Capítulo 6

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—No, no lo estás

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—No, no lo estás.

¿Ustedes también escucharon eso? Digan que sí, se los suplico. Digan que verdaderamente me estoy volviendo loca, una loca que escucha voces en su habitación, que por cierto, estaba sola.

Mi mirada viaja a cada parte del lugar, hasta detenerse en la ventana abierta de par en par. El viento entrando desde el exterior hace que la cortina verde vuele, un escalofrío recorre mi espalda ante la sensación de que me están observando. ¡Dios! Me estoy volviendo paranoica. Mis ojos se llenan de lágrimas, tengo miedo. 

Camino hasta la ventana y la cierro, me doy la vuelta y pego la espalda en esta. En el momento que miro hacia la cama, algo llama mi atención. Sobre una de las almohadas, descansan un par de hojas secas. Me asusto más que antes, me sudan las manos y siento que en cualquier momento comenzaré a hiperventilar. Lágrimas silenciosas comenzaron bajar por mis mejillas y chillo.

La puerta se abrió dejándome ver a una muy preocupada Elizabeth, detrás de ella, asomaba la cabeza mi hermano, curioso por mi grito.

—¡¿Qué pasa?! —pregunta preocupada.

—Hay a-alguien e-en mi habitación —susurro. La abuela frunce el ceño acercándose, extiende sus brazos y me envuelve en ellos.

Nos hace bajar mientras ella revisa el cuarto. Al llegar a la sala, mi hermanito me trae un vaso de agua que lo tomo de un solo sorbo. La abuela baja veinte minutos más tarde, su rostro demuestra preocupación.

—¿Había algo, verdad? —Mi labio inferior tiembla.

—No, tranquila. No había nadie. —Se sienta a mi lado y suspira.

Trata de transmitirme tranquilidad, pero todo en ella demuestra lo contrario. Se levanta y sale hacia la cocina, la sigo con la mirada, sin entender lo que está pasando. Luego de un rato regresa con una taza de té humeante.

—¿Les parece si pasamos la tarde en casa de Miranda? —Lleva la taza hasta sus labios y toma un sorbo—. Sus nietos pasan el domingo con ella.

El niño acepta emocionado por la idea de que Uriel este ahí, y yo acepto porque no quiero estar más tiempo en la casa, por lo menos hasta que se me pase el miedo.

Para unas horas antes del mediodía, ya estábamos camino a casa de la señora Sanford. Cruzamos a un par de vecinos en las calles de Mhorrizzon, nada importante, pero como soy paranoica y me siento súper perseguida desconfío de todos. Me he quedado observando a un par de hombres que no había visto antes, hasta que se dieron cuenta, me miraron extraño y se fueron. La abuela se dio cuenta de mi comportamiento, reprimiéndome por mirar sin disimular a los demás. 

Paramos en una casa roja de dos plantas, con grandes ventanas y un extenso patio delantero, lleno de flores. Un camino de piedritas llega hasta la puerta de madera. Bernu toca el timbre que suena por toda la casa.

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