilo de sangre salga.

—¡¡¡AAYYY!!! —Llevo mi mano a la lastimadura—. Perro tonto, ¡dame esa rama ahora!

El perro me mira pero no la suelta, por lo que me acerco y la tomo. Con ambas manos la parto al medio, luego la tiro a un costado junto a las margaritas.

Suspiro. Ya estoy cansada de esta situación, tengo hambre y frío, sin contar que me duele el cuerpo por las caídas. Con el rabillo del ojo noto como pasa a mi lado, con una rama un poco más gruesa que la anterior.

—No se la quites, déjalo que juegue un rato.

Me paro en seco.

Mi cuerpo se tensa, inmediatamente me doy la vuelta buscando el origen de esa voz. Miro a todos lados, pero no hay nada.

Demonios, puede ser un asesino en serie, en las películas que he mirado, la chica termina con el peor final.

<<¿Qué hago?¿Corro?>> Doy dos pasos atrás cuando escucho pisadas.

—¿Quién está ahí?

Trato de que mi voz salga lo más valiente y normal posible, pero esta me falla.

Busco al perro con la mirada, pero no lo veo. Lo llamo, pero no aparece. Espero que no se haya ido y me haya dejado acá, en medio de la nada, con un desconocido.

—Buuh —susurran en mi oído.

Chillo.

Grito como nunca lo he hecho en mi vida. En ese momento mis piernas tienen vida propia porque salen disparadas para cualquier lado. Comienzo a correr fuera del sendero, pisando las margaritas y alguna que otra piedra. Paso entremedio de los árboles, arañándome la cara y ambos brazos. Mi corazón está muy acelerado, tanto, diría yo, que en cualquier momento se saldría de mi cavidad torácica.

Llego hasta un pequeño río, que no dudo en cruzar. Me detengo al lado de un árbol seco para tomar aire, me duele la parte derecha de mi estómago. Bernabé tenía razón, estoy súper fuera de estado. Tomo unas grandes bocanadas de aire, miro hacia todos lados con desconfianza.

—Sabes, no tiene mucha lógica que entres a un bosque en busca de tu mascota, y al primer ruido que escuches salgas corriendo olvidándote de él. —Su voz suena divertida.

No me muevo, ni respiro. Una figura alta se posiciona a mi lado, no quiero mirar, tengo miedo. Lentamente giro mi cabeza, chocando con una gran sonrisa. Un par de ojos marrones con vetas verdes me miran divertidos. Noto que sostiene, con su mano izquierda, una rama. Me atrevería a decir que es igual a la que tenía Pulga cuando lo perdí, por segunda vez.

—¿Qui-quién eres? —Doy dos paso atrás tropezando con una gran rama caída del árbol seco.

Un par de fuertes manos me toma de ambos hombros, impidiendo que mi cuerpo toque el piso. Me escanea con una mirada intensa, cuando ve que está todo bien, me suelta. Da unos pasos atrás, la sonrisa intacta en su bello rostro blanco como la porcelana, extiende su brazo ofreciéndome su mano.

—Hola, soy Lateef.

Elementales- El InicioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora