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Kim SeokJin no era un niño complicado, le gustaban cosas puntuales como los chistes de su papá o las moras que crecían en el jardín de su abuela y a la corta edad de 10 años lo único que le preocupaba era ser feliz y hacer feliz a las otras personas.

Desde que era un bebé su abuela le había enseñado que a las plantas se les debía pedir permiso antes de quitarles un fruto o una rama porque ellas también sentían y podían marchitarse si no estaban de acuerdo con el trato que les daban. Es por eso que siempre que iba a comerse algunas frutas o a tomar alguna flor para llevársela a su madre, les pedía permiso a las plantas y les pedía perdón si es que llegaba a lastimarlas. Además, de vez en cuando se quedaba a charlas con ellas para decirles lo bonitas que se veían o lo fuertes que estaban mientras las regaba para que crecieran mucho más.

– ¡Abuelita, mira! ¡Hay una mora, una mora abuelita! –gritó la primera vez que la nueva planta dio frutos, él tenía para ese entonces unos cortos 7 a años y usaba todos los días los lindos overoles que su mamá le compraba para ir al jardín– No te preocupes plantita, tú tranquila que todos los días te voy a cuidar mucho

Y no mentía, desde ese momento hasta que cumplió los 10 años, no había dejado de ir ni un solo día a cortar hojas secas, cosechar frutos maduros o charlar mientras devoraba el delicioso manjar que producía esa planta.

Claro, siempre había sido al cuidado de su abuela y para su buena suerte nunca llegó a clavarse una espina hasta ese momento donde por tomar un fruto, terminó lastimando su dedo pulgar y sintiendo sus ojos llenarse de lágrimas por el punzante dolor que le causaba.

– ¡No, no llores, perdón! –escuchó una voz, era melodiosa y dulce, tanto, que lo que estaba por convertirse en un sollozo, se transformó en una expresión de alegría y un grito de emoción.

– ¡Me hablaste! ¡Me hablaste! –repetía, pues nunca había tenido la oportunidad de escuchar la voz de alguna de sus amigas, aunque esa voz sonaba más como la de un niño.

– ¡Sh! No grites porque pueden escucharte –ahora se escuchó como un susurro más bajo y frente a sus infantiles e inocentes ojos, un niño que parecía ser más pequeño que él, se asomó de entre las ramas espinosas de la planta con una mirada tímida y un tinte extrañamente morado en sus mejillas.

– Lo...Lo lamento ¿Eres una mora? –preguntó curioso el niño humano, acercando su mano tentadoramente hacia la del aparentemente espíritu que tenía en frente, dándose tiempo de detallar sus facciones. Su cabello era de un morado intenso que si se veía de lejos podía confundirse claramente con el negro al igual que sus ojos y sus labios, por otra parte, su piel parecía ser de un tono gris que tiraba en demasía al tono de la leche que tomaba regularmente para crecer fuerte y sano.

– No, no soy una mora, en realidad yo sólo vivo en la planta –eso causó impresión en el joven SeokJin que atinó a tomar maravillado la mano del chico que, al tocar las espinas, no sangraba como él.

– ¿Cómo haces eso? ¡Yo también quiero! Eres muy lindo –dijo rápidamente el muchachito, esperando una respuesta de un pálido muchacho que intentaba responder con las mejillas realmente moradas. Sin embargo, todos sus balbuceos se terminaron cuando un grito proveniente de Choi JinHa, abuela de SeokJin, resonó pues el más pequeño debía regresar a su hogar.

– ¡Espera, no te vayas! –gritó, caminando y dispuesto a entrar en el arbusto para buscar a su nuevo amigo, para su buena suerte su abuela llegó y lo detuvo sintiendo que el alma se le escapaba del cuerpo al ver a su nieto casi cometer una tontería.

– ¡Kim SeokJin! ¡Las moras tienen espinas, debes tener más cuidado! –reclamó su abuela viendo en el rostro del infante una marcada tristeza, negó con la cabeza suspirando mientras salía llevando al niño para que pudiera irse con sus padres.

Moras silvestresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora