Ahora, en la noche de los tambores que sacuden. En mi sencillez mortal, tan frágil, de rodillas mi paciencia doma el fuego que brilla en los ojos.
Huelo colores. Humo que me rodea.
Siento escapar de mi, prófugas, las edades vivas del hombre que no supo dar palabra. Poco a poco ser un verbo se vuelve titánico sabiéndome de pedazos incompletos dando pasos en la tundra.
Y así abro mis ojos al resplandor. A las mil figuras.
Mundo de imágenes que deslumbran; los labios del diablo son juguetes ociosos.
Lo admito, tengo cadenas en mi cuerpo, espinas tras la tráquea, pero el pensamiento es libre. Inconmensurable. Inmune a cada juicio que sentimos que nos hacen por costumbre.
Entonces así van muchos inviernos y cabizbajo se aleja entonces de mi la juventud que nunca tuve, la niñez y aquellos besos de la infancia. Solo queda el desapego de los años y la furia de mis dudas porque nada dura.
Dime tú que me lees, como evitar caer en la intemperie y repetir falacias y palabras sin recordar como dar gracias. Quien te busca y quien te quiere si la mayoría no sabe como buscar.
El humo me disuelve.
Mientras yo me pierdo en ti, y renazco en las formas que me da tu mente.