Capítulo 2

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“Sangre”

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Sangre

Me siento de golpe en la cama, las mantas caen a un costado. Con ambas manos comienzo a recorrer cada parte de mi cuerpo buscando una herida. Algo, lo que sea.

Pero no hay nada.

Fue solo un sueño, más bien una pesadilla. Aunque se sintió tan real, trato de calmar mi respiración ya que está algo irregular. Mierda, hace mucho que no tenía una pesadilla. Me levanto, y al hacerlo siento el frío del piso en mis pies desnudos. Qué raro, juraría que me había acostado con mis zapatillas puestas.

Suspiro. Cualquiera de estos días me voy a volver loca, bajo hasta la cocina y no hay nadie.

—¿Abuela? —la llamo en voz alta—. ¿Abuela?

Debe de estar en el jardín, pasa mucho tiempo con sus flores. Camino hasta la puerta que da al patio trasero y la abro.

Oscuridad.

Frunzo mi ceño en una señal de confusión. ¿Qué hora es? Giro mi cabeza hasta ver el reloj de pared rojo.

2:17 am.

¿Tanto dormí? Puede que sea por eso que estaba tapada y sin las zapatillas puestas, habrá sido mi abuela, seguro antes de ir a dormir. Eso me hace sonreír, es una mujer maravillosa.

Cierro la puerta, y me preparo una chocolatada caliente, mamá me preparaba una cuando no podía dormir. Recordar eso hace que todo mi sistema se tense, y mis ojos y nariz comiencen picar.

Hace ya un par de años que acepté la idea de que mi madre ya no estaba. No voy a decir que lo superé porque ¿quién supera completamente la muerte de una madre? Aprendí a vivir con eso, aunque duela.

Termino la chocolatada y vuelvo a la cama, más tranquila. Me acuesto y vuelvo a dormir.

Siento un leve peso en mi pecho. Abro lentamente mis ojos y encuentro el bonito rostro de mi hermanito. Paso mi mano por su cabello castaño con reflejos color miel, como el mío. No fui la única que tuvo pesadillas anoche. Beso su cabeza.

Con cuidado me levanto, sin hacer un movimiento brusco que lo despierte, cuando lo logro salgo en silencio de la habitación dejando la puerta abierta. Camino por el pasillo, al pasar frente la puerta de la habitación de la abuela, se escuchan unos suaves ronquidos.

En la sala me recibe Pulga, el perro más consentido que he conocido.

—Buenos días, veo que hoy te has levantado contento.

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